Relatos eróticos

Nieve de Año Nuevo – Relato erótico

Hay muchas formas de empezar el año, pero el sexo oral siempre debería estar en el menú.

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Nieve de Año Nuevo

Kandersteg, Suiza. 1 de enero de 2019

Había cesado de nevar, no obstante, tras la pasada noche y su correspondiente impase del año nuevo al viejo, la nieve se había acumulado en gruesos montones, brindando una imagen del todo bucólica y, a la par, nada práctica. El sonido de las palas y los pequeños vehículos que retiraban de caminos y portales el inmaculado manto iba en sintonía con las piezas tocadas en el mítico concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.

Cécile, en casa y resguardada del cortante frío exterior, se estiró en las puntitas de los dedos de los pies, alargando las piernas lamidas por las medias negras. Una falda tubo oscura le embutía las masticables nalgas y una blusa blanca, con un gran lacito, le iba desde el cuello hasta el nacimiento del pecho, sin disimular la generosa curvatura de los senos.

—Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce —contó por enésima vez los servicios en torno a la mesa, empleando su francés natal.

Al abrirse la puerta principal, se filtró algo de frío que fue erradicado por el calor interior que fluía a través del suelo radiante y, también, jolgorio prorrumpido por aquellos que iban a casa a almorzar.

—Lars —llamó Cécile, oyendo el cierre de la puerta y, por consiguiente, el golpeteo de las botas al abandonar los masculinos pies—. ¿Se retrasarán? —preguntó, patinando en la pronunciación del schweizerdeutsch[1].

El aludido echó un vistazo al reloj alrededor de su muñeca zurda y paladeó un par de tic-tacs.

—No —dijo, escueto, parco, y no porque él se tratara de un tipo desabrido; era como la montaña, estoico. Cruzó el pasillo para adentrarse en la casa por la que enarbolaba el aroma a madera, a reconstituyente vino caliente y al pato que se cocinaba en el horno. Se detuvo en la entrada del salón, miró de soslayo la televisión y, en ella, a Christian Thielemann agitando la batuta; a continuación, fijó los ojos en la femenina figura cincelada a base de unas curvas aptas para quitar el frío.

— Por si acaso… —empezó a decir Cécile con la intención de ir a por el teléfono y, con este, mandar un par de mensajes. Obvio, la nevada dificultaba el trayecto; sin embargo, ella y su TOC necesitaban la confirmación de que todo iría según lo previsto; otra cosa era que Lars estuviera dispuesto a ello…

Detrás de Cécile, y ganándole en altura una buena cabeza, Lars hundió la nariz en su cabello recogido, aspirando el perfume concentrado en las hebras castañas. Impelió las caderas hacia delante y las balanceó suave, suavemente contra las cárnicas pompas para que la mujer sintiera la agudeza afilada de la erección que palpitaba bajo los dientes de la bragueta.

—Yo, yo, voy a… —prorrumpió Cécile, trémula. Cerró los ojos, notando cómo se le enrojecían hasta las pecas espolvoreadas por el puente de la nariz, pues la idea, la fantasía de ser follada con el riesgo de ser pillados in fraganti siempre le había resultado estimulante, pero creía que para ambos era solo un deseo vedado. El calor que emanaba de Lars se le metió en el torrente sanguíneo, escalfándola, y le infló las tetas que, desconsideradas con el sujetador, se desbordaron de las copas dibujando en la blusa el perfil de los erectos pezones. Por supuesto, desconocía la hora exacta, mas no podía quedar mucho para la llegada de los invitados…

Lars escurrió los diez largos y curtidos dedos por los flancos de la falda. Pinzó los extremos y subió la prenda hasta descubrir la banda siliconada de las medias ceñidas a los suaves muslos y, más arriba, las bragas de encaje. Con saña, cambió la sujeción de la falda por la delicada pretina de la ropa interior, de la que tiró, enterrando la tela entre los regordetes labios.

—Vas a comerme la polla —respondió, haciendo suyo el final de la frase de ella, al mismo tiempo que con una mano la tomaba por el recogido, instándola a virar el semblante.

Un gemido le brotó de lo más profundo cuando la falda le abandonó las nalgas, quedó alrededor de su cintura y su piel experimentó el cambio de temperatura. Cécile apretó los maquillados párpados conteniendo un jadeo en los labios teñidos de carmín. Las cinco palabras de Lars le retumbaron en el cráneo y apenas pensó en rebatirle, puesto que el encaje de las bragas se le zambulló raja adentro, haciendo cantar a su clítoris. Sin darle tregua, el jalón en su cabello la obligó a ladear la cabeza y se quedó con la boca escorada en una de las esquinas de la de él, aspirando su aliento y el aroma de la profusa barba rucia.

— ¿Y si nos pillan? —musitó.

—Apuesto a que te gustaría —aseveró Lars, mostrándole el nácar de los dientes. Le asió una mano y la condujo a la abertura de su pantalón.

Esta, de uñas esmaltadas, se lo desabotonó y, sin perder tiempo, se ocupó de la bragueta. La verga impetuosa y llorando finos hilillos de presemen se empujó para asomar, haciendo gala del comando, ahí, montada encima de dos colmados testículos.

—Y, ahora, ¿qué ibas a hacer? — le preguntó con retintín, con la Sinfónica tocando en la retaguardia

—Comerte la polla —contestó Cécile, encarándolo mientras las hebras de su cabello se liberaban del firme agarre y se derramaban desde su recogido. El comando era la prueba irrefutable de que Lars lo tenía todo meditado. Por lo que concernía a su verga, ella no la soltó, se las apañó para mantenerla en el calor de la palma incluso al acuclillarse. Lamió el saco escrotal y con manifiesta devoción sorbió uno de las delicadas bolas, la hizo girar sobre la sinhueso al tiempo que comenzaba a pajearlo.

Aunque Lars había sido explicito referente a la zona que debía atender, el placer que le estaba otorgando la libraba (por el momento) de cualquier reprimenda.

Ella se llenó la boca con el otro testículo y aumentó el ritmo de la fricción, endureciendo la cárnica vara hasta, de súbito, detenerse. Lo observó desde su altura y se vio reflejada en las dilatadas y azuleas pupilas de Lars y, entonces y solo entonces, abrió los labios para acogerle la polla. Cécile, carente de paciencia y espoleada por la necesidad, la bombeó llevando a cabo una enérgica mamada.

Si bien la nieve no había vuelto a caer, el tiempo sí que no había dejado de transcurrir ni el concierto había terminado…

—Quítate las bragas —conminó Lars (en parte, a su pesar) interrumpiéndola y controlando el oxígeno que le ardía en los pulmones y la acuciante necesidad de correrse—. Hazlo —ordenó.

Cécile, oh, la pobre Cécile dudó. Del mentón le escurrían puentes de saliva combinados con carmín y presemen y, al descorcharse la boca de la polla de él, no pudo evitar babear, sedienta como estaba del esperado torrente lácteo. El mandato no daba pie a ni siquiera parlamento y, relamiéndose, obedeció; modificó un poco la postura y se las arregló para bajarse las bragas. Controló el peso y, por ende, la estabilidad, las pasó por las pantorrillas y alzó un piececito, el otro y, con ellas fuera, se las tendió.

—Levántate —chistó Lars, y tomando la ropa interior calada de humedad la transformó en una bola. Cuando Cécile se enderezó, le acarició el arco de Cupido emborronado de bermellón—. No queremos que armes un escándalo —cuchicheó, metiéndole las bragas en la boca. Disfrutó de aquella mirada acuosa y el gemidito ahogado que la fémina emitió. Y, para sorpresa de esta, la prendió por las caderas, la desplazó a la mesa y posicionó a Cécile de manera que pudiera recostar los brazos, con el culo en pompa y los pliegues expuestos…

Era una «puta» funambulista sobre la delgada línea que constituía lo poco que le quedaba de cordura. Cécile, amordazada por sus propias bragas y con las papilas gustativas regodeándose del sabor de su mismo coño, lloriqueó no por la posibilidad de mandar toda la parafernalia de la mesa al garete, no, sino porque estaba tan cachonda que el deseo le estaba royendo hasta el tuétano de los huesos. Entornó los ojos y pudo jurar que escuchaba sus jugos goteándole de la raja al piso, por encima de la música de la televisión.

—Shhh… —tarareó Lars, empujándose en el prieto recoveco, adentrando la verga en el abrasador hueco de estrechas y musculadas paredes. Cécile estaba tan caliente como para fundir el Aletsh[2] y él entendía de ello; a fin de cuentas, trabajaba en el Air Zermatt[3]—. Que vas a estropearme la pieza —alegó con socarronería, ya que ni amordazada ella era capaz de contener el coro de jadeos y los solos de gemidos conforme él se impelía en su interior.

¿Se la iba a follar al ritmo de la Radetzky? «No», Cécile no aguantaría tanto sin correrse y sin agujerearse las bragas a fuerza de muelas. Mareada del placer que la martilleaba, y con el estímulo extra de la presión ejercida en los pechos aplastados contra la madera de la mesa, comprimió los muslos y bailoteó con los pies sobrevolando el suelo, retorciendo los deditos. El orgasmo le burbujeó en la matriz y le vibró en el clítoris.

«Tin-tin-tin», resonó el cristal de las copas y la plata de los cubiertos…

Lars acunó con ambas manos su cadera y se quedó quieto, socavado hasta las mismísimas pelotas en el femenino interior, notando las convulsiones de la prieta vagina al ceñir la solidez de su verga. Uno, dos segundos, y cerró los ojos antes de ceder al orgasmo. A diferencia de Cécile, Lars ni gimió ni jadeó, él gruñó, vaciándose a caños.

Cécile gravitó los pies hallando apoyo al ser abandonada por la revenada polla, todavía empalmada. El temblor le aturrullaba las rodillas y le embotaba el cerebro embebido de endorfinas. Despegó los párpados… «¡Ja!». El rímel aguado en las pestañas se estaba riendo del etiquetado waterproof. Se percató del desorden en la mesa: por suerte, ninguna copa había perdido la vida.

La Sinfónica, ajena a la situación, prosiguió tocando y, más allá de la puerta, resonó el sonido inconfundible de vehículos aparcando…

Lars, consciente de la llegada de los invitados, se recolocó el pantalón y rodeó a Cécile con un brazo para voltearla. Empleó la mano zurda para extraer las caladas bragas de su boca y se las guardó en un bolsillo.

—Ve a arreglarte —resolló, bajándole la falda.

—Sí… —jadeó Cécile, dando por sentado que, por mucho que se emperifollara, los comensales, por arte de videncia o cualquier otra brujería, sabrían lo que había acontecido y leerían en su frente y en neón la palabra «zorra». Y eso…, eso también la excitaba. Descalza de los stilettos que aguardaban en la entrada de la casa y desliéndose entre los muslos de los fluidos compartidos de ambos, caminó a pasitos en dirección al dormitorio. Mas, antes de adentrarse en el pasillo…

—No te laves ni te pongas otras bragas —advirtió Lars, adecentando el mantel, los cubiertos y las copas. Se pasó las manos por el rubio cabello peinándoselo y añadió —: Quiero que nieve.

[1] Conocido popularmente como «el alemán de Suiza», este es uno de los dialectos del mencionado idioma alemán, que se emplea también en ciertas zonas fronterizas de Austria y en Liechtenstein.
[2] El glaciar Aletsch (o Gran Glaciar) es el glaciar más grande de los Alpes berneses, Suiza.
[3] Aerolínea suiza y escuela de vuelo con sede en Zermatt, especializada en rescate alpino. Hoy en día la empresa ha evolucionado de manera que incluso realiza vuelos de carácter turístico, privado, etcétera….

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