Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: Cisne negro, la condición y límite de lo bello

El realizador norteamericano, Darren Aronofsky, parece tener una línea argumental recurrente en todas sus propuestas, aquello que los griegos llamaban la «catábasis»; el desplazamiento hacia abajo, el descenso a los infiernos, la épica de afrontar el horror que puede, aunque Aronofsky no siempre llega a este punto, permitir tras la purificación (la «catarsis») un nuevo ascenso (la «anábasis»). En ese viaje de doble sentido, lo de Aronofsky suele ser más la caída que la resurrección, más la irrupción implacable y paulatina del horror que la redención. Un horror que, en muchas de sus realizaciones, emerge en una de las formas más crueles de desarticular un humano; la locura. Desde su inolvidable Pi (1998) a su sobrecogedora Réquiem por un sueño (2000) o desde la aquí traída Black Swan (2010) hasta su excesiva y hasta esperpéntica Mother (2017), para ver una propuesta de Aronofsky es mejor no haber cenado antes y tener el ansiolítico cerca. Sin la macabra y compleja habilidad por lo siniestro de Lynch, los retratos de la caída que propone Aronofsky no se andan, en ningún momento, con chiquitas ni paños calientes.

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Una introducción importante: El argumento de El lago de los cisnes de Chaikovski

Un ejemplo de catábasis y anábasis: Una bella joven es atrapada en un conjuro y se convierte en un cisne blanco. Esa es su catábasis. Del conjuro solo puede liberarla el amor (la anábasis). Un joven y apuesto príncipe debe esposarse contra su voluntad. Para intentar distraerle de su penuria, su amigo le propone ir a cazar, al poco que ven surcar por los cielos una bandada de cisnes. Cogen sus ballestas. Junto al claro de un lago, el príncipe observa como la bandada se posa. Apunta con su ballesta y observa, sobrecogido, como uno de ellos, el más hermoso cisne blanco, se transfigura en una preciosa joven que, atemorizada por la amenaza de la flecha, le cuenta que su conjuro solo se anula por la noche cuando se posa cerca del lago y que solo el amor eterno de alguien puede liberarla. Se enamoran, pero justo al llegar el alba, ella vuelve a convertirse en cisne. A la mañana siguiente, el príncipe debe escoger esposa. Se rebela porque no ama a ninguna de las candidatas, hasta que aparece la joven que vio la noche anterior, pero vestida de negro y no de blanco y acompañada de su padre. En realidad, el padre es el hechicero que maldijo a su amada convirtiéndola en cisne y la joven que él cree su amada es una bruja. Cuando el príncipe, engañado, le jura amor eterno a la impostora, el brujo le señala a lo lejos la bandada de cisnes entre los que vuela su amada, descubriendo su irremisible error. Los dos jóvenes, el príncipe y la bella doncella vuelven a encontrarse junto al lago, pero saben que el hechizo ya no tiene marcha atrás. Se suicidan juntos arrojándose al lago para que sus espíritus descansen siempre juntos. Este es el argumento de El lago de los cisnes, el ballet compuesto por Chaikovski en 1877.

Sinopsis de la película

Cisne negro cuenta los ensayos y el estreno de ese ballet. Los personajes principales son una preciosa, inmaculada y voluntariosa bailarina, el cisne blanco, representado de manera sobrecogedora por Natalie Portman; su madre, una mujer que renunció a su carrera por ella y que combina el resentimiento con el amor y el control de su hija de forma que no quiere verla crecer; un tiránico, exigente y hábil director de escena (solventemente interpretado por Vincent Cassel) y otra bailarina, sensual, seductora (la encarnación del cisne negro) que aspira a ocupar el papel principal de la obra. A la protagonista le sobra blanco y le falta negro; es una preciosidad pura pero sin la mácula ni la oscuridad necesarias para poder interpretar, algo que exige el personaje, las dos facetas, el cisne blanco y el cisne negro. Toda la propuesta de Aronofsky es la búsqueda desenfrenada, la caída, el precipitarse de la protagonista por posibilitar y permitir la emergencia del horror, del horror que la transforme en la ambivalencia entre el cisne blanco que es y el cisne negro que debe contener. Su tránsito es esa mencionada catábasis; desde el más extremo control de la pureza y la ingenuidad hasta la búsqueda de las más oscuras regiones en ella misma. Un tránsito desgarrador, insoportable entre lo más bonito y lo perfectamente bello, entre lo que no mancha y lo que puede mancharlo todo, para hacer verdad aquello que anunciara Rilke en el prólogo de Las elegías de Duino: «La belleza es el principio del horror que somos capaces de  soportar».

Tráiler

Análisis

Ese tránsito, esa transformación, ese despellejarse y lacerarse la piel (en ocasiones de manera literal) es el magistral erotismo de la película; la nueva manera, y quizá la última, en la que la virginal jovencita debe comprenderse a ella misma y su relación con los demás. La forma en la que debe permitir que nazca en ella el cisne negro. Pero Eugenio Trías ya lo advertía; «Lo siniestro es condición y límite de la belleza». Sin contener lo siniestro (sin el horror), la belleza no puede existir; sin tenerlo para velarlo, para ocultarlo, para sombrearlo, nada puede ser bello. Pero además de condición también es límite; si lo siniestro se escapa y se impone, lo bello simplemente desaparece, no tiene lugar, no puede existir. En ese frágil equilibrio debe moverse la protagonista. Que lo siniestro necesario pueda darse en ella solo tiene una vía: la exploración de su sexualidad. Pocas son las escenas, pero magistrales, que muestran esa exploración, por lo que para algunos esta extraordinaria película radicalmente erótica puede pasar por no ser vista como erótica. Por ejemplo,  la indicación primera por parte del director de escena, después de forzarle un beso, de que se vaya a su casa y se toque, el consecuente intento en el que ella lo intenta frotándose con la almohada en la cama de su habitación sin pestillo (no hay ningún pestillo en la casa, todo debe ser transparente, visible y puro), pero fracasa cuando descubre que su madre, siempre presente, siempre impidiéndole que su pureza se macule, está dormida en un butacón justo a su lado. La escena en la que el mismo director la maneja como una muñequita levantándola contra su cuerpo, acariciándole los pechos, apoyando su mano en la entrepierna, justo al lado del agujero de la malla (el roto de la malla como un primer signo del abismo) para luego despreciarla, indicándole que ha sido él quien la seduce y no al revés. La escena lésbica, imaginaria o real, poco importa, en la que la sensual competidora le procura, tras la única noche de exceso, un orgasmo, al abrirle las entrañas con un cunnilingus.

«La presión hace diamantes»… o no

Y junto a todo esto la presión, la infinita presión que la joven siente por parte de todos, del director, de la competidora, de la madre, para poder llegar a ser la verdadera, la única capaz de ser el cisne blanco y el negro a la vez. Una presión insoportable que agranda la épica de su descenso al abismo con sus manifestaciones psicóticas de delirio, paranoicas y alucinación que amenazan continua y permanentemente el frágil equilibrio entre el horror y lo bello. Una presión, el otro gran protagonista del film, que no da tregua, que no atiende a negociaciones, irreductible, capaz de convertir en cualquier momento lo uno bello en lo otro espantoso. Era el general norteamericano, Patton, quien, en la II G.M., pronunció la sentencia «La presión hace diamantes». En ocasiones sí, pero en otras es capaz de pulverizar el propio diamante, como en el caso de estas recientes olimpiadas con la atleta Simone Biles o como en el caso de esta preciosa bailarina de Aronofsky, que tuvo que sacar de donde no parecían existir unas aterradoras alas negras.

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