Relatos eróticos

Barrotes – Crónicas Moan (by Eme)

Si te gusta el sexo más desinhibido, lee y escucha este intenso relato erótico con audio de Karen Moan.

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Relatos eróticos

Barrotes

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Narración: Karen Moan

Aferrada a los barrotes del cabecero de la cama, ojos cerrados, ensimismada, muevo la pelvis controlando ese leve contacto que necesito de su enorme lengua a mi menudo botón de placer. De vez en cuando, me separo de él y pauso, espero pocos segundos para luego volver a colocar todo, ahora todo mi sexo, enterito, encima de su boca. Como si quisiera ahogarle. En realidad, creo que quiero hacerlo, no sé si de forma inconsciente. En ocasiones, la manera que tengo de sentarme sobre él, la manera que tengo de apretar su cabeza con mis muslos y el tiempo que transcurre sin que mi inerte amante proteste, parecen las secuencias de un crimen perfecto.

Creo que quiero matarle porque yo me muero también. Sí, joder, sé que es distinto, pero en esos momentos, no pienso. Pensar… ¿quién puede pensar cuando cada lametón o cada ausencia me doblega, provocando mis estruendosos gruñidos e incontrolados temblores que se transforman en metálicos golpes de los barrotes a la pared? A veces, durante escasos segundos, un pensamiento se cruza y es mi recuerdo de cada mañana en el ascensor, al que entro esperando el desesperado recurso del lógico envidioso vecino de aquel cartel en el ascensor que pide clemencia y señala el piso y puerta de los torturadores del edificio. La lengua que me maneja borra, siempre, mi breve instante de lucidez.

Entre golpes y gemidos creo escuchar:

–Méame encima.

Silencio, me paro en seco. Pienso qué habrá sido lo que ha dicho, pero aquella  imaginada instrucción me llega tan dentro y tan fuerte, que mi vejiga se suelta sola y siento, con terror, como unas pequeñas gotas se van a escapar, a no ser que me mueva, así que, apresurada comienzo a retirarme, pero mi amante agarra mis nalgas con determinación y me lo impide. Muerta de vergüenza espero que mi improvisada contención funcione y esas imperceptibles gotas se confundan con el chorreo del resto de fluidos.

–Sigue, quiero más.

Ahora ya no hay ruido, ahora me doy cuenta de que no necesito preguntarle ni preguntarme, ahora sé que quiere que me haga pis sobre él, y aún incrédula, entre la repulsión y la fascinación, me aparto un poco hasta mirarle. Ahí, en esos ojos entrecerrados y oscurecidos, lo veo claro, lo comprendo, lo comparto y lo siento… ¿limpio?, no lo sé, pero cerdo, seguro, muy cerdo. Como él, como yo.

Mi asombroso amante nunca dejará de hacerlo. Nunca dejará de provocar que los golpes de los barrotes y mis histéricos jadeos sean la banda sonora de nuestra vida. Mi cuerpo se prepara para lo desconocido, lo provocador, lo que él quiere, lo que yo, ya, quiero.

Agarrándome más fuerte que nunca, me separo de ese cuerpo recipiente porque ahora no quiero perderme nada y, con los ojos bien abiertos, las piernas de gel, la sangre a mil y mi coño tan abierto como mis ojos, comienzo a aliviar ese solicitado líquido sobre mi maravilloso cerdo que, ahora, se ocupa de los sonidos que las cuatro paredes de nuestra habitación (y nuestro asqueado vecindario) echaban de menos desde hacía escasos minutos.

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