Cartas de amor

Amor en lo prohibido – Cartas anónimas de amor

Hola:

Prometí no volver a escribirte, pero al final aquí me tienes, una vez más frente al ordenador, porque sigo sin saber cómo expresar todo esto cara a cara.

No solo es una cuestión de timidez o de falta de valentía. La verdad es que necesito escribir este email porque entre silencios, disimulos y encuentros furtivos, tengo la sensación de que hay más secretos que verdades entre nosotras.

Y es absurdo. Se supone que nuestra historia debería ser un secreto para los demás, pero cada día soy más consciente de que es un misterio principalmente para nosotras mismas.

Sé que vas a decirme que le doy muchas vueltas a las cosas. Que esto es algo que surgió sin más y que, como tú dices, se terminará de la misma forma. Sé que tú no buscas respuestas, que vives el presente, pero, aunque lo intento, para mi eso es imposible.

Nunca había sentido una atracción como la que siento contigo. Sé que algo percibes, pero no sé si eres consciente de lo que has provocado en mí. Tampoco sé si te interesa saberlo, pero yo necesito decírtelo.

Sí, claro que cuando he estado con hombres me he sentido excitada, me han puesto cachonda y he hecho el amor con ganas. No tenía dudas sobre eso. No había pensado que el sexo podía ser más.

Creo que por eso me es imposible alejarme de ti. Porque tu sola presencia altera mi mundo. Saberte cerca ya es una tortura. Tenerte enfrente y no poder besarte es una pesadilla. Sonreír delante de todos, de los amigos de siempre, de Miguel y fingir que aún mantengo el control de mi cuerpo, que se siente atraído como un imán hacia el tuyo, es un esfuerzo maratoniano.

Reconozco el olor de tu perfume cuando me cruzo con desconocidas en la calle, y solo con el aroma de tu recuerdo, ya me estremezco. Revivo el sabor de tus besos, el de tu gloss de labios, cuando beso a Miguel, para que, al cerrar los ojos, sea capaz de sentir con él, lo que ya sé que solo puedo experimentar contigo. Me masturbo en cuanto me quedo sola en casa. Con la imagen de tu rostro entre mis pechos, entre mis piernas. La de tu torso contorsionándose de placer cuando pierdo mi mano entre tus pliegues. Tu cara de orgasmo cuando saboreo tu oscuridad, mientras te muerdes la boca evitando gritar, para que nadie sospeche lo que hacemos dentro del baño, mientras nos esperan fuera. El cosquilleo que siento con esas imágenes ya es mayor que el que me han provocado muchos de mis exnovios.

Y debería disfrutarlo, pero el placer que siento es tan grande como la culpabilidad que llega después de cada orgasmo. La sensación de vivir una mentira. De mentir a todos. De mentirme a mí misma.

Sé que tú no buscas nada serio. Que nunca has querido ni complicar tu vida ni la mía. Que para ti esto solo es una simple atracción sexual. Un desfogue ocasional. Para ti, lo sé, el hecho de que sea prohibido solo es un afrodisiaco más. Quizá a mí me excita la forma que tiene de moverse tu melena. Pero a ti lo que te excita es saber que estoy prohibida. Saber que soy la pareja de quien soy. Te encanta mi insistencia en resistirme y lo fácil que caigo al final, rendida a tus encantos.

Por eso a veces me planteo que estoy confundiendo sentimientos. ¿El amor y el sexo no están tan unidos como creía? Puede que tengas razón y que crea que me he enamorado de ti porque nunca he concebido disfrutar tanto del sexo con alguien si no había amor de por medio.

A lo mejor no he descubierto mi verdadera sexualidad ni nada por el estilo. Solo he descubierto, a mi edad, la esencia del sexo. Desear un cuerpo desde la primera impresión y que me dé igual el resto. Un proceso que para mí siempre había sido a la inversa, cuando me dejaba querer por una persona y luego dejaba que el cariño avivase las ganas de intimidad.

He enfocado esto en el hecho de que seamos dos mujeres y cada vez entiendo que simplemente somos dos personas. Tú nunca te has definido ni me has pedido que me defina. Si vivimos el presente, resulta absurdo empeñarse en etiquetar el pasado o el futuro.

Sé todo esto, y aún así, no me parecen argumentos suficientes. Porque pese a toda la lógica, me siguen sonando a excusas. Me sigue sonando a miedo de dar un paso en falso, cuando en realidad estoy deseando darlo.

Y me he cansado de este monólogo incesante conmigo misma.

Sé que nunca vas a dejarme decírtelo a la cara, que no quieres poner las cartas sobre la mesa. Pero no vas a poder evitar leer este mail y tener que darme, sea la que sea, una respuesta.

Siempre tuya (si quieres).

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