Cartas de amor

Carta a mi pequeña pateadora

Hoy cumplimos 9 meses juntas. 9 meses en los que hemos sido dos corazones latiendo en un mismo cuerpo. 9 meses en los que, realmente sin vernos las caras, sin poder comunicarnos hasta entendernos, lo hemos hecho de cierta manera. Tú con tus movimientos, que a veces molestan y otras veces asombran. Yo con mis caricias y mis secretos, que solo tú has podido escuchar desde dentro y que nunca compartirás con nadie.

Queda ya poco para conocerte. Para que dejes ser una parte de mí y te conviertas en una persona real. Una persona que me va a necesitar pero que realmente no sé cómo será. Si te parecerás a mí. Si te parecerás a la persona que amo. Si tendrás esas manías nuestras que siempre me han estresado o esos gestos que he adorado. O si apenas tendrás ninguno, porque aprenderás los tuyos propios.

Todo el mundo me pregunta que si tengo ganas de que llegue el momento. La verdad es que estoy aterrada. Me aterran todas esas cosas normales que generan ansiedad en una futura madre: el parto, el posparto, la lactancia, los cólicos, los llantos, la falta de sueño… Pero lo que me da más miedo es algo más difícil de explicar.

Me da miedo asumir que, pese a todos los mensajes que me mandan de ánimo, no voy a ser la mejor madre del mundo. Es imposible serlo. Soy una persona imperfecta y lo seré siempre en todos los ámbitos de mi vida. No he sido la mejor amiga ni la mejor amante ni la mejor novia. He amado mucho y he tenido la mejor de las intenciones. Pero eso nunca te salva de las equivocaciones. Precisamente por amor se comenten muchos grandes errores. Sobreproteges, te engañas a ti mismo sobre la realidad de la otra persona, agobias con un exceso de atención, te enfadas más porque los gestos de la otra persona te duelen como ninguno…

Sé que voy a quererte mucho, porque ya lo hago. No sé todavía hasta donde puede llegar el amor que voy a tenerte. Pero sé que eso incluye que vaya a equivocarme muchas veces contigo. Y me da miedo, porque sé que de todos los amores que nos marcan en la vida, el amor de una madre es sobre el que se cimientan muchas cosas. Que esas heridas, nos guste más o menos, cicatrizan peor que todas las de los otros amores que recopilaremos por el camino.

Me da miedo no ser esa madre devota que la sociedad espera y que tampoco tengo claro que tú necesites que sea. No, no me he leído todos los libros sobre maternidad, no quiero estar en un grupo de crianza y no quiero abrir un blog sobre bebés. No, no voy a dejar de trabajar para criarte, y tendrás que compartir mi tiempo. No sé si voy a ser capaz de darte de mi leche y, si lo hago, no sé hasta cuando podré mantener ese vínculo tan estrecho. Quiero seguir siendo yo, pero sumar a los roles que ya existían, el rol de ser tu madre. Y quiero intentar que sea a mi manera. Y ya solo por eso me siento egoísta.

No lo sé, puede que me equivoque, pero el amor no es devoción. El amor es aceptar las imperfecciones. El amor es estar para apoyarse, aunque no siempre entendamos las decisiones que toma el otro. El amor es estar ahí cuando te necesitan, no porque debes, sino porque quieres. Y sé que todo eso voy a hacerlo. Y espero que tú puedas hacerlo conmigo.

Sé que amarte también puede hacerse dándote el ejemplo de la importancia de ser tú misma. De tomar tus propias decisiones, sin dejarte llevar por el qué dirán. Puedo hacerlo mostrándote que ser mujer significa afrontar el doble de retos, pero también conlleva satisfacciones que quizás ellos no podrán experimentar.

Puedo amarte sin dejar de amarme a mi misma. Aunque a ratos vaya a olvidarme. Puedo educarte en mis fallos, pero también en mis aciertos. Puedo amarte a pesar de tus fallos, y aprender yo de tus aciertos. Eso es una relación. Y así espero que pueda llegar a ser la nuestra.

No, no hay nada que te prepare para esto. El amor siempre es algo que nos pilla de improviso. Las emociones nunca son las mismas para todo el mundo y no sé porque se empeñan en que el amor de una madre sea algo así como un sentimiento universal. El amor consiste precisamente en dejarse llevar, sorprenderse, superarse, recuperarse, reinventarse… Y estoy dispuesta a hacer todo eso contigo.

Pequeña pateadora, solo puedo prometerte que no voy a ser una madre maravillosa, pero voy a intentar ser la mejor versión de tu madre. Y esa va a ser la promesa más importante que haga nunca.

Ya te espero.

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