Mujeres libres

Mujeres libres: Agnódice, de oficio, ginecóloga

El concepto de «progreso» tiene su miga. En su fundamento está el dar por sentado que las sociedades humanas avanzan inexorablemente, y de manera lineal, hacia el bien social, de tal forma que, cada tiempo posterior mejora las condiciones sociales del tiempo precedente.

Una fe ciega en ese progreso que da que pensar en que de tanta fe y de tan ciega, se aproxima peligrosamente a una creencia pseudorreligiosa. Cuando, por ejemplo, vemos el actual estado de cosas, no solo puede resultar discutible sino hasta de una ingenuidad aplastante. Frente a esta concepción progresista de la historia se contrapone otra que ve mucho más razonable el pensar en la circularidad de la evolución social: a tiempos de luces le sobrevienen tiempos de sombras y así en un rotar infinito mientras el cuerpo (humano) aguante. Es aquello que Mark Twain, de alguna manera, enunciaba cuando apuntaba aquello de que «La historia no se repite pero rima».

Fundamentada en el desarrollo acelerado del cientifismo como dogma y de la tecnología, como superhéroe que combate todos los males, esa creencia viene, sospechosamente, como decimos, a sustituir terrenalmente las creencias en las religiones tradicionales y su escatología, que concluye el fin de los tiempos con la celestial cena de los elegidos. «Dios escribe recto con renglones torcidos», dirá el progresismo teológico. Mientras otros, como Walter Benjamin, no verá en la historia más que el salvaje relato de unos vencedores que justifican ideológicamente su salvajismo en nombre de un atroz «progreso». Hoy vamos a hablar de una mujer, mitad histórica, mitad leyenda, que como el mecanismo de Anticitera en la «progresividad científica», les va a dar un toque de atención a aquellos que creen que nunca hemos sabido tanto como ahora ni hemos estado mejor, o a aquellos ingenuos que creen que los derechos sociales, una vez adquiridos, se quedan con nosotros de manera natural e indeleble. Su nombre, el nombre de esta mujer, fue Agnódice.

Agnódice

¿Quién era Agnódice?

A caballo entre el siglo I a.C. y el I d.C., un escritor latino, Gayo Julio Higinio, redactó una serie de reflexiones, muchas de ellas de carácter mitológico o histórico, que, según le atribuyen, las agrupó bajo el título genérico de Fábulas. Esta obra ha llegado hasta nuestros tiempos, y en ella, en concreto en el capítulo CCLXXIV en el punto 10, es donde se menciona por primera y única vez la figura de Agnódice. Es decir, todo lo que sabemos de esta muchacha se apoya en esta exclusiva fuente de Higinio.

Empieza a relatar el latino: «[…] los atenienses se habían precavido de que ningún esclavo ni mujer aprendiera el arte de la medicina. Cierta muchacha llamada Agnódice deseó aprender la medicina y tan vehemente fue su deseo que se cortó los cabellos al modo de los hombres, y se confió a la enseñanza de un cierto Herófilo».

Esto, según el autor, ocasionaba que por el elevado sentido del pudor de las féminas atenienses, que no querían ser atendidas por médicos varones, muchas fallecieran por causas ginecológicas o en los alumbramientos. Sabemos que lo de que las mujeres no pudieran aprender medicina no siempre fue así, pues en la época de Hipócrates, en el siglo V. principios del IV a.C., las mujeres atenienses sí tenían acceso a los estudios de medicina (sabemos que, por ejemplo, la madre de Sócrates era partera y, de ahí, su método de la mayéutica, del «dar a luz»). Pero, posiblemente, en el siglo IV, en los tiempos de Agnódice, se volvió a prohibir (ay, el progreso de la historia).

Así tenemos a nuestra heroína que, al constatar el enorme sufrimiento que sus compatriotas padecen en estas cuestiones ginecológicas, se decide, desde niña, a estudiar medicina le pese a quien le pese.  Ni corta ni perezosa y con la ayuda de su padre, llegado el momento, se corta el pelo, se ajusta los machos y, como varón, cursa los estudios. Un inciso. Concepción Arenal, lo referimos en una reseña sobre María Elena Maseras, tuvo que travestirse de hombre para acceder a la Facultad de Derecho en la España de 1842. Unos dos mil ciento cincuenta años más tarde… la historia rima. Pues bien, Agnódice no solo cursa sus estudios en medicina en Atenas, y posteriormente, en Alejandría, se especializa como ginecóloga y partera, sino que empieza a ejercer su oficio de vuelta a Atenas. Y por si esto no fuera ya de por sí apasionante, resulta que tiene un éxito de tal calibre que sus colegas la denuncian arguyendo que es un tipo que no respeta el código deontológico porque seduce a las mujeres e, incluso mantiene relaciones sexuales con ellas y que, de ahí, proviene todo su éxito. Literalmente cuenta Higinio: «[…] Decían que se trataba de un hombre depilado y corruptor de mujeres, y que ellas se hacían pasar por enfermas».

El juicio

El juicio tiene lugar en el Areópago ateniense, una colina donde el consejo regente de Atenas juzgaba los casos más graves (asesinatos, profanaciones, blasfemias o quemas injustificadas de olivos). Acorralada, Agnódice no encuentra más salida a su defensa que explicar su éxito haciendo explícito su verdadero sexo. Se desabrocha la túnica y muestra su pecho y genitales, como había hecho frente a sus primeras pacientes, cuando estas no querían ser tratadas por hombres, hasta que la comunidad femenina supo y guardó el secreto de su condición de mujer. La apuesta de Agnódice fue arriesgada pues el haber incumplido la ley cursando estudios podía representar un castigo aún mayor, como sería el de la pena de muerte o el destierro. Pero, nuevamente, la sororidad hizo efecto: un número ingente de mujeres atenienses se concentraron día y noche frente al tribunal reclamando la libertad de Agnódice, en la que pudo ser la mayor revuelta feminista de la antigua Atenas. El resultado de esta sostenida presión fue, según sigue contando la narración, no solo la absolución de Agnódice sino, además, el que se les permitiera de nuevo a las mujeres acceder al estudio y oficio de la medicina. «[…] Por ello entonces las mujeres más distinguidas se presentaron en el juicio y dijeron: Vosotros no sois esposos sino enemigos, porque condenáis a la que nos devuelve la salud. En ese momento los atenienses enmendaron la ley para que las mujeres libres pudieran aprender el arte de la medicina», concluye la fuente.

¿Una figura conceptual?

No sabemos si todo eso sucedió realmente, pero es seguro que una figura, al menos conceptual, como la de Agnódice agrupa, recoge y simboliza la lucha de las mujeres por hacer rodar esa sangrienta rueda de hámster que es la historia de la humanidad. Con lo que quizá poco importa la existencia encarnada de esa chiquilla ateniense que quiso ser ginecóloga y mejor sería aplicar aquel atinado dicho italiano de «Si non è vero, è ben trovato».

Recibe más artículos como este en tu email (es GRATIS)

* Lo que necesitamos para enviarte nuestra Newsletter.