Decía Henry James: «Narra un sueño y perderás un lector». Hay otra forma eficaz de conseguir el mismo objetivo: empieza citando a Kant y perderás unos cuantos lectores. Voy a empezar citando a Kant.
Sentimental
En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant escribe:
El problema «determinar con seguridad y universalidad qué acción fomenta la felicidad de un ser racional» es totalmente insoluble. Por eso no es posible con respecto a ella un imperativo que mande en sentido estricto realizar lo que nos haga felices porque la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación […].
Sin entrar en sesudas disquisiciones, en mi opinión nos está diciendo a las claras dos cuestiones.
Primero, que el que el problema de procurar u obtener «felicidad» (satisfacción, plenitud…) no se resuelve como un sudoku, no atiende a cuestiones meramente racionales porque entran en la problemática cuestiones distintas a la mera razón.
Segundo, que, por tanto, es absurdo, infantil y necio el establecer un procedimiento (por ser un asunto «insoluble») de carácter infalible y «universal» que se pueda aplicar a la totalidad de los seres humanos y de manera que obtenga un éxito seguro. Quien diga lo contrario, simplemente miente.
Quien diga haber encontrado la fórmula, sencillamente nos engaña. Esto es algo que nunca debemos olvidar ni los terapeutas ni los pacientes ni los que hacen negocio de haber dado con la tecla.
Naturalmente que hay cuestiones de sentido común que nos facilitan o dificultan obtener cierta plenitud. Cuestiones que hasta un niño sabe y que incidir en ellas a un congénere que ya ha dejado de creer en los reyes magos lo único que hace es convertir a dicho congénere en un estúpido. Eugenio contaba un chiste:
«El del tipo que entraba en la librería y le preguntaba al librero: ¿Tiene usted el libro de «¿Cómo ganar amigos?», calvo de mierda?».
Si tratas a la gente de «calvo de mierda» es muy posible que tengas dificultades para ganar amigos. Es obvio. Tan obvio que hacer un bestseller desde esta premisa es ya en sí mismo un insulto, una forma de tratar al otro como un «calvo de mierda» sin que, además, este se ría por más que compre el infalible tratado.
Todo esto, el tratar a tu espectador como un adulto, el que no haya procedimiento infalible para lo que no tiene procedimiento o que lo problemático requiera de sutileza, capacidad crítica y anchura de entendederas, lo sabe y lo demuestra a lo largo de su trayectoria el dramaturgo y director barcelonés Cesc Gay.
Consideraciones sobre la pareja en crisis
En su película de 2020, Sentimental, Gay nos presenta a una pareja infeliz. Una pareja, una «unidad terapéutica», cuyos miembros se han extrañado el uno del otro, han establecido como único punto de vinculación una relación de poder en la que la violencia se manifiesta, fundamentalmente, a través de la hiriente ironía.
Algo que vemos a diario en las consultas porque la pareja es fundamentalmente una organización problemática, una filigrana de arquitectura social que, como la porcelana de Meissen, amenaza continuamente con fracturarse a poco que se le pase el plumero por encima. Una entidad que está de Dios que se vaya a romper en algún momento y cuyo segundo logro, después de crearse está en ver cómo se pega, si se pega o si directamente hay que tirar los restos a la basura. Así, la pareja de Julio y Ana, se ha pegado, pero se ha pegado mal. Las piezas no acaban de encajar y, además, el pegamento utilizado no es estable. Es una pareja en crisis.
Krisis era lo que la antigua medicina griega designaba como ese particular momento en el que el médico tenía que hacer el juicio sobre si el paciente va a fallecer o va a recuperarse. Y eso, ese momento de decisión, es lo que viven Julio y Ana cuando reciben la visita de una pareja feliz, sus «extraños» vecinos, Salva y Laura, que Gay utiliza como un pharmakón: como aquello que puede salvar al paciente o definitivamente matarlo.
El director no nos va a presentar en Sentimental una relación problemática a la manera trágica o asfixiante, como pudiera hacerlo Bergman, porque lo suyo, su adaptación cinematográfica de su obra teatral de 2015, Los vecinos de arriba, es lo que podríamos entender como una fina comedia dramática. Comedia porque es difícil no soltar una carcajada en alguno de los diálogos que se producen en el «tratamiento», y dramática porque en el trasfondo subyace el saber que, en cualquier momento, la porcelana se puede desmenuzar.
Tráiler
Sinopsis
Pero vayamos un poco más al detalle del argumento. Julio (representado por el mejor Javier Cámara que personalmente he visto nunca como actor) y Ana (la actriz argentina Griselda Siciliani, a la que no había visto actuar anteriormente y que maneja con solvencia la centralidad de su papel) no se tocan ni con un palo, y, si se tocan, es con un palo.
Por el contrario, Laura (la infalible Belén Cuesta) y Salva (Alberto San Juan, que, en mi opinión, la edad le hace crecer como actor) no parecen parar de tocarse con todo lo que un ser humano puede tocar a otro. Aquí entra el factor del sexo como estructura de validación del éxito y la estabilidad de una pareja, algo más que discutible, pero que dejaremos para otro día su discusión.
En una secuencia de diálogos chispeantes, inteligentes, divertidísimos, que ya hubiera querido firmar Woody Allen, el espectador empieza a descubrir con asombro que, en realidad, Laura y Salva no es solo que se toquen entre ellos, sino que tocan a otros amigos dispuestos. Son una pareja liberal, que ejerce abierta, inteligente y maduramente de liberal para desconcierto (y pánico y admiración) de Julio y para curiosidad y fascinación de Ana. Y no solo es que presenten un modelo alternativo al esclerotizado de Julio y Ana, sino que les ofrecen integrarse en este modelo. Quieren y proponen establecer una relación erótica con ellos.
Aquí acontece lo verdaderamente importante, no solo de la película sino de lo que la introducción del tercero (o de los cuartos, quintos…) puede suponer en una pareja fragilizada. Algo que el terapeuta sexólogo debe tener muy en cuenta cuando idea utilizar esta arriesgada maniobra, bien por iniciativa propia, bien por solicitud de una paciente.
Desde el momento de la propuesta de Laura y Salva, Julio y Ana pasan a ser inmediatamente reconocidos ambos como entidades eróticas, cuando ya ni ellos mismos se perciben el uno al otro así. Ese «reconocimiento» es el gran salvador o el gran asesino de lo que Julio y Ana puedan hacer en cuanto a unidad afectiva con individualidades propias. Algo que la película, Sentimental, no oculta ni distrae sin que por ello pierda una, casi nunca, la sonrisa del rostro en esta deliciosa e inteligente propuesta de Cesc Gay, que se atreve a afrontar aquello de la gestión de la promiscuidad en la pareja y sus consecuencias. Un placer de película sobre el endiablado mundo de la pareja que entendió aquello que Kant razonó un día.
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