Relatos lésbicos

Relatos ero lésbicos: Cunnilingus – Relatos eróticos cortos

Vuelve Thais Duthie con dos historias cortas y directas sobre una mujer que tiene «sensaciones huracanadas» con un cunnilingus y de otra que desciende sensualmente para devorar a su amante por última vez.

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Relatos lésbicos

Categoría cinco – Relato corto lésbico (1)

«Daños potenciales de un huracán de categoría 5: Destrucción de tejados completa en algunos edificios. Las inundaciones pueden llegar a las plantas bajas de los edificios cercanos a la costa. Puede ser requerida la evacuación masiva de áreas residenciales».

Sus uñas se arrastran por mis muslos hacia abajo. A la vez, sus labios pasean por mi abdomen con el mismo destino. La excitación comienza a ser insoportable, casi dolorosa. Provoca que mi espalda se arquee en busca de más.

¿Más qué?

Ahora es su lengua la que, en un roce lánguido y ardiente, recorre de forma horizontal la costura de mis bragas, creando una línea imaginaria pero húmeda entre mi vientre y mi pubis. Ahogo un gemido y enredo los dedos en su pelo azabache. Dejo que mis manos se pierdan entre los mechones despeinados y, en una señal silenciosa y desesperada, tiro de ellos al mismo tiempo que trato de acercar su cabeza a mi anatomía.

Comprende el mensaje y, tras dejar un mordisco en la parte baja de mi abdomen, toma las bragas con los dientes y comienza a bajarlas. Luego se ayuda con las manos hasta arrastrar la prenda fuera de mi cuerpo. Siento frío, pero enseguida noto su boca que besa mi rodilla con suavidad antes de separar mis piernas. Cierro los ojos por el impacto que me causa la imagen y estoy tan sensible que percibo un suspiro contra mi sexo.

Más de esto.

No soy capaz de hilar un solo pensamiento. Mis músculos también se han rendido hace tiempo, han perdido toda la fuerza —la acumula—. Me abandono a la sensación que me produce la punta de su lengua delineando mis labios más íntimos, la piel que se eriza, el escalofrío que me atraviesa. Sus manos, que mantenían mis extremidades inferiores lejos la una de la otra, ahora agarran mis nalgas y acompañan esos movimientos acompasados que hace su boca.

El placer se acumula en mi centro como el ojo de un huracán. Se gesta, crece y se vuelve inaguantable. Sus labios succionan, acarician. Sus dientes mordisquean. Su lengua lame lento y delicado. Dentro, un puro círculo en movimiento de categoría cinco en la escala de Saffir-Simpson.

El último descenso – Relato corto lésbico (2)

Inicié el descenso sabiendo que iba a ser el último.

De todas las veces que hice ese mismo recorrido, aquella era la final. Mis labios no volverían a acariciar tu vientre, mi lengua no trazaría más un círculo alrededor de ese lunar que tienes a dos centímetros exactos del ombligo. Precisamente porque no habría otra oportunidad, quise que aquella fuera la definitiva, la que pudieras recuperar cualquier noche en la que buscaras satisfacción.

Tu cuerpo desnudo seguía siendo mi debilidad. Esperé a que tus manos, atrevidas y expertas, me guiaran hacia el hueco que acababas de crear al separar las piernas. Traté de tentarte acariciando tu ingle con la nariz, pero la paciencia nunca ha sido tu punto fuerte.

Tras enredar los dedos en mi pelo me empujaste hacia tu centro de placer. Dejé un beso en esa zona mojada y caliente cuyos pliegues sedosos me alentaban a indagar más. Con una precisión fruto de la práctica, lamí desde tu entrada hasta tu monte de Venus. Despacio, sin dejar de recrearme en las embestidas erráticas de tus caderas.

Cuando te sentí al borde de la exasperación incrementé el ritmo, la velocidad, la presión. Mi lengua se desenvolvía en tu sexo con familiaridad, con el recuerdo impregnado de aquellos puntos exactos, movimientos incluso, que sé que todavía te hacen temblar.

A pesar de que nos fundimos en un solo ser, logré que dos de mis dedos se abrieran paso en tu interior. Mi muñeca giró unos ciento ochenta grados para que estos se adaptaran mejor a tu anatomía. Los curvé en busca de el primer grito de todos los que lo seguirían. Las lamidas cerca de tu clítoris no cesaban, el roce imprescindible. El aullido llegó antes de lo previsto, acompañado del abrazo de tus músculos en mi índice y corazón.

La señal, aquella era la señal de que, en dos minutos escasos, ibas a deshacerte en mi boca. Un último descenso que supo como el primero.

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