Relato gay

La órbita perfecta – Relato erótico gay

La órbita perfecta es un relato erótico con escenario sexual en el espacio, pero, ante todo, es una preciosa historia de dos astronautas. ¡No te la pierdas!

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La órbita perfecta – Relato erótico gay

La Tierra rotaba sobre sus cabezas como una vasta extensión azul. Los bordes, curvados e inalcanzables y apenas iluminados por el sol a sus espaldas. Quizá, si la vista de Paolo tuviese la capacidad para ello, podría ver la sombra de la Estación Espacial Internacional proyectada sobre el océano Pacífico.

Con una sonrisa en sus labios, presionó levemente la pared de la cabina y la fuerza de reacción lo impulsó hacia atrás, hasta flotar ingrávido en el centro de la estancia. Se agarró a un saliente y se impulsó hacia delante. Allí siempre era hacia delante, sin arribas, sin abajos. No sabía si subía o si bajaba, si caía o si saltaba. Se movía. Y aunque le había costado acostumbrarse, al final lo había conseguido.

—Pasas demasiado tiempo observándola —comentó Nikolay Prozorov, el último compañero que se había unido a la tripulación—. Ahí abajo todo es una mierda, Paolo.

—Pero es hermosa —respondió él, elevando el tono en la penúltima sílaba, resquicio del acento italiano impregnando su perfecto inglés.

Claire los observaba desde una esquina, comiendo entretenida los cereales que flotaban ante ella. Paolo era el que más tiempo llevaba en la Estación y conocía al resto a la perfección. No dudó al ver en los ojos de ella que comprendía sus razones.

—Ya verás cuando pases aquí más tiempo, Nikolay —le dijo ella. Dio una patada y se impulsó hacia la salida de la cabina. Sin embargo, antes de salir rumbo al laboratorio Destiny, se detuvo un instante—. Echarás de menos el suelo, la gente. Añorarás beber y comer como una persona decente.

Relato gayLa risa de Claire se perdió en los estrechos pasillos que conectaban las partes y Paolo quedó a solas con Nikolay. Sin la americana, no tenían más remedio que enfrentarse o ignorarse.

—Claire se equivoca —dijo de repente el astronauta ruso—. No voy a echar de menos la Tierra ni a su gente.

Paolo flotó hacia él. Nikolay rehuía su mirada, pero no apartó las manos cuando las tomó entre las suyas.

—Solo me queda un mes aquí arriba —susurró Paolo. El pecho de Nikolay se infló justo antes de soltar un suspiro. No parecía haberle gustado aquella constatación de los hechos—. Tendré que marcharme. ¿Tampoco entonces echarás de menos la Tierra?

—No sé por qué tendría que importarme más la Tierra porque tú estés allí —respondió. Paolo habría creído la seguridad de sus palabras si sus ojos lo mirasen, si sus manos no agarrasen con tanta fuerza las suyas, creando surcos blancos allí donde se marcaban sus dedos.

—No podemos seguir ignorando lo que ha pasado, fingir que no fue nada.

Nikolay volvió a suspirar, más fuerte que la vez anterior, y Paolo supo que era su forma de contener el llanto. Solo escapó una mísera gota, que quedó suspendida en el vacío entre ellos. No opuso resistencia, tampoco cuando las manos de Paolo lo atrajeron hacia él, cuando sus labios quedaron apenas a unos centímetros de su cara.

—No soy gay, Paolo —repuso con la voz ahogada y los ojos fijos en algún punto de la habitación.

—Y sin embargo te has enamorado de mí.

—Podría llevar una vida normal.

Relato gay—Por eso me he enamorado de ti.

Nikolay contuvo un hipido y Paolo lo acunó en sus brazos. Poco a poco, agarrados el uno al otro, se fueron desplazando por la estancia hasta quedar en el centro, flotando juntos, orbitando el cuerpo de uno en torno al cuerpo del otro, como la Estación Internacional en torno a la Tierra.

—Cierra los ojos —Nikolay obedeció, aunque Paolo sabía que seguía nervioso, pues aún sentía sus dedos presionándolo para mantenerlo junto a él—. Olvida el mundo, olvida la Tierra. Olvida el trabajo y la gente, despréndete de todo como te olvidas de la gravedad aquí arriba.

Nikolay se estremeció. Paolo lo sostuvo junto a él. Después, con movimientos lentos, temeroso de perturbar la órbita perfecta en la que se encontraban, posó un beso en los labios de su compañero. Luego otro. Y otro. Nikolay respondía con miedo, con los ojos cerrados, con los dedos afianzados, como si temiera caerse y separarse para siempre de aquel abrazo.

Poco a poco, sus manos encontraron huecos en las defensas de los trajes, trazaron caminos para llegar a tocarse. Porque la piel ansiaba la piel, porque Paolo quería erradicar el frío que parecía establecerse en Nikolay. Porque Nikolay bebía del fuego mismo que emanaba Paolo.

Relato gayAllí, suspendidos en el aire, sin gravedad y sin patria, por mucho que dijeran las banderas estampadas en sus uniformes a medio quitar, Paolo viajó por las estrellas que eran los lunares de la espalda de Nikolay. Nikolay dibujó constelaciones y galaxias con sus dedos en la piel de Paolo. Una órbita perfecta, sin perturbaciones, aunque tuvieran a la Tierra entera cual testigo, asomando su azul a través de las ventanas.

Paolo se separó de él un instante y observó sus labios curvados e inalcanzables, levemente iluminados por los halógenos.

—Abre los ojos —le pidió. Y la mirada azul de Nikolay se reveló ante él pura, empañada y con miedo.

—¿Qué voy a hacer cuando te vayas? ¿Qué voy a hacer cuando vuelva?

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—Seguir adelante —respondió Paolo—. Si algo he aprendido en el espacio es que siempre hay que seguir hacia adelante.

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