«Cinco filas» es el primer episodio de esta trilogía erótica de Thais Duthie, en el que su protagonista se reúne con la persona que más desea: Mia.
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Cinco, cuatro, tres. Parte 1: Cinco filas
Cinco filas por delante y tres asientos a mi derecha, ahí estaba ella. Debían de ser unos seis o siete metros, no mucho, pero lo suficiente como para hacerme pasar toda la conferencia deseando que terminara. Ella no me había visto, aunque giraba la cabeza hacia los lados de vez en cuando, y yo no necesitaba más para asegurar que me estaba buscando.
No hice demasiado caso al ponente, perdí el hilo tan pronto como a Mia le dio por quitarse la chaqueta en plena charla. Se apartó el pelo a un lado, dejando a la vista parte de su cuello, y me distraje al observar cómo tomaba notas con la cabeza ladeada. Mi cuaderno, en cambio, estaba vacío. Hice amago de coger el bolígrafo para escribir por lo menos el título del discurso cuando mi móvil vibró en el bolsillo de mi pantalón. Lo saqué de allí sin pensarlo dos veces, y sonreí automáticamente cuando leí:
«M.: ¿Has llegado ya?
Yo: Sí, estoy cinco filas más atrás, a tu izquierda ?»
Bloqueé la pantalla y enseguida vi cómo se giraba para mirarme, sonriéndome de aquella manera que me obligaba a imitarla. Me hizo un gesto con la mano para que la siguiera y, tras tomar la chaqueta salió escopeteada de la sala de conferencias. No dudé: cogí mis cosas y la seguí.

―Mucho tiempo sin vernos, ¿eh? ―susurró casi en mi oído y sentí un escalofrío que me recorrió entera.
―Demasiado…
Durante los últimos meses ella había viajado bastante, y yo un poco menos. Me había cambiado de piso, de ciudad y de situación sentimental. Ahora era libre otra vez.
―¿Cómo estás? ―preguntó deshaciéndose del abrazo para mirarme.
―Bien ―Sonreí.
―¿Vamos a tomar algo? Esta conferencia ha sido soporífera.
Sin darme tiempo a responder tomó mi mano y me llevó al bar del hotel, mientras sorteábamos a varias personas que también habían optado por desaparecer del seminario. Al llegar, nos sentamos en una de las mesas más apartadas, cerca la una de la otra, porque su mano seguía agarrando la mía, como si devolvérmela fuera impensable.

―El viaje de vuelta fue un caos, pero ya te lo contaré otro día ―dijo animada, buscando mi mirada―. Oye, ¿cómo está…?
―Mia, no… ―llamé su atención.
Me incorporé y me coloqué un mechón que caía rebelde tras la oreja. Retomé la conexión con sus ojos verdes y confesé:
―Ya no estamos juntos.
Su semblante pasó de una presunta alegría a fingida sorpresa, y recordé lo que me había dicho tantas veces cuando hablábamos sobre él: «al final todo cae por su propio peso». No me dijo «te lo dije», porque ella sabía que lo sabía.
―Ay, cariño ―murmuró atrayéndome a su pecho para rodearme―. ¿Cómo lo llevas?
―Estoy bien. Es extraño, supongo, pero me siento mejor que nunca.
―Si es así, habrá que celebrarlo, ¿no te parece?
Asentí un par de veces y me quedé quieta cuando sus labios se posaron en mi frente para dejar un beso suave.
―¿Te apetece salir?
―Preferiría un plan más tranquilo, estoy bastante cansada ―dije escondiendo un bostezo.
―Venga, vámonos.

―Que duermas bien ―dijo mientras acariciaba mi mejilla. Pude fijarme en la forma en que su mirada descansaba en mis labios y por un momento deseé que…
Dios, me moría por sentirla mejor, compartir más tiempo con ella, perder la noción del tiempo. Habían pasado meses desde la última vez que nos habíamos visto y me alegraba saber que entre nosotras no había cambiado nada, pero estaba equivocada. Terminar con él lo cambiaba todo.
―¿Quieres quedarte un rato?
Ya puedes leer la segunda parte aquí: Cinco, cuatro, tres. Parte 2: Cuatro habitaciones – Relato erótico lésbico



