Relatos eróticos

Cortocircuito: La electricista – Relato lésbico

Sumérgete en la pícara sensualidad de este relato erótico, firmado por Thais Duthie.

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Cortocircuito: La electricista

Coloqué la montura de la lámpara y comencé a enroscar el cierre inferior bajo la atenta mirada de Clara. La observé de reojo desde lo alto de la escalera.

—Entonces me has llamado porque no sabías cambiar una bombilla.

Se le ruborizaron las mejillas ligeramente y yo sonreí, divertida por la situación. Era domingo y anochecía, pero al recibir el mensaje de Clara para que la ayudara con la lámpara me pareció la oportunidad perfecta para pasar algo de tiempo con ella. Además, podría hacer esa instalación con los ojos cerrados.

—Más bien no sé cambiar toda una lámpara… —Podía sentir la vergüenza en su voz y, como todas las veces en las que nos cruzábamos, me parecía encantadora.

A pesar de que Clara y yo no teníamos nada en común, nos llevamos bien desde el primer día. Ella vivía en uno de los pisos del bloque en el que trabajaba como responsable de mantenimiento. Al inicio intercambiamos alguna mirada ambigua, hasta que un día rompí el hielo y nos presentamos. Desde entonces, charlábamos siempre que ella esperaba a que el ascensor llegara a la planta baja.

—Sí, confieso que tiene su complejidad. Lo tuyo son las leyes, lo mío la electricidad. No te preocupes —la tranquilicé. Lo último que quería era hacerla sentir incómoda.

—Eso es. Cuando necesites una abogada especializada en derecho marítimo me llamas.

Reí por lo bajo y la observé desde arriba de nuevo. A pesar de lo fugaz que fue mi mirada, me di cuenta de que vestía más informal que de costumbre. Había cambiado el traje entallado azul marino por una sudadera y unos leggings de talle alto que delineaban perfectamente su trasero.

—Antes de lo que te imaginas —Hice una pausa y añadí—: Bueno, ya está.

Bajé de la escalera e hice un movimiento exagerado con los brazos mientras decía:

—Aquí está su nueva lámpara, señorita Clara —Acto seguido, pulsé el interruptor del salón, pero no se encendió.

Ambas nos miramos durante unos segundos y luego nos echamos a reír. Su risa sonaba suave pero contenida, como si no acostumbrara a hacerlo a menudo.

—¿Recuerdas lo que te dije la última vez que estuve aquí?

—Que la instalación eléctrica del edificio era un desastre.

—Exacto. A lo mejor es un cortocircuito. No sé por qué no funciona, pero lo arreglaré —aseguré, antes de acercarme a la escalera.

—Espera, descansa un poco —Clara tiró de la parte trasera del mono azul que utilizaba para trabajar—. Total, ya está anocheciendo.

Miré por el ventanal del piso de Clara. El cielo se había transformado en un degradado que partía del azul tras las montañas y luego se teñía de rosa. Las nubes parecían delineadas con fuego y se movían veloces a causa del viento.

En aquel salón había más oscuridad que luz, pero me bastó para entrever el gesto de Clara invitándome a sentarme con ella en el sofá. Tomé asiento en el Chester negro, que parecía hundirse en la parte central. De pronto, Clara y yo estábamos demasiado cerca, tanto que podía sentir el calor que desprendía su pierna en contacto con la mía. Era agradable. Era la primera vez que estábamos así de cerca y fui capaz de percibir un aroma amaderado que provenía de su pelo. Me pareció intenso y fascinante, igual que ella. Lo único que me incomodaba de aquella situación era el silencio que se había instalado entre nosotras.

—Entonces, ¿cómo va el trabajo?

Clara bufó y la noté tensarse. Ya no quedaba ni un haz de luz en la sala cuando me giré para ver su rostro. Aun así, la penumbra allí era acogedora. Me dejé guiar por el tono de su voz.

—Demandante, pero bien. ¿Y el tuyo? —Sentí que prefería esquivar el tema, pero pareció genuinamente interesada en su pregunta.

—La anciana del cuarto me trae por el camino de la amargura —bufé—. Que si el botón del ascensor suena diferente, que si hay una plaga de hormigas en el rellano… Y el matrimonio del bajo no deja de pedirme que le eche un vistazo al timbre, pero te juro que funciona bien.

—Y la del tercero te pide que le instales lámparas —En esta ocasión, su voz sonaba a broma que escondía una disculpa.

—Estoy encantada de hacerlo.

—Seguro —rio.

—En serio, Clara, eres mi inquilina favorita —Me volví para sonar más seria.

El corazón me empezó a latir más rápido ante aquella confesión. Acostumbraba a ser menos directa y evidente, pero quería estar segura de que Clara no se quedaba con la idea equivocada. Me hacía sentir de muchas maneras distintas, ninguna de ellas tenía que ver con la molestia.

Todavía seguía medio girada cuando noté su mano buscando la mía. Me quedé inmóvil, sin saber cómo interpretar el gesto. En cuanto dio con ella, acarició el dorso y subió lentamente por mi brazo, como si lo necesitara para guiarse por mi anatomía. Mi respiración se acopló a los latidos frenéticos. Cuando llegó a mi boca, deslizó el pulgar por mis labios y se removió. En la oscuridad más absoluta, me atrajo hacia sí y me besó.

La correspondí enseguida de forma impulsiva. Sabía a algo dulce que no supe identificar. Ni en mil años hubiera imaginado que Clara sentía algún tipo de atracción por mí y, mucho menos, que era de las que da el primer paso. Cuando la sorpresa me dio una tregua, aproveché que ella había bajado la guardia para sentarme a horcajadas en sus piernas. Busqué su pelo a tientas, y hundí las manos en él. Ahora no podía ver cómo brillaba bajo la luz en un tono caoba precioso, pero sí pude sentir su suavidad.

Nuestros besos se tornaron desesperados con el tiempo. Pronto los acompañó un vaivén en las caderas de Clara, al que se sumaba un pequeño suspiro cada vez que se rozaba contra mí. Gruñí contra sus labios antes de llevar la mano bajo su sudadera. Su piel se erizó, y ese hecho me recordó dónde me encontraba y qué estaba sucediendo. Esquivé el top elástico y tomé uno de sus senos. Jugueteé con su pezón hasta que se endureció por completo y luego hice lo mismo con el otro. Sus embestidas eran más rápidas y su respiración se agitaba por momentos.

Sin pensarlo siquiera, bajé la mano hasta la cinturilla de los leggings. Ella clavó las uñas en mi espalda y susurró:

—Tócame, por favor…

Aquella orden inequívoca despertó mi instinto más primitivo. De un movimiento rápido, me colé bajo sus bragas y deslicé los dedos por sus pliegues hasta que di con su entrada. Gemí al descubrirla tan excitada, y ella lo hizo también. Llevé su humedad a su clítoris y lo masajeé muy despacio primero. Había deseado tanto sentirla así que me costó regular la velocidad.

Pronto, los suspiros de Clara mutaron en jadeos. Enterré el rostro en su cuello y clavé los dientes, arrancándole un grito que no parecía suyo. Degusté el aroma del perfume que había notado unos minutos antes. Parecía parte de ella. Incrementé la presión en su centro y la forma constante en la que gimió me reveló que estaba tan cerca de terminar como yo de perder el control. El deseo crecía en mi interior y solo había un modo de aliviarlo.

—Espera —Mi voz sonaba ronca.

Me acomodé mejor sobre Clara, de forma que una de sus piernas quedó entre las mías. En aquella nueva posición mi mano tenía más libertad para moverse y mi sexo se rozaba contra ella. Aquel cambio de postura nos impulsó al orgasmo: ella acompañó mi mano hasta que se penetró con mis dedos mientras se corría y yo lo hice poco después. Sentí cómo su cuerpo se contraía debajo del mío y fui consciente, al fin, de lo que estaba ocurriendo. La lámpara, la escalera, el sofá, Clara. Mi clímax arrasó con cada rincón de mi cuerpo, volví a hundir los dientes en su cuello y ahogué el último gemido.

Tener los ojos abiertos o cerrados era lo mismo. De nuevo, un silencio ensordecedor entre nosotras. Sin embargo, se oían nuestras respiraciones incontroladas, un coche que aceleraba en la calle, la vecina de arriba arrastrando una silla. Y luego, su voz.

—No es un cortocircuito —los labios de Clara se movieron contra la piel de mi esternón, me hacía cosquillas.

—¿Qué?

—Que no es un cortocircuito —repitió, y luego su voz se volvió un ronroneo al confesar—: Había bajado los plomos para que te quedaras un poco más.

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