Relatos eróticos

La periodista novata y el director de cine porno – Crónicas Moan (by Eme)

Si te seducen los juegos de roles, no te pierdas este relato de Karen Moan.

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Relatos eróticos

La periodista novata y el director de cine porno

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Narración: Karen Moan

Es un juego, pactado, imaginado, cada noche, más deseado. Buscando apagar la realidad y entrar en nuestro Matrix.

Me cuentas el rol que te apetece que representemos. Tus palabras resuenan casuales, pero según vas describiendo la escena, mi cuerpo se tensa. Sé inmediatamente que es premeditado, mucho. Años de conocerme condensados en dos personajes. Ni puede ser casualidad ni quiero que lo sea. Tú, un ególatra y déspota director de cine porno que me recibe a mí, una recién estrenada periodista que confía que, tras esta complicada entrevista, saltará a la fama. O al vacío, me susurra mi yo real.

Sé cuál es mi papel en el rol. El problema es que fuera del mismo, lo que estás a punto de hacer tú, toca tan directamente el núcleo de mi deseo acumulado durante años, que no sé si voy a ser capaz de actuar, yo. Pero no te digo nada. Ni de coña.

Tu yo mas cerdo enfrentado al mío más dócil. Una docilidad que esconde rabia de años de deseo controlado. Una docilidad domesticada que quiere ser arrancada a base de groserías, desprecio, saliva. Una docilidad que no tiene nada de obediente.

Nos separamos momentáneamente para elegir un atuendo acorde. Agradezco esos minutos para calmar algo que siento se me va de las manos, desde ya.

Ya el detalle de la camisa medio abrochada dejando ver tu pecho con abundante vello canoso hace que me olvide del preparado saludo altivo que venía mascullando. Me doy cuenta de que no me atrevo a mirarte a los ojos. Se me va, se me escurre el personaje, coño, no puedo ser tan idiota. Es un puto juego, me grito a mí misma. Levanto la mirada y te encuentro devorándome. Creía conocer tu mirada de deseo. Eso creía. Me acojono.

¿Te tengo miedo? ¿O es a esto que comenzó hace escasos minutos? ¿O hace muchísimos años? Miedo porque sea real. Personajes sacados de nuestras miles de pajas que usamos de excusa.

Esto es un juego, vuelvo a gritarme. Me yergo, te enfrento la mirada procurando que exprese el asco que pretende y la fascinación que esconde.

Y entonces lo haces, vas a por mí. Abres la boca y sueltas: «¿Qué es exactamente lo que has venido a hacer aquí, pequeña?». Enmarcando y exagerando ese acento y esa personalidad sobreactuada, que sabes fue la mitad que me metió en tu cama la primera vez.

Arjjjjjjj, mierda, siento cómo el inmenso cabreo que calienta mis sienes se pelea con el de mi cobarde sexo, que se habría rendido ya. No te rindas, esto es U N  J U E G O, en el que estirar esta mezcla de gozo y furia hasta que nos dé la gana. Uno que inventamos para los dos porque nos permitía escapar(nos), encontrar(nos). Uno que nos da sentido.

Aguanta.

–He venido para conocerte, para averiguar el exacto momento en el que empezaste a despreciar nuestro sexo. Si no te interesa esta conversación no tienes más que decírmelo y me voy. Ah, y puedes ahorrarte los calificativos hacia mi persona, no me conoces.

Me miras de esa única manera posible. Siendo tú y sin serlo. Sonríes ampliamente.

–Claro que me interesa. Elige donde quieres sentarte. O quédate de pie si lo prefieres –añades, con esa confianza de quien ha vivido esto tantas veces.

Pero no, querido director. Esta vez no va a ser lo mismo. Porque sí, quiero que esta tortura que me supone hablar se acabe, que me arranques ya las bragas y me folles. Lo sabemos los dos porque a mí me conoces. Pero lo que quizás no sepas es que seducir a mi rol no será tan fácil. Porque ella te odia, odia todo lo que representas. Odia desearte, odia que su sexo chorree desde que vio tu camisa entreabierta. Ella va a darme la fuerza que yo no tengo para evitar que me arrodille ante ti preguntándote por la última escena de felación que grabaste, si se hacía así o así o cómo. Mientras alza sus enormes ojos hacia ti y te aprieta la polla con ambas manos y comienza a arañarte desde la base hasta…

No, ella no soy yo.

O sí.