Esta es la segunda entrega de la serie de cuatro relatos eróticos en que Venus O’Hara nos describe las sensaciones que experimentó en la primera relación que mantuvo con una mujer. Por supuesto, es muy recomendable que leas su primer relato titulado Intercambio de fantasías (I). La primera vez con una chica. Pero, si ya lo has hecho, ¡no te pierdas «El día después»!
Sigue leyendo…
Intercambio de fantasías (II). El día después
Ese primer instante en el que abres los ojos por la mañana puede ser confuso. En cuestión de segundos, pasas de la letargia de los sueños a los porqués de tu ubicación: dónde estás, con quién estás y –sobre todo– cómo llegaste a la cama.

–No te despiertes –pensé mientras mi cabeza procesaba lo que había ocurrido la noche anterior–.
Era demasiado tarde, sentí sus pechos pegados contra mi espalda y su sexo cálido contra mis nalgas.
–Buenos días –me susurró al oído, acurrucándome en cucharita por debajo del edredón–.
–Mmm, good morning… ¿Has dormido bien? –dije sin abrir los ojos–.
–Bien… pero acabo de acordarme de que no te corriste anoche –dijo, mordiéndome el lóbulo del oído y provocándome escalofríos por todo el cuerpo–.
–Es verdad, pero eso no significa que no lo pasara bien. Como mujer, tienes que saberlo de sobra.
–Ya, pero yo tengo mi orgullo, ¿sabes? Quiero que te corras. Quiero ver la cara que pones.

–¡Qué bien te noto! –me dijo, mientras aumentaba la intensidad de sus caricias–. Ahora sí que estás excitada –continuó–.
Mi clítoris ya pertenecía a sus expertos dedos. Me puse boca arriba para facilitarle el acceso al resto de mi cuerpo y, sobre todo, a su vista.
–Dentro… –suspiré y empuje su dedo dentro de mí, mientras su pulgar trabajaba mi clítoris–.
–¿Te gusta así?
–Me encanta.
Cerré los ojos, pero sentía cómo su mirada escudriñaba mi desnudez. La excitación acumulada estaba llegando a su límite. Aunque me esforzaba en retrasarlo, sabía que el orgasmo era de todo punto inevitable.
–Siempre me pregunté cómo sería tu cara cuando te corres … –repetía mientras rozaba su sexo húmedo contra mi muslo–. Enséñame esa carita… –me ordenó con un tono de voz irrenunciable–.

Después de ducharnos y desayunar, salimos a dar una vuelta por el casco antiguo de Barcelona. No recuerdo exactamente cómo o cuando pasó, pero mientras pasábamos por una calle peatonal del Barrio del Born, me di cuenta de que ya llevábamos un buen rato cogidas de la mano. Por lo general, mi exhibicionismo se limita a publicar fotos eróticas en la Red. En público, procuro pasar desapercibida y, sobre todo, cuando voy acompañada de una amante. Sin embargo, no podía evitar darle besitos cada vez que se tornaba posible: actuábamos como si lleváramos saliendo toda la vida, algo que era –y sigue siendo– completamente ajeno a mi carácter.
Como escáneres memorizando textos impresos, las miradas de los hombres recorrían nuestros cuerpos. Las chicas, nos regalaban sonrisas cómplices. Incluso cuando llegamos a mi restaurante favorito en el Barrio Gótico, las camareras eran más simpáticas que nunca. Me excitó pensar lo que estarían imaginando sobre nosotras.
–Por cierto, no te lo he dicho pero me encanta tu sexo –declaró después de pedir la comida–.
–Gracias… –dije, entrecortada y ruborizándome como una colegiala–.
–Cuando volvamos a casa, te voy a lamer hasta que te corras otra vez –dijo, y movió su lengua como si estuviera practicando un cunnilingus–.
–Por favor, ¿puedes ser más discreta? –le rogué, un poco violentada–.

–¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza?
–No es eso. Es que no hace falta anunciarlo a todo el restaurante… –le espeté, visiblemente ofendida–.
–Oye, no te enfades… ¡Era un piropo! –exclamó y me lanzó un beso al aire–.
En ese momento llegó la comida. Y tras un silencio incómodo, volvió a exhibir su lado indiscreto.
–A ver la cara que pones cuando te coma –dijo–.
Me clavó una mirada lasciva e histriónicamente lamió un trozo de pan.
–Pero claro, no la veré porque yo estaré perdida entre tus piernas.
–Please, ¡para! –protesté, ligeramente encolerizada–.
–¿Qué pasa? ¿No quieres que te lama?
–No quiero que hables tan alto…
–Vale, no hablaré alto –susurró, fingiendo frustración–. Pero, dime: ¿no quieres que mi lengua recorra tu sexo? –me preguntó, esta vez en un tono súper sensual–.
–Claro que quiero… –sonreí–.

–Y después, me puedes comer a mí… Si quieres, claro –dijo, antes de apartar la mirada y esperar una respuesta afirmativa–.
De todas las fantasías que había tenido, confieso que hacer sexo oral a otra chica ni siquiera entraba en el Top 10 de las lésbicas. No sé por qué. Siempre había tenido una relación súper sana con mi propio sexo; me encantaba mi olor íntimo y, sobre todo, el sabor de los besos de mis amantes tras un cunnilingus. Pero, nunca me había visualizado haciéndolo a otra chica. ¿Sería capaz de disfrutarlo?
No tenía nada claro, pero decidí no descartarlo hasta probarlo.
Ya puedes continuar con la tercera parte aquí: Intercambio de fantasías (III). Pasión oral – Relatos eróticos lésbicos



