Frases de sexo

Citas célebres para entender mejor el sexo: Gabriel García Márquez

«El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor».

Gabriel García Márquez

Nuevamente de vueltas a esa endiablada relación entre sexo y amor. En este caso, la sentencia es de García Márquez y se encuentra escrita en su última obra publicada en vida del autor, Memoria de mis putas tristes. Una obra no especialmente lograda, dentro de la asombrosa trayectoria literaria de Gabo, que, como se recordará, fue en su momento criticada.

No están los tiempos para narraciones, porque en la línea central argumental hay una relación afectiva entre un anciano nonagenario y una joven prostituta, que aún conserva su virginidad. Pero aun no siendo un relato tan maravillosamente armado como otros precedentes, deja en el tejido hebras de gran calidad reflexiva. Posiblemente una de ellas sea la que ahora destacamos, pues es una de las frases más repetida de la obra y que, en determinados foros, genera ciertas discrepancias en el sentido que se le otorga. Es cierto que en el contexto en que García Márquez introduce su valoración, un diálogo narrado entre el protagonista y su consejera Rosa Cabarcas a propósito de la Delgadina (apodo de la pueril prostituta), no facilita la comprensión unívoca de la valoración. Esta se encuentra ahí como disparada, dicha como para quitarse algo de encima, sin preámbulo ni continuidad ni como el corolario de algo que previamente el lector ha podido ir asimilando. En cualquier caso, se inserta, como decíamos, en ese intento, al parecer irresoluble, por ver qué relación de parentesco, simpatía o antipatía, oposición o sinonimia pudiera darse entre el amor y el sexo.

Gabriel García Márquez

Frases célebres sobre sexo y amor

Si hiciésemos un ranking sobre los temas de la condición sexuada humana que más aparecen en citas, lo que reflejaría dónde se centran nuestras preocupaciones en esta materia, sin duda nos encontraríamos en lo más alto con esta asociación sexo y amor. Dos citas en concreto me vienen a la cabeza que servirían de referencia para quizá encontrar los extremos opuestos en los que se encuentra la valoración general que tenemos sobre el respecto. Por un lado, una abordada en esta sección dicha por Groucho Marx y que es celebérrima: «¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?». En esta primera sentencia parece, y ahí radica su gracia, que sexo y amor son conceptos antagónicos y que, el primero, sirve casi exclusivamente como para darle una pátina moral y aceptable a la realidad del segundo. El amor sería entonces una especie de salvoconducto, de legitimación social e individual para afrontar lo que realmente queremos: follar. Un vestido para salir a la calle y parecer respetables, un enmascaramiento que hasta se lo creía el enmascarado o simplemente un eufemismo. A Groucho Marx, por lo menos en su faceta cómica, no sabemos en lo íntimo, lo de «hagamos el amor» le debía parecer una cursilada del catorce, cuando no una simple y llana hipocresía.

La segunda sentencia viene ahora. Efigenio Amezúa, quien dirigió en el INCISEX mi Doctorado en Sexología y de quien ya hemos abordado alguna cita, sostenía y nos repetía con frecuencia lo siguiente: «El sexo es la materia prima del amor». Efigenio tenía una característica muy especial en su tarea educativa: era un maestro de la ambigüedad y, por tanto, todo lo que él dijera, por más unívoco que pareciera, era siempre interpretable. En esa tarea de interpretación por parte del alumno residía su verdadero aprendizaje. Así, su valoración parecía indicar a las claras una cosa: no hay amor sin sexo. Algo que, en mis años bisoños y viniendo yo de donde venía, me pareció cuanto menos discutible. Me pareció entender que lo que nuestro maestro intentaba era «desproblematizar» nuestra condición sexuada, atribuyéndolo el trascendente valor de convertirlo en la argamasa de algo tan gordo como el amor. En una primera lectura, pareciera que Amezúa hubiera suscrito complacido lo de «hagamos el amor». Al poco, y puesto que Efigenio hacía un emparejamiento casi sinonímico entre amor y sexo, te dabas cuenta de que la sentencia cumplía esa propiedad conmutativa de la operativa: la podías invertir sin que se alterase en lo radical su sentido, de tal forma que podías exponerla así: «El amor es la materia prima del sexo». Ahí, en ese matiz, ya había un par de cosas con las que congeniaba ya más: la primera y más importante (que también se leía en lo que Efigenio formulaba literalmente) es que el sexo era mucho más que lo que hacemos con nuestros genitales, el «sexo» (no necesariamente la «interacción sexual») era la bendita condición, el fundamento, que nos posibilitaba la apertura hacia el otro, lo que nos hacía el «tener que ver» con los demás, lo que permitía, ni más ni menos, conquistar nuestro proceso de humanización. La segunda cuestión que veía algo ya más clara, esto sí tras reformular la cita, era que, para que hubiera una interacción sexual, tenía que haber un afecto. Uno puede interactuar con alguien en muchos órdenes de la vida (tomándose un café, en una comida de negocios, jugando al mus, trabajando puerta con puerta…) sin que el afecto sea especialmente manifiesto, pero una interacción sexual es algo distinto a todo eso. Una interacción sexual no es que exija «amor» pero sí la presencia, por tenue que sea, de su posibilidad. Simplemente, el hecho de que entre todos los posibles, y de todos los momentos posibles, escojas a este tipo ahora para mostrarle el culo ya implica haber establecido una jerarquía, entresacarlo de lo común, diferenciarlo del resto. Y si algo es en origen el amor es esa jerarquización de los afectos.

Sobre la cita de Gabo

La cita de Gabo quedaría, en principio, a medio camino entre Marx y Amezúa. La clave de «El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor» está en «no le alcanza». Salvo que entendamos «no le alcanza» en su acepción de «no llega», «carece» y no en la de «no es suficiente», no dice que el sexo es un consuelo para aquel que no ama (con lo que, además de diferenciarlos, dejaría lo primero como un mal sucedáneo de lo segundo), sino que indica que lo es cuando «no le alcanza (en plenitud)», es decir, que es un consuelo cuando ya amando ese amor no es lo suficiente sin esa complementariedad del follar. O, dicho de otra manera más radical y personal (que Gabo me perdone): un amor completo en sí mismo no requiere necesariamente del sexo (entendido como la noción de «follar» que creo que es la que aquí emplea García Márquez). Un amor pleno no necesita «consuelo» alguno. Puede sonar fuerte, lo sé, pero también es recurrente a poco que se desgaste una un poco la vista analizando en consulta formas de asociación afectivas. Muchas parejas maduras se aman profundamente sin interactuar sexualmente entre sus integrantes y eso no es tanto una rareza como una norma. Pareciera que cuando el amor «si les alcanza», no es prioritario el «consuelo» del sexo. Esto que indico no significa, por aclarar, que individualmente los miembros de la pareja que se aman ya no necesiten necesariamente desplegar su propia sexualidad, con otros cuerpos, por ejemplo, sino que, en la propia asociación amorosa el «sexo», puede ser reemplazado por otras muestras de afecto, comprensión y ternura.

Conclusión

Hemos mencionado que la recurrencia de citas sobre la relación sexo/amor (Woody Allen es especialmente ingenioso en abordar esa dupla) es porque lo que es de verdad recurrente es nuestra preocupación sobre la citada relación. Tener dificultades, y todos las tenemos, en encuadrar conceptual y emocionalmente lo uno y lo otro es fuente de muchas problemáticas, pero también la manifestación de nuestra complejidad y de nuestra erótica necesidad de saber desentramar el sentido del otro y de uno mismo. Mientras lo logramos, me permito un consejo: no está de más leer a Gabriel García Márquez.

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