Frases de sexo

Citas célebres para entender mejor el sexo: Gloria Leonard

«La diferencia entre la pornografía y el erotismo es la iluminación».

Gloria Leonard

A vueltas con el porno, esta vez a través de una apreciación de Gloria Leonard. Esta señora no era una cualquiera para emitir juicios sobre la cuestión pornográfica. Norteamericana, nacida en 1940 (falleció en 2014) y de nombre Gale Sandra Klinetsky (Gloria Leonard era su pseudónimo), pasó gran parte de su existencia vinculada de una manera u otra a esa poderosísima industria de la pornografía: fue actriz durante diez años y en decenas de películas, directora cinematográfica, editora responsable de la revista de desnudos, High Society, activista política por la libertad de expresión y los derechos de las mujeres y, entre otras iniciativas profesionales, se la considera la creadora del modelo de negocio de las líneas telefónicas eróticas. Así que, como apuntábamos, si alguien con ese bagaje dice algo sobre el porno, la escuchamos.

Gloria Leonard

Análisis de la cita

Lo ingenioso de la sentencia es que establece la tan traída diferencia entre ambos conceptos, erotismo/pornografía, en una cuestión aparentemente simple como es el recurso técnico de la iluminación. Naturalmente, la iluminación es una atinada metáfora de lo «explícito». Si muestras mucho, es porno, si muestras poco es erotismo…más o menos lo que todos ya sabemos.  Pero, vamos a intentar darle una vuelta más a esta cuestión.

Al porno se le atribuye, no sin razón, el haber devenido, por su accesibilidad en nuestros días o porque satisface de manera inmediata un deseo libidinal (y demasiado cercano a lo pulsional) de satisfacción, una especie de escuela para bisoños de cómo se establecen las relaciones carnales entre los sexos. Y como escuela es la peor.

Y como modelo para personas que se están iniciando en su propia sexualidad, es peor que peor. Pero su entronización como ilustración de las interacciones sexuales tiene algo todavía más preocupante: da demasiada luz a lo que debería permanecer sombrío. Agosta la planta. Le quema las hojas y seca las raíces. Hace infértil la tierra, limitando su capacidad para que emerja la vegetación. Hace explícito lo que debería quedar en parte implícito. Una interacción sexual es un «misterio» (del deseo, de los afectos, del otro inalcanzable) y, en cuanto tal, lo mistérico es condición de posibilidad de que pueda darse.

Sin una cierta «sacralidad», sin una cierta condición de «enigma», follar deviene algo que puede ser alguna cosa, pero que no es follar. Es como si para los que tienen un sentimiento religioso y creen en un Dios con las características que sea, les pusieras a ese Dios todos los días delante para tomarse un café, para discutir con él de fútbol, política o de los modelitos que mejor te quedan. Como si lo hicieras perpetuamente presente.

Al poco de tratar con él, estas personas que tenían un sentimiento religioso perderían la fe, dejarían de establecer una correspondencia simbólica con su Dios por estar este demasiado cerca, demasiado accesible, demasiado «iluminado».

Woody Allen lo expresaba bien en otra sentencia que ya analizamos en otro sentido: «Añoro los tiempos en los que el aire era limpio y el sexo sucio». Por «sucio» no debe entenderse solo que manche (que afecte), sino que está recubierto por algo, que no se muestra límpido, evidente, explícito. Transparente por demasiado iluminado.

Los que me conocen saben que, con eso que digo, no estoy haciendo una apología a abrocharse el último botón del cuello, a que la falda no sobrepase el tobillo, a que antes de tocarse la mano hagan falta diez años de noviazgo o a volver a los abominables tiempos en los que nuestra condición sexuada era concebida no como un valor sino como un maquiavélico engendro del diablo. A volver a los tiempos oscuros. La oscuridad perpetua también agosta la planta y arrasa con el sustrato. Una cosa es el misterio y, otra, la más atroz represión. Una cosa es tener la suficiente madurez como para proporcionarle al deseo la posibilidad de descubrir y otra es esclavizarse a un orden moral mortificador, que pretende controlar, castigar y sancionar cualquier acceso sensible.

Conclusión

El exceso de luz impide leer las palabras del mismo modo que si apagas cualquier punto de luz. Y lo nuestro es un leer, un interpretar continuamente al otro. Un palpar más que un tocar, un rozar más que un apretar, un proyecto más que un destino. Lo contrario es la vocación puritana de erradicar cualquier ambigüedad, de hacerlo todo inequívoco.

Algo, ese puritanismo, que acecha continuamente, tanto a la esencia misma del porno como a sus más acérrimos detractores. A algunos les puede chocar esto de que el porno es, en su fundamento, puritano, pero comprender eso, quizá, les ayude a entender el fenómeno del porqué el país más puritano del mundo (EE.UU.) es, a la vez, el mayor productor de ese mismo mundo y, de largo, de porno.

Así que, sí, Gloria, el porno es cuestión de iluminación, de tanto exceso de iluminación que dan ganas de pegarle una pedrada a algún foco, no para convertirlo en erotismo, sino para convertirlo en sexo.

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