Una pulga se encontró con un piojo:
—¿A dónde vas?
—Voy a pasar la noche en el coño de una mujer.
—Bueno, yo me meteré en su culo.
Y se dispersaron. Al día siguiente se volvieron a encontrar.
—¿Cómo dormiste? —preguntó el piojo.
—¡Ni me preguntes! Tuve tanto miedo… Un hombre calvo se me acercó y comenzó a perseguirme, salté y salté, y esto y aquello, y continuó persiguiéndome. ¡Y luego me escupió y se fue! ¿Y tú?
—Bueno, dos tocaron a mi puerta, pero yo me escondí, tocaron, tocaron, y luego se fueron.
Seguro que conoces este chiste verde o alguna de sus variantes, porque es un clásico. Lo que quizá no sepas es que, en realidad, no es un chiste popular español, sino un cuento tradicional ruso de la provincia de Voronezh, titulado El piojo y la pulga, que Alexander Nikolaevich Afanasyev incluyó en Russkie zavetnye skazki, una antología de relatos satíricos, pornográficos y anticlericales de tradición oral, que estuvo prohibida en Rusia durante más de 100 años.
Aleksandr Nikoláyevich Afanásiev en la Rusia zarista
Aleksandr Nikoláyevich Afanásiev nació el 29 de junio de 1826 en Boguchar, en el seno de una familia de clase media ilustrada, con intereses culturales refinados. Tras estudiar en Vorónezh y terminar la carrera de Derecho en la Universidad de Moscú, trabajó como profesor de Historia Antigua en esta, pero un encontronazo con Serguéi Uvárov, ministro de Educación y escritor, le valió su expulsión y el comienzo de un cúmulo de desencuentros con la autoridad zarista.
En el siglo XIX, Rusia era un vasto imperio gobernado por una autocracia absoluta, en la que los zares concentraban todo el poder y controlaban cualquier intento de reforma liberal a través de la censura y la policía secreta, que vigilaba especialmente a los intelectuales y disidentes. La sociedad estaba dividida en estamentos rígidos en un régimen de autocracia y servidumbre: la nobleza (que nadaban en la riqueza gracias a sus tierras, privilegios legales y el acceso a la corte imperial) y el pueblo (siervos, campesinos, obreros, artesanos, pastores…), que vivían en condiciones miserables, sin presente ni futuro, aplastados por el poder del Zar, los nobles y los terratenientes
Tras su injusto despido, Afanásiev encontró su verdadera vocación: el periodismo, la investigación etnográfica y la recopilación de cuentos del folclore eslavo, que corrían el riesgo de desaparecer porque eran de tradición oral y no habían sido pasados al papel. Su nuevo trabajo en el Archivo Central del Ministerio de Asuntos Exteriores le permitió tener acceso a valiosos documentos y el apoyo de la Sociedad Geográfica Rusa, de la que era miembro, le dio alas para recorrer, a partir de 1850, provincias enteras de la antigua Rusia, recabando historias de tradición oral que comenzó a publicar en sucesivas recopilaciones, que le erigieron como un reputado folclorista, como había sido Félix de Samaniego en España.
La voz del pueblo ruso
A pesar de las similitudes entre ambos autores, el estilo de Aleksandr N. Afanásiev no es ilustrado, sino fiel a la voz del pueblo ruso, a la oralidad de sus historias; no las adaptó, embelleciéndolas o dotándolas de un tono literario o moralista, sino que respetó las estructuras narrativas originales, el lenguaje popular de las aldeas y su estilo directo, sencillo, crudo, escatológico, sexual, ancestral, vivo, sin caer en eufemismos, como si siguieran contándose en tabernas, en celebraciones campesinas, en reuniones de amigos frente al calor del horno.
En palabras de Vladimir Propp, folclorista y lingüista ruso, autor de Morfología del cuento (1928): «Los cuentos populares rusos, de Alexandr Nikoláievich Afanásiev, constituyen un libro popular en el sentido más amplio de este concepto. Gracias a Afanásiev, el lector vio por primera vez el cuento ruso en toda su riqueza y toda su diversidad, en su belleza genuina, sin afeites ni amaños». Propp destaca que, a diferencia de otros autores previos, que adaptaban los cuentos o los estilizaban por considerarse «cuentos del mujik» o cuentos campesinos, sin valor cultural alguno, sin «derecho de ciudadanía literaria», Afanásiev respeta su esencia, espíritu y estilo, transmitiéndolos como se transmitieron durante generaciones.
Este estilo, despreciado por los burgueses y las clases altas, se ganó el respeto y la admiración del pueblo, en especial con la publicación en 1859 de Leyendas populares rusas (Narodnye russkie legendy), 33 relatos (conseguidos, en parte, gracias a la contribución de Vladímir Dal, considerado uno de los grandes pilares de la cultura rusa del siglo XIX), que giran sobre los grandes misterios de la vida (bien, mal, origen, muerte, pecado, redención), mezclan lo sagrado y lo profano (personajes bíblicos, santos, demonios, castigos divinos, etc.) y reflejan las creencias y fantasías del campesinado ruso.
El problema es que las Leyendas populares rusas también mostraban el desprecio que el pueblo sentía por los grandes señores, terratenientes y, sobre todo, los representantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que servían a los intereses absolutistas del Zar y reforzaban su control religioso y social, mientras que en su vida privada eran egoístas, degenerados, corruptos y avariciosos.
Como era de esperar, el libro fue prohibido en 1860 por ser (según el fiscal general del Santo Sínodo) «sacrilegio y profanación impresos» contra los que se debía proteger «a la religión y la moral». Porque una cosa era que el pueblo contara estas historias al calor de la lumbre, generación tras generación, y otra muy distinta que un intelectual reputado las recopilara y plasmara en papel, dotándolas de importancia.
Russkie zavetnye skazki
Como no podía ser de otra manera, Aleksandr Nikoláyevich Afanásiev también recopiló otro tipo de cuentos de tradición oral, más procaces, eróticos y cómicos. Las historias (satíricas, toscas y burdas) incluían todas las prácticas sexuales imaginables entre campesinos, criados, sirvientes, nobles, burgueses… y animales antropomorfizados, como gatos, zorros, lobos o insectos.
«Un día, el coño y el culo discutieron entre sí, ¡y armaron tanto alboroto que sacaron a los santos! El coño le dijo al culo:
—¡Será mejor que guardes silencio, bastardo! Sabes que un buen huésped viene a verme todas las noches, y en ese momento, solo te tiras pedos.
—¡Oh, vil bastardo! -—le contestó el culo—. Cuando te están jodiendo, tu baba fluye sobre mí, ¡y me quedo callado!»
Según Jack V. Haney, la primera mención conocida de estos cuentos data de 1856, cuando Vladimir Dal escribió a Afanasiev sobre la pertinencia de su inclusión en la colección oficial de cuentos populares rusos de este, no tanto porque fueran eróticos y procaces, sino porque eran irreverentes y anticlericales, ya que los protagonistas destacados eran los miembros (nunca mejor dicho) de la Iglesia Ortodoxa Rusa: los popes, tan viciosos e hipócritas como los representantes de la Iglesia Católica de las historias obscenas de El jardín de Venus, de Samaniego.
Una crítica mordaz, burlesca y provocadora, en la que no solo se ridiculizaba al clero, sino que se mostraba sin tapujos su verdadera naturaleza pecadora: gula («Donde hay un pope, allí hay comida»), avaricia («Escucha al pope, pero mira en tu bolsillo») y, claro está, lujuria.
«Un campesino va a confesarse y le dice al pope: —Padre, he pecado con la mujer del molinero.
El pope suspira y responde: —Hijo mío, eso es grave… ¿y no sabes si ella estará libre esta tarde?»
Aunque estos relatos circularon solo entre círculos íntimos del autor, el pecado de la ira de la Iglesia Ortodoxa no se hizo esperar y aplastó, con la ayuda del aparato censor zarista, a Aleksandr N. Afanásieval, al que ya se consideraba subversivo por su cercanía a ideas progresistas y a pensadores radicales como Aleksandr Herzen.
Marginado institucionalmente y sumido en la pobreza (incluso tuvo que vender su biblioteca personal), Afanasiev falleció de tuberculosis el 23 de octubre de 1871, en Moscú, a los 45 años.
Apenas un año después de su muerte, sus cuentos prohibidos fueron publicados en Ginebra (sin identificación de editor, fecha, ciudad ni autor), bajo el título Russkie zavetnye skazki (que podría traducirse como Cuentos íntimos/secretos/vedados rusos), probablemente por iniciativa de círculos de exiliados rusos en Europa, como N. P. Ogarev, Herzen y Kasatkin (amigo de Afanásiev).
Reivindicación del legado del juglar ruso
Tras la Revolución de 1917, la figura de Afanásiev empezó a ser reivindicada por estudiosos del folclore y la literatura, por su aporte fundamental a la cultura popular rusa. No obstante, el manuscrito Narodnye russkie skazki ne dlia pechati (Cuentos populares rusos no destinados a la imprenta), con los 158 relatos eróticos y anticlericales recopilados por Afanásiev (Russkie zavetnye skazki), proverbios obscenos, canciones escabrosas, trabalenguas, encantamientos y otros textos populares, no fue publicada oficialmente en Rusia hasta 1992, en esta edición ilustrada.
En cuanto a España, la primera edición de Russkiia zavetnyia skazki (traducida por J. Garrote) fue publicada por Mestas Ediciones en noviembre de 2002, con el título Cuentos prohibidos rusos, de Aleksandr N. Afanásiev.
Hoy en día está descatalogado, pero puedes conseguirlo de segunda mano o leerlo, en su idioma original, en este enlace.
Recibe más artículos como este en tu email (es GRATIS)