Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: «Pleasure», el éxito de llevarla doblada dentro

Hay críticas de obras culturales que deben olvidarse del estilo y juzgar el discurso, ser incluso moralistas. Despreocuparse del cómo decir y abordar el qué narra. Esto suele acontecer con las obras que son poderosas. Con las que traspasan la retina y se agarran a la mirada. Frente a un cuadro de Turner, valga como ejemplo Tempestad de nieve sobre el mar, uno no se detiene en el estilo o en la paleta cromática, sino en lo que es una tempestad.

Cuando en el arte alguien se detiene en cuestiones estilísticas es porque, o bien quiere copiarlo o bien porque la técnica es tan mala que ha apagado el discurso, porque el decir ha tapado lo narrado o porque la pirotecnia intenta disimular que nada hay que narrar. Lo de, parafraseando a Mc Luhan, el medio es el mensaje, es cosa muy cierta en la comunicación y muy cuestionable en el arte. Con un «¿Lo cualo?» ante la pregunta de qué hora es, obtienes dos resultantes: saber con quién comunicas (el medio sí es el mensaje), y segundo, que la hora que es deja de importarte. La forma hunde en la más siniestra miseria al fondo. Esto no sucede con Pleasure, la obra cinematográfica de Ninja Thyberg, estrenada en 2021, que te sumerge en el fondo, mientras olvidas la forma, que hace que la tempestad te empape sin preguntarte siquiera cómo está pintado el cuadro.

Pleasure

Introducción sobre la pequeña historia de la película

Del mismo modo que Turner, a buen seguro, pintaba sus tempestades mientras le caía el cielo encima, casi diez años de inmersión en la emblemática industria del porno empleó la directora para preñar de matices un discurso sobre esta actividad, que tuvo como primera conclusión un corto presentado en 2013, con el título también de Pleasure.

Una profunda inmersión que fue variando el sentido que Thyberg generaba sobre el porno: por lo que cuentan, pasó de ser una acérrima feminista anti porno a una defensora del discutiblemente llamado «porno femenino». Pero nos importa un bledo cual sea el sentido ideológico que la creadora tiene sobre ese fenómeno, del mismo modo que nos importa muy poco si Homero sentía inclinación por unos u otros. El porno que presenta la directora es el porno, no una visión ideológica del porno. De hecho, hasta el elenco de la película son todos actores o personajes de la industria pornográfica estadounidense. Todos salvo la protagonista, Sofia Kappel, aunque nadie, de puro salirse en su forma de interpretar, lo diría. Pero, a servidora, hasta la veracidad del porno en esta película le importa un bledo y lo que me resulta más sugerente no es un recorrido documental sobre el porno o sobre las estructuras psíquicas que lo mantienen, sino otra cosa… Volveremos brevemente a ello más adelante.

Sinopsis

Bella Cherry (nombre de guerra) es una joven chica sueca de 19 años que acaba de llegar a Los Ángeles con el poco modesto propósito de convertirse en la más radiante estrella del porno.

Vemos sus titubeos y frustraciones, su ambición y su inestabilidad sobre el sentido del límite, la vemos romperse y recoserse, equivocarse cuando cree que acierta y acertar cuando cree equivocarse. La vemos depilarse el pubis, llorar, ser violada, planear estrategias, hacer del sexo, como diría el bueno de Efigenio Amezúa, «el destrozo del sexo»,  tener una meta y correr en dirección contraria, ser catalogada y ser objeto de duda en la catalogación («A ti te pasa algo y no sé exactamente qué es»),  tener amigas fracasadas y dejar, tras elegir, de tenerlas por fracasadas; fijar un ideal en forma de chica modelo y descubrir, como las mariposas nocturnas, que esa luz no es la luna, sino el faro del Chevrolet, tantear y tontear con lo que le es propio… y la vemos, también, meterse dildos (y pollas a pares) por el culo.

Tráiler

Análisis

Con esto último me quedo. Tras una crisis, de estas sangrantes que conllevan irremisiblemente el intentar alcanzar la propiedad de una misma, Bella decide ir a por todas. Ir a por todas en su ámbito de movilidad es introducirse analmente primero un plug grande, luego otro enorme y finalmente un tercero monstruoso, todo ello con el objetivo de poder hacer una escena interracial en la que le van a entrar dos descomunales pepinos por aquel lugar que los argentinos llaman el orto. Todo para rodar la escena que la encumbrará en la gloria. La que le dará el éxito. Y esa creo que es la gran lección de la película: no tanto cómo es el porno y sí mucho el por qué refleja tan bien nuestras sociedades y, sobre todo, cómo entendemos en nuestros días el éxito.

El éxito es la pregunta (y la respuesta), el sentido (y el sinsentido) que, a mi entender, guía a Bella desde la primera escena hasta la última. Desde que se sube al tiovivo hasta que se baja del coche. Y la conclusión es clara: el camino del éxito es que te den por el culo. Podría decirse que ese es el «recto» camino. «Tú tranquilo…», cuenta el chiste malo sobre la conversación de un tipo con otro, «si te agachas, miras para atrás y ves que tienes cuatro huevos, no es que te pase nada, es que te están dando por el culo». Que estás en el camino para lograr la presea del éxito. Y que además ya ni notas cuando te sodomizan. Pero sucede que, si bien esa es la metodología (junto al idiotizarte, que recomiendan todos los manuales de autoayuda), no es por sí misma garantía del éxito: hay billones de sodomizados cada día a las seis de la mañana que no gozan con la erótica y, además, que no alcanzan el éxito. Son los márgenes, los que los ideólogos del American Dream catalogarán de «losers», muchos de aquellos que no han dilatado suficiente o han tenido alguna cortapisa ética: mal invento ese de la ética para el éxito de nuestros días.

Pero es que, además, el significado de éxito se ha malbaratado de tal forma que hoy es, para la inmensa mayoría de todos nosotros, el escalón inmediatamente siguiente, casi a la par, de la subsistencia. Éxito tiene el que consigue dar una educación a sus hijos (para que puedan trabajar), el gastarse un pastizal en un máster (para que vean lo que estás dispuesto a sacrificar los que te permiten trabajar), afrontar con el coste de tu vida una vivienda (donde dormir antes de ir a trabajar) o adquirir un vehículo (para ir a trabajar). Lo verdaderamente curioso del «exitoso» reside, y Bella finalmente lo comprende, en dos cuestiones: la primera es que uno va y se siente orgulloso de ser la criatura más servil y esclavizada de la creación; la segunda es que siendo un esclavo se percibe a sí mismo como soberanamente libre. Libre después de haber realizado aquello que Spinoza enunció en el prólogo de su Ética: «…Y que luchen por su servidumbre como si se tratara de su liberación». Ya el mismo hecho de creerte que eso que has conseguido es éxito después de habértela comido entera, de ser el rey de los sumisos, el magnate (esclavo) de los esclavos, debería hacernos reflexionar, como le sucede a Bella, sobre qué carajos entendemos hoy por «éxito», a quién le interesa y por qué. A esa sumisión incondicional la llaman esfuerzo y sacrificio. En realidad, es solo sumisión, entrega devocional al amo, sacrificar la existencia en nombre de una palmadita en las nalgas.

Conclusión

Última escena de la película. Viene el spoiler. Bella es ya un trofeo aburrido, pese a que ocupa la mesa de los elegidos junto al Padre (el pope de los productores porno) y la morenita que ha sido su ideal y que ahora detesta tanto como a ella misma. Observa a cierta distancia a su antigua amiga divirtiéndose, la fracasada a la que no dudó en sacrificar cuando tuvo que decidir entre el éxito y ella. Se observan y se juzgan. Sube a la lujosa limusina junto a la otra estrella del porno. Piensa y vuelve a pensar. Le exige al conductor que detenga el vehículo. Abre la puerta y se baja del coche. Abandona el diabólico mecanismo ideológico que le hizo creer que allí donde le llevaba era el éxito y no la estupidez.

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