Relatos gay

Relatos ero gay: Sexo en la playa – Relatos eróticos cortos

Navega en las sutilezas del flirteo veraniego con Miradas cómplices y en la pasión del sexo playero más desinhibido en Miradas indiscretas. Ya sabes, los cómplices no necesitan hablar y a los indiscretos no les importa que los miren…

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Relatos ero gay: Sexo en la playa

Miradas cómplices – Relato corto gay (1)

He captado tu mirada a través del mar de gente.

Tú también has captado la mía. Lo sabes. Pese a que mis ojos quedan ocultos detrás del cristal tintado de las gafas de sol polarizadas. Hay algo que ambos comprendemos, que ambos hemos reconocido en los movimientos del otro, en la forma de mirarnos. La sutil diferencia de la mirada que se detiene una centésima de segundo más de lo habitual.

Yo hablo con mis amigos bajo la sombrilla, tú lees tu libro tumbado en la toalla unos metros más allá. Fingiendo una normalidad que solo nosotros sabemos que es falsa, porque desde el instante mismo en el que nos hemos encontrado, el resto ha dejado de tener importancia.

¿Hace cuánto que no pasas de página? Sin embargo, sí que has pasado tus ojos por mi mandíbula, por mis labios, por la curva de mis hombros… ¿Y yo? ¿Hace cuánto que no participo en la conversación? Río cuando ellos ríen, pero mis ojos (ocultos tras los cristales tintados) perfilan tu figura, tu espalda arqueada, tu trasero oculto por el bañador.

E igual que tú lees a través de mi ropa, yo te perfilo desnudo. Y lo sabes, sientes mis ojos rozándote desde la distancia cuando, sin apartar la mirada, te reajustas el bañador. Un gesto que pasará desapercibido para el resto de personas en la playa, pero no para mí, que veo con claridad lo que escondes debajo. Cuando yo me levanto para sacudir la toalla, apenas consigo disimular la excitación; algo que ninguno de mis amigos ha notado, pero que tú miras con una sonrisa ladeada mientras te muerdes el labio.

He captado tu mirada y tu interés. Igual que tú has captado el mío.

En este juego de sutilezas invisible, desde la distancia nos lanzamos una mirada cómplice. Las dunas donde vamos a gemir, y los que se esconden tras ellas, masturbándose febrilmente cuando nos vean, también serán cómplices.

Miradas indiscretas – Relato corto gay (2)

Camino entre las dunas de Punta Candor, siento cómo el sol quema mi piel. Me encanta la sensación de sentir la brisa del mar en mi cuerpo desnudo. Yo y el mar, yo y el sol.

No hay mejor sitio en Cádiz para disfrutar de un día de playa en buena compañía.

Junto a mí, en bici, pasa un chico joven en dirección al parking, a la carretera. Nuestras miradas se cruzan, aunque la suya no se detiene en mis ojos, sino que, en el breve lapso de tiempo que tenemos antes de que quede a mi espalda, desciende como el aceite por mi pecho y abdomen, hasta llegar a mi polla.

Sonrío, divertido. Más aún cuando la bici se detiene un segundo después de sobrepasarme. Yo también me detengo y miro por encima del hombro; el chico no tarda en aproximarse. Sin mediar palabra, dirige la mano a mi incipiente erección, deja caer la bici y posa sus labios en los míos. Bien, me gusta, nada de fingir cuando ambos sabemos que queremos beber del otro.

Porque su boca es agua en esta playa de dunas.

Se arrodilla sin apartar la mirada de mis ojos, se quita la camiseta y se baja el bañador. Percibo a medias la verga que surge de él, pero pronto desaparece de mi vista cuando el chico se mete la mía en la boca.

Benditos universitarios que no quieren perder el tiempo.

Entre las dunas, entreveo alguna mirada indiscreta, algún curioso que nos mira con gafas de sol desde los árboles cercanos. Sonrío y aprieto la cabeza del chico contra mi entrepierna, hasta que mi erección desaparece por completo en su boca. Él gime, yo también. Y mi polla reaparece perlada por su saliva.

Con el calor del sol anclado en sus ojos, se yergue para volver a besarme. Y yo bebo de él, me sumerjo en el mar de su cuerpo, de sus labios, de su torso desnudo y de su erección palpitante.

Cuando me introduzco en él, los curiosos ya no fingen indiferencia, sino que tienen los ojos clavados en nosotros, pendientes de sus gemidos, de su espalda arqueada y de mi cadera que se acerca y se aleja de su cuerpo a un ritmo cada vez mayor, frenético. Cuando él se corre sobre la arena, hasta el sol parece brillar más fuerte. Cuando yo llego al orgasmo dentro de él, el mar truena embravecido.

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Nos despedimos con una sonrisa, igual y distinta a la que nos hemos dirigido en el saludo. Y la brisa marina se levanta, en calma, recordándome lo mucho que me gusta sentirla sobre mi cuerpo desnudo. Y el sol acaricia mi piel con su tacto ardiente. Yo y el mar, yo y el sol.

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