Relatos eróticos

Relatos ero: Técnica del vacío – Relatos eróticos cortos

Con mucho humor, Brenda nos regala estas dos historias cortas con la técnica del vacío como punto en común.

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Relatos eróticos

Secuelas de la literatura decimonónica – Relato erótico corto (1)

—He atravesado océanos de tiempo para llegar hasta ti.

—Ay, qué lindo. Me encantó la película,  ¿sabías que la frase no aparece en la novela?

—Callad, callad, os lo ruego, que nada, ni siquiera vos, perturbe este instante, pues es menester que revele mis sentimientos, antaño domeñados por mi temor al rechazo.

—Estás hablando rarísimo.

—Porque fingía ser quien no era,  empleando palabras fatuas acordes con este tiempo que nos ha tocado vivir. Ahora, heme aquí, un simple mortal que, guiado por el hilo rojo que pendía entre nuestras manos, ha salido del laberinto en el que languidecía como Teseo.

—Me estás poniendo nerviosa.

—¿Cómo no estarlo? Me habéis confesado el deseo de yacer a mi lado. No temáis, pues el ardor es mutuo. Veámonos tal y como proponéis, cuando los hados sean propicios, y permitidme despojaros de los ropajes que celan vuestra hermosura para deleitarme ante la belleza de un cuerpo que, estoy seguro, desafía al de Afrodita. ¡Voto a Dios!, que mis dedos  peregrinos transitarán todas las sendas de vuestra piel nívea, hasta llegar al santuario de las anheladas partes pudendas…

—Partes pudendas.

—… cubiertas de vello ensortijado que oculta como finas briznas de hierba vuestra sonrosada flor.

—Me gusta depilármelo al estilo brasileño.

—Y, como un colibrí, revolotearé sobre sus pétalos que se rendirán al tremor de mi lengua, mostrándome el botón humedecido por el rocío de ambos anhelos. Y cuando el mío torne voraz, vuestra flor será fruta del árbol prohibido que paladearé, lameré, morderé, chuparé enfebrecido, concupiscente, inmisericorde, alimentándome de su jugo hasta que mi hambre sea saciada.

—Manolo, entiendo que estás documentándote para tu tesis, pero te  voy a bloquear.

—No, no me privéis de vuestra presencia, os lo ruego.

—«Esta persona no está disponible en Messenger».

—Ramera.

N. de la A.: «He atravesado océanos de tiempo para llegar hasta ti». Drácula. Francis Ford Coppola.

Rebelión contra las máquinas – Relato erótico corto (2)

¿Revolución sexual? Revolución industrial, eso es lo que es, pensó, indignado, cuando pilló a su media naranja sopesando las bondades de un masturbador de clítoris en la web de una conocida marca de juguetes sexuales.  «Ondas sónicas, en lugar de vibraciones convencionales […] no entra en contacto con el clítoris, por lo que no lo irrita […] nuevo clímax extendido tras una sensual excitación progresiva […] 100% sumergible […] recargable por USB». «El futuro del placer sexual». ¿El futuro? Claro, como no llegan reventados de trabajar ni les gusta el fútbol ni les apetece una cerveza… Si tuvieran Inteligencia Artificial, lo mismo se rebelaban al grito de «¡Pues a mí me duele la cabeza hoy!». Aunque tiene que reconocer que hace mucho que no le come el coño en condiciones. Y no es porque no le guste, no, sino por pereza. Mucho más cómodo que ella le haga una mamadita y luego le monte, dónde va a parar. Recreándose en la imagen, por un momento se siente tentado de hacerse el loco y dejar que ella encargue el juguetito de marras, pero luego medita sobre las consecuencias de la Revolución Industrial y… ¿Quién le asegura que ella no acabara sustituyéndole por una máquina o, peor aún, por un muñeco de esos de silicona que parecen de verdad? ¡Y eso sí que no! Debía evitar que se comprara el juguetito. Ya lo dijo el Tzu Sun… o el John Wayne, no recordaba: «Hay que atacar antes de que se armen, para pillarles con los pantalones bajados». Bueno, las bragas en este caso. Aunque no era una cuestión de atacar a lo loco, sino de atacar para vencer. ¿Con qué? Con una comida de coño memorable que dejara al Sona ese a la altura del betún, pero ¿cómo conseguirlo?

La respuesta se la dio, ironías de la vida, la misma página del enemigo en forma de artículo en el que una tal Brenda B. Lennox explicaba la técnica del vacío. «Los labios vaginales…blablablá… puedes chupar solo uno de ellos o toda la vulva… blablablá… aspira hasta apresar la carne y luego chupa rítmicamente…blablablá… no te centres en la cabeza del clítoris… blablablá…». Resumiendo: cómo chupar la concha (nunca mejor dicho) de los caracoles, pero sin masticarlos después, pensó. «¿Estáis preparados para volver loco a vuestro amante?» ¡¡¡SÍ!!!, gritó para sus adentros. «Pues pongamos manos boca a la obra». Y para allá que fue. Al salón, en concreto, donde su media naranja, ajena al peligro, miraba sin ver un reality de forjas. Antes de que se diera cuenta, la había tumbado en el sillón, quitado las bragas, separado las piernas  y abordado con la precisión de un orfebre.  Lamió, chupó, apresó un labio, los dos, el coño entero y no paró hasta que le suplicó que «porelamordeDios» parara, porque ya no podía más.

—Maquinitas a mí—susurró.

—¿Qué?

—Cosas mías.

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