Relatos gay

Mis sueños con Pablo – Relato erótico gay

Descubre en esta bonita historia una experiencia sexual muy especial.

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Mis sueños con Pablo

Pablo arquea su espalda y crispa las manos sobre las sábanas, cuando su erección desaparece por completo, una vez más, entre mis labios. Cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás y yo disfruto del perfil perfecto de su barbilla oscurecida por la barba de varios días.

No sé cuántas veces me he imaginado esta situación, cuántas veces he soñado con tener a Pablo para mí. Cuántas veces me he imaginado a qué sabrían sus besos, cómo se sentiría tenerlo así de cerca. Cuál sería su expresión al llegar al orgasmo. A qué sabría su semen.

Pablo y yo nos conocemos desde hace años. Trabajábamos en la misma empresa, apenas unos becarios diseñando piezas de carrocería, recién salidos de ingeniería. No fue difícil que surgiera la amistad entre nosotros, teníamos bastantes cosas en común. Excepto una en concreto que, si bien no suponía un problema, siempre deseé tener en común.

Y es que, cuando salíamos de fiesta juntos, él se perdía en los ojos de alguna chica que bailaba en la pista y yo no podía dejar de imaginar qué se sentiría siendo esa chica que consigue bailar pegada a él. Y siempre había una chica. Pablo es guapo, tiene la capacidad de que toda la ropa le quede bien y marque un cuerpo delgado y fibrado por pura genética; Pablo habla y te sientes atraído por su voz, embelesado y dispuesto a escucharle. Pablo sonríe… y no puedes más que devolverle la sonrisa.

Cuando salíamos de fiesta, él se perdía en los ojos de alguna chica y, como ya habrás adivinado, ella siempre se perdía en los ojos de él. Las envidiaba y me alegraba por él a partes iguales, mientras, en secreto, era incapaz de refrenar mi imaginación y soñaba con el día en el que Pablo me buscase a mí, bailase junto a mí, pegase su cadera a la mía y sintiese su cuerpo duro bajo la ropa pegado al mío. Soñaba, mientras mi mano agarraba mi erección palpitante, que Pablo me besaba y me mordía los labios y el cuello como había hecho con tantas delante de mí. Y nos perdíamos en algún sitio, él y yo solos, donde nos despojábamos de la ropa y nos comíamos a besos. A veces era capaz de mantener el sueño hasta el momento en el que Pablo se metía dentro de mí sin dejar de mirarme, con la firmeza y la dulzura adecuadas; otras muchas veces, no podía contener el orgasmo tanto tiempo.

Y así se mantuvo la situación incluso después de que yo cambiase de empresa. Seguíamos saliendo a tomar algo, no tanto de fiesta, para ponernos al día. Nos quejábamos del trabajo y disfrutábamos de volver a vernos aunque fuese una vez a la semana. Poco a poco, Pablo fue buscando menos los ojos de una desconocida, hasta que un día se quejó de lo mucho que hacía que no follaba.

—Pues será porque no quieres —dije con una carcajada. Pablo rio también.

­—Puede ser, pero es que me canso de ir saltando —suspiró—. Si al menos hubiera un poco de conexión con la otra persona, pero es que al final no hay nada, solo un polvo. Que está muy bien —se apresuró a añadir—, pero empiezo a querer un poco más.

No sé cómo terminó aquella conversación, pero sé que ese día fue la inflexión. Las siguientes veces que nos vimos, yo le preguntaba si había conocido a alguien, él lo negaba y tomaba un buche de cerveza resignado.

­—Es difícil conocer tías cuando no tienes tiempo.

Le tuve que dar la razón, porque yo tampoco disponía de mucho tiempo después de salir del trabajo y solía estar tan cansado, que lo último que me apetecía era ponerme a conocer más gente. Ya tenía suficiente con los amigos que tenía.

—Ah, pero ¿tú tampoco follas? Pensaba que con las apps y tal lo tendrías más fácil.

La pregunta de Pablo me pilló desprevenido. No se había interesado nunca por mi vida sexual, aunque solía señalarme si veía a algún tío guapo de fiesta que me mirase de más porque yo no solía enterarme (siempre más pendiente de él que del resto).

—Puede que lo tenga fácil. —Tamborileé sobre la mesa, pensativo—. Pero es que tampoco me apetece un polvo y ya está. Si por lo menos fuera alguien a quien conociera. Yo qué sé —dije, sin pensar demasiado y con la lengua rápida, por el poco de alcohol que había bebido—, si fuese alguien como tú que me cae bien y hay buen rollo, pues mira, pero alguien que no conozco de nada…

Los ojos de Pablo se achinaron apenas un milímetro ante la ligera mención de tener sexo, pero no hubo reacción más allá. No ese día, al menos. Aunque, poco a poco, sí que preguntó más. Si había conocido a alguien, y qué me gustaba y…

—Pero… ¿cómo es?

Me dio la risa ante su curiosidad por el sexo anal. Estaba girado hacia mí con la cerveza en la mano y las luces del local reflejadas en sus ojos. Y por primera vez no era yo quien miraba a través de ellos, sino que Pablo también miraba a través de los míos.

—Pues, no sé, a mí me gusta. Se siente bien ­—no podía parar de reírme de la vergüenza, de los nervios, de sentir los ojos de Pablo tan fijos en mí—. También te digo, el sexo entre dos tíos tampoco es tan distinto a entre un tío y una tía, eh. Que hay besos y roces y todo igual. Y los labios y la piel funcionan igual en todos.

—¿Tú crees? —Sus ojos destellaron al mismo instante que una sonrisa pícara aparecía en sus labios.

Todos mis instintos me decían que Pablo estaba buscando algo más, pero mi lógica me decía que aquello era un imposible. Pablo no había mostrado interés ni una sola vez en ningún tío en años, ¿qué había cambiado? Nada, debía ser fruto del par de cervezas que había bebido, que me hacían ver cosas.

Pero Pablo sí que sentía interés.

—¿Y crees entonces que una mamada es igual si te la hace un tío o una tía?

Sus ojos estaban tan fijos en los míos que tenían un efecto hipnótico. ¿Era esto lo que sentían las chicas que bailaban con él? ¿Esta atracción de la que era imposible escapar?

—Estoy totalmente seguro —respondí.

Después de aquello acabamos en su casa. El primer beso fue extraño, le hizo gracia sentir la barba, pero no le detuvo de volver a besarme, de pegar su cuerpo al mío, de dejarme quitarle la ropa poco a poco hasta sentarlo desnudo sobre la cama.

He soñado tantas veces con esta situación. Me he imaginado tantas veces a qué sabrían sus besos, cómo se sentiría tenerlo así de cerca. Cuál sería su expresión al llegar al orgasmo. A qué sabría su semen.

Pablo arquea la espalda y crispa sus manos sobre las sábanas, mira al techo y gime.

Ahora lo sé.

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