Tras La primera vez con una chica y El día después, el tercer episodio de esta intensa serie erótica se desarrolla sobre las arenas movedizas de una relación efímera y las expectativas de Venus sobre el sexo oral con otra mujer. La pasión oral y la fantasía de la divina O’Hara continúan en Volonté.
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Fotografía: YUKY LUTZ
Intercambio de fantasías (III). Pasión oral
Las promesas de la noche anterior rondaban mi cabeza, mientras recogía el camisón perdido en el salón. La idea de “devolverle” el sexo oral me ponía nerviosa; sabía que me arrepentiría si ella regresaba a Madrid sin que mi lengua hubiera rozado su sexo.
–¿Quieres ir a un ‘bar de chicas’ esta noche? –preguntó desde el sofá–.
De repente, el estrés de aquellos pensamientos se tornó en inquietud por visitar un pub de lesbianas en pareja. Ya había ido a locales de ambiente, pero jamás a uno exclusivamente para mujeres (¡y menos con una de la mano!). Definitivamente, la idea de salir de fiesta se consumó como algo apetecible; otra nueva experiencia en nuestro intercambio de fantasías.
–Vale –respondí con voz ligeramente temblorosa–.
–¿Sabes de alguno? –preguntó, clavándome la mirada–.
–¡No tengo ni idea! –contesté, regalándole una enérgica encogida de hombros–.
–Pues claro, ¡cómo lo vas a saber si eres hetero!

–Tranquila… –dijo al ver mi reacción, acercándose desde el sofá para darme un tierno beso en la mejilla–.
–Me encantan las mujeres heteros como tú, ya lo sabes.
–Bueno, yo no sé si soy hetero –dije antes de desviar la mirada–.
–Desde luego no eres lesbiana.
–Lo sé, pero creo que soy bisexual…
–¿Bisexual? –me preguntó enojada–. ¡Qué dices! O te gusta una cosa o te gusta la otra. Y es evidente que a ti te van los tíos. Todo esto es pura experimentación porque te encanta el sexo y punto. No te confundas –dijo mientras regresaba al sofá–.
Ahora sabía que no iba en broma, pero no quise reaccionar ante sus provocaciones. Tampoco pensaba explicarme, era evidente que no me entendía y que tampoco estaba dispuesta a intentarlo. Sin embargo, cuanto más me percataba de lo que distaba entre ambas, más aumentaba mi deseo sexual: lo ilógico de nuestra relación abría las puertas a un mundo salvaje repleto de nuevas posibilidades. Además, me sentía más segura ya que la cosa no iría a mayores; complicarse en un nivel emocional estaba completamente descartado.

Durante media hora, me sentí fuera de lugar como una niña perdida en mitad de un recreo sin saber a qué, ni con quién jugar. Por fin el local se empezaba a llenar, las bebidas a correr de mano en mano, al ritmo en que la música mejoraba canción tras canción. Yo observaba. Sorprendida por la cantidad de chicas femeninas, mis ojos se desviaban ineluctablemente hacia las andróginas. Si bien, lo que más extrañeza me causaba era la tentación que sentía por ligar. Fue la primera vez que entendí la desazón (¡y la matraca!) del comportamiento de los hombres en las discotecas. Había tantas mujeres bellas que sólo podía pensar en infidelidades… cuando ni siquiera ella era mi pareja.
El ambiente era más tóxico que el cubata que compulsivamente bebía; el morbo se estaba apoderando de mí. Las chicas se desataban y yo inicié el modo voyeur: me excitaba ver cómo se besaban y bailaban. Estaba claro que algunas eran parejas estables y otras simplemente se acababan de conocer. Sabía que tenía que volver allí otro día…

–¿Sabes que me encantas? –le dije–.
–¿A pesar de que somos la noche y el día?
–Sí, a pesar de eso –susurré con una sonrisa–.
–Tú también me encantas –respondió como una chiquilla que devuelve un cumplido con la ilusión de haber recibido los Reyes–.
–Oh My God! ¡Qué emoción! –le dije con cierto sarcasmo–.
–Pero nunca saldría con una chica como tú –aseveró, frenando cualquier deriva sentimental–.
–Tranquila, yo tampoco saldría con una chica como tú… –respondí, resuelta a devolver el pueril piropo con media sonrisa–.
En ese instante, agarró mis caderas y me empujó hacia ella, para besarnos apasionadamente en el centro de la pista de baile. Se había iniciado el modo exhibicionista, pero mi estado libidinoso dictó que aquello no iba a durar mucho…
–Vámonos a casa –le dije, comiéndomela con una mirada–.
Me empujó contra la pared del pasillo, casi sin darme tiempo a cerrar la puerta del apartamento. Su lengua se movía con fiereza dentro mi boca, mientras rompíamos los botones de nuestras prendas que, rápidamente, se iban esparciendo por el suelo de la entrada.

Sujetó mis muslos abriéndolos al máximo. Cada vez que gemía me mordía. Se acercaba a mi sexo… Por fin, noté su lengua titilar febrilmente sobre mi clítoris… El orgasmo era inminente. Tras los espasmos, grité como una loca sumida en el más intenso de los placeres. Ella frenó momentáneamente, pero no despegó su lengua. Tuve que apartar su cabeza porque, mientras recuperaba el resuello, ella volvía a lamerme como si la vida le fuera en ello.
–¿Qué haces? –preguntó con cierta frustración–.
–Ponte de lado.
Sin protestar, se giró hasta que formamos un perfecto 69. La cabeza sobre su muslo y mi lengua apasionadamente jugando con su vulva, intensificaban su excitación demorando el instante en el que alcanzaría su clítoris.
–Para, para –dijo, con la respiración entrecortada–.
–¿Qué ocurre? ¡Estoy disfrutando muchísimo! –exclamé confundida y dubitativa–.
–Lo sé, es que necesito controlar cuándo me corro…

Apagué la luz. En la oscuridad, mientras escuchaba su honda respiración soñolienta, me puse a pensar en todas las cosas que había descubierto aquel fin de semana. Sólo faltaban unas horas para despedirnos pero, en lugar de seguir aprendiendo, decidí que le iba a enseñar otras facetas sexuales en las que, quizás, yo volvería a ser su maestra.
Lee el último relato erótico de esta serie aquí: Intercambio de fantasías (IV). La alumna sumisa – Relatos eróticos lésbicos



