BDSM

¿Estoy mal de la cabeza si practico BDSM?

Recuerdo un día que charlaba con Dómina Zara, una pionera en el BDSM profesional en España. Ella, una mujer que se dedica a controlar, humillar y castigar a hombres sumisos, en un momento de la conversación y sin que yo le preguntara nada al respecto, dijo: «yo no soy dómina porque odie a los hombres ni ningún trauma por el estilo. Lo hago porque me gusta». Y esa frase, dicha sin venir a cuento, seguro que tenía detrás una historia, o muchas, de prejuicios.

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¿Estoy mal de la cabeza si practico BDSM?

Se sigue pensando que hay cierta relación entre practicar una erótica no convencional y las patologías mentales de menor o mayor intensidad. A veces, es un simple «muy bien de la cabeza no debe estar para que le guste más chupar un pie que un buen empotramiento», ignorando, por cierto, que no son cosas incompatibles.

No ayudan a romper el estigma algunos artículos pseudoperiodísticos ni ciertas películas y libros que siguen manteniendo esa relación. Puede que estéis pensando en el famoso y criticado personaje literario Christian Grey, que es dominante y tiene numerosos conflictos interiores causados por traumas infantiles. O en los protagonistas de la algo mejor valorada película «Secretary», en la que ella, que practica la sumisión, sale de una institución psiquiátrica en una de las primeras escenas del film.

El hecho de que las propias actividades eróticas alternativas estén clasificadas dentro de los manuales diagnósticos de trastornos mentales (DSM y CIE) como parafilias no colabora a normalizar estas prácticas. Aunque sea para decir que solo son un problema cuando causan un malestar clínicamente significativo, la asociación con la patología se sigue manteniendo.

La cosa, realmente, viene de lejos. El primero en hablar abiertamente de expresiones alternativas de la erótica fue Richard von Krafft-Ebing en su libro «Pshycopathia sexuales», publicado en 1886. La obra recogía una serie de casos clínicos de personas que se excitaban de alguna manera que, al estar alejada del coito reproductivo, se consideraba patológica. Además, esos casos clínicos se encontraban entre los pacientes del propio Krafft-Ebing, psiquiatra, por lo que en su gran mayoría presentaban alguna patología mental. De ahí, era fácil hacer la correlación entre patología mental y erótica peculiar, que otras publicaciones médicas siguieron manteniendo durante años.

No debemos olvidarnos, tampoco, de la influencia de las teorías de Sigmund Freud, que en su libro «Tres ensayos para una teoría sexual», de 1905, especificaba, básicamente, que cualquier cosa considerada un desorden en la sexualidad adulta se debía a algún problema en el desarrollo psicosexual durante la infancia. Por ejemplo, para el doctor del psicoanálisis, el fetichismo se desarrollaba por el complejo de la castración: ante el miedo por la pérdida del pene, el niño fijaba su atención en otro objeto sustitutorio.

En fin, de aquellos barros, estos lodos.

Pero más allá del estigma, la realidad dice otra cosa. El estudio Características psicológicas de practicantes de BDSM, realizado por dos investigadores de la Universidad de Tilburg (Holanda) y publicado en 2013, analizó las dimensiones de la personalidad de un grupo de personas aficionadas a esta erótica alternativa y lo comparó con un grupo control. Los resultados sugirieron que «los practicantes de BDSM se caracterizan por una mayor fortaleza psicológica e interpersonal y autonomía, en lugar de por características psicológicas desadaptativas».

Los autores del estudio, sobre la base de los resultados obtenidos, concluyeron también que «los datos no respaldan el supuesto persistente de que el BDSM está asociado con procesos inadecuados de apego durante el desarrollo (ya sea por antecedentes de violencia sexual o por otras razones)».

Y, en definitiva, afirmaron que «el BDSM puede considerarse como un ocio recreativo, en lugar de la expresión de procesos psicopatológicos».

Aunque el estudio advierte que podría haber un sesgo en la selección de los sujetos participantes, y por lo tanto hay que ser cautos a la hora de extrapolar estos resultados, son unos primeros datos para ir rompiendo estigmas.

En mi ámbito profesional y también en el personal, he conocido a muchas personas practicantes de eróticas alternativas y puedo asegurar que, en su mayoría, no tienen ningún trauma o trastorno. Es más, en el ámbito del BDSM son los primeros en afirmar que hay que estar muy sano mentalmente y tener las cosas claras para practicar juegos de dominación y sumisión. ¿Quiere decir esto que no hay trastornos entre los amantes del BDSM, del exhibicionismo, del voyeurismo o entre los fetichistas? En absoluto. Simplemente quiero decir, aunque no tengo datos aún que respalden mi teoría, que tienen la misma probabilidad de tener una patología mental que quiénes tienen una erótica tradicional.

Ya es hora de que vayamos, todos y todas, cambiando la mirada hacia las prácticas no convencionales. Deberíamos ir hablando de ellas más desde la sana diversidad que existe en la erótica y no asociarlas a patologías o perversiones. Y esto no es nada nuevo, ya lo dijo un pionero de la sexología, Havelock Ellis (1859-1939): «en sexología, hay más fenómenos cultivables que trastornos curables».

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