Frases de sexo

Citas célebres para entender mejor el sexo: Karl Kraus (2)

«No hay ninguna falta de deseo en un hombre que una nueva mujer no pueda solucionar».

Karl Kraus

Karl Kraus era un cachondo y, además, tenía la mordida de un perro de presa. De un perro de presa cabreado. Ejerció su labor periodística, dramatúrgica, poética y ensayista en ese peculiar momento, finales del XIX y principios del XX, en el que un imperio se desvanece (el austrohúngaro) y no se sabe lo que estaba por venir (nada bueno, por lo que la historia relata). Esos tiempos, muy similares a los nuestros, que los pastores llaman «lubricán»: aquellos, al anochecer o al alba, en los que por no haber suficiente claridad no se distingue al perro del lobo.

Karl Kraus (2)

Si por algo ha pasado a la historia la obra literaria de Kraus es por un género que desarrolló con una increíble sagacidad y talento: el aforismo satírico. No es la primera vez, si mi memoria no me falla, que nos ocupamos en esta sección de alguna de sus afiladísimas pedradas.

Sobre la cita…

Esta cita en cuestión no aparece registrada en diversas selecciones que de sus aforismos se han hecho, al menos no en las que tengo en mi poder, pero se le suele atribuir, creo, que con acierto.

Sucede muchas veces que pensamientos no expresados en la literalidad se atribuyen o se condensan como citas expresadas así literalmente y, aunque el autor no lo haya dicho nunca así, es un afinado compendio de su pensamiento. Pondré un ejemplo con el que me encontré hace poco. Dostoievski, por más que la gente lo crea y se repita como cita hasta la saciedad, nunca escribió literalmente: «Si Dios ha muerto, todo está permitido». Puedes leerte una y cien veces Los hermanos Karamazov en una, dos o tres traducciones distintas, y te volverás loca intentando encontrar la cita. Eso no implica que la sentencia no compendie perfectamente el pensamiento de uno de los protagonistas de la novela (Iván Karamazov), y sea fiel a la idea que quiso plasmar el propio Dostoievski, solo que alguien la escribió (Sartre, posiblemente en este caso) para sintetizar con más popularidad la tesis. Creo que en el caso de esta observación de Kraus estamos aquí, efectivamente, frente a una paráfrasis.

Análisis de la cita

Pero vayamos por la cita. Hay una primera lectura fácil y un tanto vaga, algo así como que los hombres son unos promiscuos de mucho cuidado, que lo único en lo que piensan es en follar y que no aceptan ningún tipo de compromiso por más que lo prometan (justo antes de follar).

Una especie de bestias aviesas por la novedad, incapaces de asumir maduramente responsabilidades. Pero cuando una ha leído un poco a Kraus y sabe de su compromiso ético y profundo con ese tiempo de crisis que le tocó vivir, la cita abre nuevas y más exigentes interpretaciones.

En primer lugar, que el género no condiciona el sentido de la sentencia. Kraus pudo referirse a los hombres cuando, en realidad, como él sin duda sabía perfectamente, también podía ser aplicado a las mujeres. Con lo que decir, «No hay ninguna falta de deseo en una mujer que un nuevo hombre no pueda solucionar», no cambiaría en absoluto el valor del aserto. Pero, si nos mantenemos en «hombre» como sujeto del predicado, aparece una curiosa reflexión: los hombres pueden perder el deseo sexual. Eso contradice la primera lectura que tildábamos de facilona y nos presenta una realidad que aparece con cada vez mayor frecuencia en consultas como un gran tapado: el deseo hipoactivo de algunos hombres.

A diferencia de las mujeres, que lo suelen tener más claro, a los varones a los que les pasa esta dificultad, se puede presentar de forma enmascarada: eyaculaciones sin control (por retardadas, pero también por precoces), disfunción eréctil, etc. Este enmascaramiento del asunto de fondo puede deberse a cuestiones culturales y que tiene que ver con un pretérito sentido de la virilidad que les exigiría estar siempre con la bayoneta calada.

Las causas de la pérdida del deseo sexual en varones son las mismas que en las mujeres y, en esa caída, suele subyacer cuestiones de ánimo (tristeza o ansiedad), pero también factores hormonales y de concepción de cuál debería ser su papel en la pareja. Entre los más jóvenes, vemos con mucha frecuencia un hartazgo derivado de la hipersexualización de nuestras sociedades y la exigencia de rendimiento en todos los terrenos, también en el erótico, a la que son sometidos así como la falta de patrones educativos que les introduzcan paulatinamente en los afectos eróticos y que hace que se vuelquen en modelos ficticios pornográficos que vuelven a exigir de ellos no el interactuar sexualmente, sino el conseguir una medalla olímpica en gimnasia con aparatos. Tampoco ayuda el imperativo de formar identidad pero que esta no sea demasiado sólida, con lo que aquello del «ser uno mismo» acaba siendo un rompecabezas imposible de resolver porque cada día aparecen nuevas piezas y formas novedosas de juntarlas (la atroz confrontación entre una «identidad» que se quiere estable y un «yo» incapaz de fijarse a nada).

En cualquier caso, el terapeuta tiene que saber distinguir si la caída del sexo se enmarca dentro de unas relaciones habituales (como en pareja) o si se produce en todos los casos pues eso dará una orientación en las herramientas para subsanar el inconveniente.

Y de aquí arrancamos con el segundo punto de la cita: la novedad reactiva el deseo sexual. Y sí, evidentemente, tanto en hombres como en mujeres. Sucede, lo hemos explicado en múltiples ocasiones, que el deseo (cualquier deseo) es siempre colonizador de nuevos territorios por lo que adora la novedad y el cuerpo ignoto del otro. Detesta, por tanto, la rutina y es lo contrario a cualquier «identidad» (a lo que es siempre igual a sí mismo). El deseo como impulso vital no sabe tener las manos quietas. Pero, si por un lado empuja el deseo, por otro, paralizan los afectos, los compromisos, las responsabilidades. El querer ser un piel roja que campa a sus anchas por la verdes praderas, allá donde los bisontes lo lleven, se contrapone al también deseo de estabilidad, de seguridad y confort, de orden y de cierta predictibilidad en el caos cotidiano a aquella legitima apetencia que se puede designar con aquello de Paul Eluard como: «el duro deseo de durar». La lucha se establece entre el anhelo de placer y el de satisfacción, entre el reclamo de euforia y el de felicidad. Por eso, los profesionales de la terapia sexológica sabemos que la introducción terapéutica del tercero es un un recurso en ocasiones viable, del mismo modo que muchas veces las parejas que acuden con estas problemáticas ponen ya sobre la mesa una gestión de la promiscuidad (el «abrir la pareja») como posible solución. Pero también sabemos que es un arma de doble filo, un pharmakón que tanto puede sanar como envenenar lo que estabilizaba al paciente (normalmente, el amor que sienten por su pareja). Y los resultados satisfactorios dependen, en gran medida, de los grados de madurez e intenciones que muchas veces desconocen hasta las mismas personas que componen la asociación afectiva. Por tanto, no basta con comprarse un caballo para ser un sioux (para tener la identidad de un sioux), hay que aprender a montar, tener verdes praderas, dormir a cielo abierto, tener a Manitú como fundamento de creación… y que todo eso sea compatible con su prioridad afectiva.

Conclusión

En resumen y volviendo a la apreciación de Kraus: sí, es cierto (aunque no siempre) que no hay dificultad del deseo erótico hipoactivo que no pueda ser abordado considerando «lo nuevo» como solución. Pero una cosa es tener un arco y otra clavarse una flecha en el pie… haciendo el indio.

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