«Esta es la capital de Siempre-meta,
país de afloja y aprieta,
donde de balde goza y se mantiene
todo el que a sus costumbres se conviene».
Félix María de Samaniego
Félix de Samaniego es conocido por sus fábulas escritas en verso, de carácter prosaico, con una moraleja que pretendía transmitir un mensaje didáctico, como La lechera, La gallina de los huevos de oro, La zorra y las uvas o El zagal y las ovejas. Lo que muchos no saben es que este autor ilustrado también escribió otras fábulas en las que las zorras y los huevos tenían un significado más… vulgar y obsceno: El jardín de Venus.
El jardín de Venus
Tradición, crítica social y sátira: La esencia de las fábulas de Samaniego
Félix María de Samaniego Zabala nació en 1745 en Laguardia (Álava), en una familia noble y acomodada. De pequeño, asistió al Estudio de Gramática, donde adquirió conocimientos de latín, lectura y literatura clásica, que despertaron su interés por la escritura. Tras la muerte de su madre, su padre lo envió a estudiar Humanidades a un colegio de Bayona (regentado por jesuitas),que reforzó su admiración por los fabulistas clásicos. Al regresar a España, inició la carrera de Derecho en la Universidad de Valladolid, que abandonó para dedicarse a su verdadera vocación: la escritura.
Junto a su tío, el conde de Peñaflorida, cofundó la Sociedad Vascongada de Amigos del País, una institución que promovía el desarrollo cultural y científico, y el progreso de la sociedad a través de la enseñanza.
Samaniego se involucró activamente en las actividades de la Sociedad y en la educación de los alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado, creado por esta 1776, con fábulas traducidas y adaptadas de autores como Horacio, Fredo o La Fontaine, y otras propias, que publicó en 1781 bajo el título Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Bascongado.
Tres años después, se publicó la colección definitiva: ciento cincuenta y siete composiciones distribuidas en nueve libros, inspiradas en el fabulario tradicional, fuentes clásicas y autores modernos. Gracias a su lenguaje, claro y accesible, la obra tuvo un gran éxito y lo consagró como el primer fabulista español, a pesar de los intentos de Tomás de Iriarte por adjudicarse ese título y desacreditarlo, desencadenando una de las enemistades literarias más encarnizadas, comparable a la que protagonizaron Góngora y Quevedo dos siglos atrás.
Influenciado por los enciclopedistas franceses, Samaniego dotó a sus fábulas de una crítica mordaz e implacable de la sociedad, especialmente sus vicios morales (la hipocresía, la vanidad, la pereza o la ignorancia) y los privilegios, sin dejar títere con cabeza, incluyendo a políticos, nobles y, por supuesto, eclesiásticos.
Las fábulas eróticas, obscenas y anticlericales de Samaniego
A pesar de (o precisamente por ello) su educación religiosa, el autor alavés no puedo evitar la tentación de escribir fábulas eróticas, satíricas y libertinas, inspirándose en obras como Cent nouvelles nouvelles, Contes et nouvelles y el refranero popular, que, según el autor Marc Marti, subrayaban la transgresión del sexto mandamiento y el carácter libidinoso del clero, guardián de la norma moral y religiosa que, sin embargo, no predicaba con el ejemplo: «Haz lo que dice el fraile y no lo que él hace».
Un ejemplo ilustrativo es la historia del hombre que se infiltra en un convento de monjas, argumento principal de refranes, chistes y fábulas como Les lunettes, de La Fontaine, que Samaniego reescribió bajo el título El reconocimiento:
Una abadesa, en Córdoba, ignoraba / que en su convento introducido estaba / bajo el velo sagrado / un mancebo, de monja disfrazado; / que el tunante dormía, / para estar más caliente, / cada noche con monja diferente, / y que ellas lo callaban / porque a todas sus fiestas agradaban, / de modo que era el gallo / de aquel santo y purísimo serrallo.
En palabras de Emilio Palacios Fernández, uno de principales investigadores de El jardín de Venus «(en ella) aparecen frailes, frailes panzones, de todos los tipos y colores, entregados sin descanso a sacrílegos placeres. Benedictinos, agustinos, carmelitas y franciscanos rivalizan en sus actividades eróticas». En vano, ya que las malas lenguas aseguraban que ninguno lograba superar en resistencia a los jerónimos:
«Padre, hombre alguno no hallaré en mi vida / que tenga tal potencia: / sepa Su Reverencia / que mi frayle, después que me ha montado / trece veces al día, aún queda armado».
Y no solo aparecen frailes, sino también curas y otros miembros del clero, que protagonizan «la acción» principal o son testigos impotentes de la fuerza de la lujuria de monjas y cortesanas insaciables, nobles libertinos y petrimetres bien dotados:
«Empezó su conjuro / y el espíritu impuro, / haciendo resistencia, / agitaba a la joven con violencia / obligándola a tales contorsiones, / que la infeliz mostraba en ocasiones / las partes de su cuerpo más secretas: / ya descubría las redondas tetas / de brillante blancura, / ya, alzando la delgada vestidura, / manifestaba un bosque bien poblado / de crespo vello en hebras mil rizado, / a cuyo centro daba colorido / un breve ojal, de rosas guarnecido».
Es más, por respetar, Samaniego no respetó ni lo más sagrado: «Una moza morena / llegó a sus plantas, de pecados llena, / con ojos tentadores, talle listo, / y unas tetas que hicieran caer a Cristo».
Incluso el bendito templo fue mancillado, como en El ciego en el sermón, una fábula en la que un lego se masturba en la Iglesia, al excitarse mientras el párroco lee el Cantar de los cantares (que, por cierto, incluye algunos de los versos eróticos más antiguos de la literatura, aunque sea posterior al primer poema erótico, Canción de amor para Shu Shin) en el púlpito:
«A este fin, colocado en la escalera, / puso el hábito en hueco bien afuera, / las manos ocultando; / y, su cumplido miembro enarbolando, / empezó su recreo; / mas, porque no pudiese algún meneo, / de un modo involuntario, / su fuego descubrir extraordinario, / siempre que se encogía o empujaba / o algún suspiro el gusto le arrancaba, / ponía su semblante compungido / diciendo: ¡Ay, Dios, y cómo te he ofendido!».
Tampoco dudó en fabular sobre todos los pecados y prácticas sexuales que infringían el sexto mandamiento, como la fornicación, la prostitución, el adulterio, el incesto o el estupro:
«Júntanse, al fin, barriga con barriga… / ¿Qué harías tú, lector, en tal postura? / Lo que él: aprovechar la coyuntura. /- ¿Dónde lo metes?, dice la inocente; / ¡qué singularidad!, ¡qué justo viene! / Parece que lo han hecho expresamente…»
Aunque para desfloraciones, la del protagonista de El país de afloja y aprieta, que ante el «desaire» de dejar a varias mujeres insatisfechas, fue castigado por el gobernador no a la muerte por Snu Snu, sino a que le apretaran «tres negrazos de Guinea, de estatura gigantea, por el ojo fruncido, cuyo virgo dejaron destruido». Porca miseria…
Nota del editor: sobre este tipo de castigo, véase el poema XVI de Catulo en Los versos más obscenos de la literatura.
Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho Samaniego
Si bien las fábulas y cuentos eróticos del autor alavés trataban temas escabrosos y obscenos , su tono era humorístico y procaz, más cercano a la tradición oral y el chiste verde, que a material pornográfico (a diferencia de La Perla). A pesar de ello, las acusaciones de licencioso se acumularon en los escritorios de la Santa Inquisición, que acabó tomando cartas en el asunto, no tanto por las fabulillas eróticas en sí (que ni siquiera se habían publicado), como por el contenido anticlerical de parte de su obra editada.
Aunque Emilio Palacios Fernández considera que la influencia de Samaniego y sus poderosos contactos en la Corte de Carlos III lo salvaron de un castigo, algunos autores como Pío Baroja o Menéndez Pelayo afirman que el proceso inquisitorial se saldó con su reclusión por una temporada en el convento de El Desierto (Sestao).
Sea como fuere, después de toparse con la Iglesia, la salud de Samaniego se deterioró y mantuvo un perfil más bajo, refugiándose en su labor literaria dentro de los muros de su finca La Escobosa, hasta su fallecimiento, el 11 de agosto de 1801.
El «expurgo purificador» de parte de su obra por la Inquisición no impidió que sus amigos y admiradores preservaran sus fábulas eróticas y cuentos verdes, que acabaron publicándose en algunas colecciones, como Cuentos y poesías más que picantes (1899), Cancionero de amor y de risa (1920) y en la antología El jardín de Venus, editada por Emilio Palacios Fernández en 1976, que podéis leer en este enlace del Cervantes Virtual.
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