Relatos eróticos

Placer sin fin – Relato erótico con música

Este espléndido relato podría ser la historia de una fiesta swinger o de una orgía tipo Eyes Wide Shut, pero contiene algo más que eso. Quizá una pincelada teatral a modo de juego, quizá toda una alegoría de la comedia del arte italiana… Lo que está claro es que Brenda se inspiró en la canción de Kula Shaker, Temple of Everlasting Light, que acompaña a este Placer sin fin desde el inicio.

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Placer sin fin

Will I ever see the pleasure that will never end?
Kula Shaker

Venecia es una gran mascarada; los palacios rehabilitados del barrio de San Marcos, la belleza del crepúsculo reflejado en el Gran Canal,  los cuadros de Tintoretto, Tiziano y Bellini en la Academia de Bellas Artes ocultan la decrepitud de los edificios asolados por la humedad, el agua pútrida y las ratas; un gran escenario decadente donde los gondoleros, los artistas, los comerciantes interpretan su papel en la Commedia dell’Arte para que los turistas se sumerjan en la gloria de un pasado que no volverá; un Fénix que, como su teatro de La Fenice, resurge una y otra vez de sus cenizas, con sus alas desplegadas bajo el sol y un alma tan antigua como el mundo. ¿Cómo negarme a asistir al Festival de Literatura Erótica que se celebraría en pleno Carnaval?

Tras la jornada, los organizadores invitaron a todos los escritores a una fiesta privada. Acepté aunque no tenía un disfraz apropiado. Deambulé entre los callejones buscando una tienda que no ofreciera máscaras vulgares y la suerte me sonrió. Cerca del puente de Rialto me topé con el escaparate de «La bottega dei Mascareri». Perfecta. Entré. Decenas, cientos de máscaras tradicionales me recibieron, me observaron tras sus cuencas vacías, me susurraron que mi piel, mi carne, mis huesos les confirieran vida. Cedí al hechizo de una de Colombina dorada, con rombos blancos rojos, dorados y antiguos cosidos sobre la seda creando un arabesque geométrico, rechazando la oferta de alquilar un vestido: llevaría uno mío negro de encaje.

Nos condujeron hasta un edificio antiguo que, en sus buenos tiempos, había sido la residencia de un noble pero que, ahora, se erigía triste y sombrío en el barrio de Luprio. Tras algunas presentaciones, nos sentamos en una mesa con una botella de Chianti y comenzamos a charlar sobre Literatura. Una hora después, asumí que me aburría mortalmente de tanto ego inflado y que era hora de marcharme. Me despedí alegando cansancio y, cuando me dirigía a la entrada, un hombre con una máscara de Arlequín negra y roja con cascabeles me abordó. Lo interpreté como una señal y acepté su copa de Lambrusco. Intentó entablar una conversación, pero mi italiano es muy básico y acabó desistiendo. Le miré con deseo, tintineé los cascabeles dorados y entendió.

Me cogió de la mano y me guió a través de los corredores hasta una puerta de madera tras la que parecía imperar el silencio. La abrió y nos recibieron los gemidos de decenas de cuerpos disfrazados y medio desnudos que se entregaban a todos los placeres imaginables. Una mujer con un traje de domina azotaba a un hombre con bozal, un hombre con máscara de rubber con dildo se follaba con él a un demonio, una mujer con una máscara de aislamiento disfrutaba de un cunnilingus, una conejita recibía doble penetración.

Me parecía vivir una ensoñación. Recordé a Wilde, «Dad una máscara al hombre y os dirá la verdad». ¿Estaba dispuesta a revelar la mía? Sí, quería ser esa mujer con una máscara de Galeone a la que un Mattaccino penetraba por detrás mientras una vampiresa, arrodillada entre sus piernas, le comía el coño y se lo follaba con unos dedos largos y níveos.

Me giré, besé a mi Arlequín y jugueteé con su lengua hasta que su miembro se clavó en mi vientre. Me arrastró de la cintura, me alzó con fuerza y me sentó en un diván. Sus manos frías subieron mi vestido, desplazaron mi tanga y comenzaron a masturbarme; le agarré del pelo, le guié por mi vientre y su boca las sustituyó.  Una mujer con máscara de Colombina de encaje con arabescos azules y un arnés en su cadera nos observaba en la distancia. La invité con una sonrisa.  Se acercó sinuosa, se arrodilló detrás de él, separó sus glúteos y comenzó a chupar. Él se volvió loco y me penetró con los dedos mientras mamaba con tanta fuerza que creí que iba a arrancarme los labios. El placer era indescriptible, pero quería más. Miré a Colombina a los ojos y me complació. Se levantó, lubricó el dildo y le penetró con suavidad; él a mí, con la furia de un sátiro hasta que sus embestidas se acompasaron, poco a poco, a las de ella: dulces, lentas, desde la raíz a la punta. El placer era indescriptible, pero quería más. La miré a los ojos y me complació otra vez, follándoselo fuerte, duro.  Enloquecimos. Ella me follaba, él me follaba, yo me follaba fuerte, duro, sin tregua, hasta el fondo, hasta el fondo, hasta el fondo…

Unas manos femeninas bajaron la cremallera de mi vestido y acariciaron mis pechos. Giré el rostro y la miré, el suyo estaba cubierto por una máscara japonesa  de Okame. Geisha perversa,  tu alma alberga a Hannya, despliega su furia. Sentí la blandura de su carne en la mía y la calidez de su aliento en mi nuca mientras Arlequín seguía follándome, yo seguía follándome, Colombina seguía follándonos a los dos. El placer era indescriptible, pero quería más, quería follarme a Okame. Giré el brazo, busqué su coño, lubriqué mis dedos con su humedad y los hundí en su interior. Sus dientes se clavaron en mi cuello y los de él, en mis pezones. Comencé a correrme y Colombina lo supo,  aceleró el ritmo, él aceleró el ritmo, yo aceleré el ritmo. Me invadieron los estertores del orgasmo pero quería más, más, más, correrme una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, reconociéndome en  los ojos de Colombina, estremeciéndome con la polla de Arlequín rompiendo mi interior, follándome un coño húmedo y palpitante con tres dedos. Arder, arder, arder eternamente.

N. de la A.
Arlequín, también conocido como el bufón, es un personaje camaleónico de la Commedia dell’Arte. Es astuto y necio, brutal y cruel, intrigante e indolente, grosero y sensual.
Colombina es la amante de Arlequín. Aunque su rostro aparenta inocencia, es una auténtica femme fatale.
Mattaccino adora la diversión irreverente. Representa la figura del juerguista vividor, del bromista de mal gusto.
Okame es un personaje femenino del Teatro Noh japonés que representa a una geisha. Simboliza a la acompañante, a la tercera persona, al observador que no interviene en la acción.
Hannya es un personaje femenino del Teatro Noh japonés que expresa la tristeza y la ira provocada por los celos.

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