Relatos eróticos

Hueco – Relato erótico

Este relato erótico trata sobre un juego, un role-playing de dos amantes. Descubre un inquietante juego sexual en esta fabulosa historia de admiración (no hay amor [no hay amantes] sin «ad-miración») de la siempre espléndida Valérie Tasso.

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Hueco – Relato erótico

«Avant de perdre la face
et de m’éteindre comme un vieux mégot
mon tout dernier regard
se portera sur tes fesses
ou je cachais chaque nuit
le plus précieux de mon magot»

Je t’ai toujours aimée

«Antes de perder mi cara
y de apagarme como una vieja colilla
mi última mirada
estará en tus nalgas
donde escondía cada noche
lo más preciado de mi tesoro»

Siempre te he amado

Dominique A (cantautor francés)

Lo hicimos tantas veces. Hemos jugado tantas veces a hacerlo; morir juntos.

Contigo, soy capaz de todo. Tu territorio es vasto e infinito, y aunque me lo pidas una y otra vez, en la sombra, acepto siempre porque sé perfectamente que no me perderé. Soy un explorador. Me muevo bien en la penumbra, en los meandros insospechados. Las arenas movedizas de tu cuerpo que lo engullen todo. Tus pliegues impertinentes. Incluso en oscuridades densas, soy capaz de adivinar en qué sitio de tu silueta me encuentro.

Me he quedado hasta el amanecer. Observándote. Estás a pocos metros de mí. Desde mi sitio, pareces de mármol. Me levanto y te acaricio. Sigues pareciendo de mármol, un poco rosado. En algún momento del tacto, la suavidad de algo parecido al vinilo me sorprende. Pero mi mano sigue rozándote.

He perdido la medida del tiempo, aquel que no sirve para los amores. Aquel que se desvanece cuando nuestros cuerpos se agitan. Aquel que nunca debió existir.

Giro ligeramente la cabeza y sigo observando. No puedo con los muebles de esta habitación, su insoportable mutismo, su indiferencia a la felicidad que me aportas. Es un simple pensamiento que aparece para distraer mi polla y que vuelva a su estado de flaccidez, para prolongar el placer. Cuando finjo dormirme, te la metes entre los labios, con sumo cuidado para que se hinche dentro de tu boca, mientras me hago el muerto. Es el juego. Me recorres la polla siempre en silencio. La solemnidad de tu boca no quiere resucitarme. No forma parte del juego.

Quiero estirar el tiempo, aquel que no debería existir jamás para el amor.

Me levanto del viejo sofá de fieltro con orejas y acerco mis labios a tu piel pálida. Tu paisaje. Eres una estrella demasiado lejos del butacón. Busco tu respiración. En los valles profundos de tu rostro, no sé si notas mi presencia, no te despiertas. Percibo que suspiras levemente, luego un poco más fuerte. Creo que es mi imaginación que es sonora porque siempre murmullas algo cuando te imagino totalmente abandonada en mis brazos.

Ahora, el sol parece haber invadido la habitación. Pero es tu luz la que lo ilumina todo.

Te giras y ahora lo veo todo más claro. Estás impresionante. Es una pena que no puedas observarte. Pero me siento privilegiado por ser el único que pueda mirarte. No lo sabes todavía, pero me perteneces. Desde la palidez de tu piel hasta el hueco hondo que separan ambas nalgas.

Mojo un dedo y lo paso delicadamente por el principio de tu espalda. Sigues sin moverte pero no puedes evitar que se erice tu vello. Imagino tu sangre recorriendo más rápido tus venas hasta centrarse en tu coño. Como está haciendo la mía con esta polla que vuelve a enrojecerse. Está llena de vida. La palpo un momento para comprobar si te merece. Porque no quiero hacerte daño. Sí, estás muerta, es el juego, pero quiero que desde este letargo fingido, notes cómo me has puesto y el placer que te voy a dar.

La primera vez, me llamaste «cabrón». No te faltaban razones. No había esperado lo suficiente. «Suave pero con decisión», me añadiste. Y nos pusimos a reír porque se supone que los muertos no hablan. Habíamos roto las reglas del juego. Y volvimos a empezar. Aquel día se hizo de noche, luego apareció el sol, de nuevo la noche nos arropó. Llegó la lluvia, luego un sol tímido tapado por algunas nubes. Y este gemido tuyo, un poco ahogado, ronco, que no pudiste contener.

Mi lengua se adentra en tu culo y lame los pliegues. Bebería tu color hasta que destiñeras. Bebería cualquier flujo que saliera de ti y luego te besaría con pasión en la boca, en el cuello, intentaría tirar fuerte de tu pelo para que el dolor se situara en otra parte del cuerpo. Apretaría fuerte tu cuello para que pudieras respirar lo mínimo y no volvieras a poder gemir como aquella primera vez.

Si jugamos, que sea con seriedad.

No he podido esperar y sé que tú tampoco. Entró con dificultad, mis venas se hincharon y tapé tu boca con una mano. No pusiste resistencia, no como las demás veces. Este hueco ya se acopla perfectamente a mi polla. Solo yo me puedo mover dentro de ti. Tú tienes que estar inerte. Así diseñamos el juego. Me paro y palpito en tu culo. Aquí está toda la vida que me ofreces. En aquellos espasmos de placer que no puedes contener. Aquí está toda mi existencia, aprisionada en tu culo prieto que se queda quieto hasta que aplasto más mi mano contra tu boca.

En la penumbra, solo el viejo sofá de fieltro con orejas parece humano.

No puedo decir con certeza cuánto tiempo estuvimos así. Cuando me levanté, tenías un extraño color azulado, irisado. Tu lujuria nunca es transparente.

La pérdida de sentido solo tiene sentido si es para sentir el hueco que dejó tu cuerpo empapando las sábanas. Hueco.

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