Relatos lésbicos

La alumna y la profesora (II): El examen oral – Relato lésbico

Tras haber prendido Fuego en el jacuzzi, Claire, la profesora, va a someter a Lena, su díscola alumna, a un intenso examen oral. Entra en uno de los más pasionales escritos de Thais Duthie.

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La alumna y la profesora (II): El examen oral

Debían de ser las nueve o las nueve y pico, pero a Claire ya no le importaba. No había manecillas que la frenaran, nada. Solo eran ellas dos en el ascensor, mirándose con intensidad mientras se cerraban las puertas. Lena no se lo pensó ni un segundo cuando se aislaron en el cubículo: acortó la distancia que la separaba de su profesora y la aprisionó contra la pared. Atrapó sus labios con los propios, explorando su boca con cautela al principio. Luego profundizó el beso y lo transformó en uno más pasional, necesitado.

Para cuando el ascensor llegó al noveno piso la profesora acababa de gemir contra los carnosos labios de su alumna, quien, atrevida, le mordió el cuello con demasiada fuerza. Ambas recuperaron la compostura, ignorándose por un momento, mientras andaban por el pasillo hasta la habitación 903. Había un reloj al fondo del corredor, en la pared, pero Claire no lo miró. Había dejado de contar los segundos, para contar los pasos que la separaban de su habitación y volver a sentir a Lena.

Eso sí, los veintidós pasos se le hicieron eternos. Todo lo que le había dicho Lena seguía resonando en su mente, una y otra vez: «Lo cierto es que me encantaría comértelo durante horas» y «Pienso hacer que te corras una y otra vez, hasta que no puedas moverte». ¿Lo haría? ¿Cumpliría su palabra? Claire se moría por averiguarlo y su cuerpo también. Podía notar la humedad bajo el biquini y su corazón latiendo desbocado; ni siquiera tuvo claridad para pensar por qué se intentaba tapar con la toalla los pezones erectos. Estaba tan impaciente que ya había sacado la tarjeta del pequeño bolso de mano que llevó al spa y, tan pronto como alcanzó la puerta, la pasó por el lector. Esbozó una sonrisa al ver la luz verde, porque cada vez estaba más cerca de la habitación, más cerca de Lena.

Entró ella primero. Por un momento se planteó no encender las luces, pero quería verla desnuda. Seguro que se volvería loca cuando lo hiciera, porque solo de pensarlo sentía fuego intenso en la zona sur. Así que, metió la tarjeta en la hendidura, y todas las luces de la habitación se encendieron. Apagó un par de ellas, dejando solo las lámparas de las mesillas.

«Ya es tuya, Claire», se dijo.

Lena miró a su alrededor, notablemente sorprendida porque su habitación, de categoría inferior, no tenía más que tres camas individuales y una mesa. En la de la profesora presidía una cama grande de matrimonio con sábanas blancas y un edredón mullido, que sabía que no usarían. Tenía calor, demasiado, y todavía sintió más cuando su mirada se posó en el cuerpo de Claire: la toalla con la que se estaba cubierta hacía un momento había caído a sus pies.

Se acercaron, como si fueran un polo positivo y uno negativo. La profesora agarró a Lena por la cintura, atrayéndola todo lo posible a su cuerpo, y buscó sus labios con desesperación. Parecía que estaba despertando, porque, de pronto, sintió que quería tomar las riendas. Subió por su espalda hasta que se tropezó con el nudo del biquini y se deshizo de él con habilidad. Repitió la acción con el cierre del cuello y dejó que se precipitara al suelo. Llevó las manos a sus pechos y los sintió fríos, pero aquello solo la alentó a acunarlos y masajearlos con las yemas de sus dedos.

La morena suspiró e imitó sus gestos. Cuando quisieron darse cuenta, estaban piel con piel y solo dos prendas las separaban. Lena detuvo aquel beso salvaje, iniciando un recorrido con sus labios por el cuello de la profesora. Siguió bajando entre sus pechos y se agachó para seguir con su abdomen. Lamió el pedazo de piel que había justo encima del borde superior de biquini, y la vio estremecerse. Tomó la tela con los dientes y fue bajándola poco a poco, conectando su mirada con la de Claire.

La mayor gimió por la sorpresa, no se hubiera imaginado aquello ni en mil años. La imagen de Lena deshaciéndose del biquini era lo más erótico que había visto en la vida, y sintió sus piernas desfallecer. Necesitaba hacer algo ya.

―Túmbate en la cama, West. Con las piernas abiertas.

Le resultaba paradójico el hecho de que, a pesar de la situación en la que se encontraban, seguía llamándola por su apellido para dejar un poco de distancia entre ambas, cuando lo que realmente quería era sentirla lo más cerca posible. Pero le excitaba aquel juego, y no pensaba renunciar a él, al menos, por ahora.

También era bastante irónico que Lena le hiciera caso por primera vez desde que se conocían. En clase solía pedirle que repartiera unas hojas a sus compañeros, hiciera los deberes o dejara de hablar con sus compañeras. Aquellas órdenes quedaban bastante lejos del «túmbate en la cama», o quizá, bastante cerca de un inconsciente que anhelaba dominarla.

Disfrutó viendo cómo el cuerpo lozano de la alumna se hundía entre las sábanas y separaba las piernas. La contempló desde su posición, descubriendo cada detalle, y trató de grabarlos en su mente. Poco después, se acercó a la cama y gateó despacio hasta colocarse sobre ella, aunque de espaldas. Colocó su rostro entre las piernas de la morena, haciendo que las suyas quedaran entre el rostro de Lena. Estaba tan lista para lo que iba a ocurrir, que se le olvidó decirle lo que debía hacer. Tanteó el terreno de su entrepierna sobre el biquini, pero no fue capaz de aguantar la anticipación durante más tiempo; apartó la tela y hundió sus labios en el sexo mojado de su alumna. La joven emitió un sonido ronco e imitó sus movimientos inmediatamente, arrastrando su lengua con suavidad sobre el sexo de la profesora.

Claire saboreó a la morena de arriba abajo, una y otra vez, aunque se centró en su clítoris y lo succionó con fuerza. La oyó gemir desde su posición y ella hizo lo mismo cuando Lena introdujo dos dedos en su interior, con una lentitud desesperante. Comenzó a moverlos, dentro, y la profesora sopesó si hacer lo mismo, pero quería alargar el juego, devolverle los minutos de tortura bajo el agua y la creciente excitación. Por eso trató de armarse de paciencia, y recorrió su intimidad solo con los labios, en sentido ascendente, hasta llegar a su abdomen. Lo mordió suave, y dejó que una risita sobrevolara el nido de la pasión, cuando vio cómo su alumna movía las caderas en señal de protesta. Siseó sobre su intimidad e inició una serie de lamidas acompasadas. Una, dos, tres, cuatro, cinco… y con la sexta, Lena liberó un gemido gutural.

Las embestidas de las que disfrutaba hacía unos segundos se habían detenido, y Claire supo que había llegado el momento. Se incorporó y se levantó de la cama, dejando a la chica desatendida unos instantes.

Ya puedes continuar con la tercera parte aquí: La alumna y la profesora (III): El test del arnés – Relato lésbico

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