Relatos lésbicos

Sí, quiero (II) – Relato lésbico

Tan romántica como excitante, no puedes perderte esta historia de Thais Duthie.

Si no leíste la primera parte, puedes hacerlo aquí: Sí quiero – Relato lésbico.

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Relatos lésbicos

Sí, quiero (II)

—Quiero que nos acostemos —susurró sobre mi boca. El flujo de aire que soltó contra mis labios me erizó la piel.

Asentí deshaciéndome rápido de la chaqueta del uniforme, pero me tomó por la muñeca antes de que siguiera.

—No sé cómo se hace, Adela —En sus palabras, podía intuirse frustración y un estado de nerviosismo que atribuí al deseo.

—¿Sabes jugar al espejo? —pregunté, y esperé a que asintiera—. Pues vamos a jugar al espejo. Tú solo debes copiar mis movimientos, ¿vale?

Un ligero rubor tiñó sus mejillas mientras desabrochaba todos los botones de su vestido. Ella hizo lo propio con mi camisa blanca de popelín y me aparté un poco para deshacerme de los pantalones. Nuestra ropa interior desapareció al tiempo que volvíamos a besarnos y nuestras manos se perdían en la anatomía de la otra sin haber pactado el destino.

—Necesito que me toques ya —Tamara gruñó mientras mordía su labio y tiraba ligeramente de él.

—Haré algo mejor que tocarte.

Gateé por su cuerpo y me di la vuelta hasta que mi rostro quedó a centímetros de su intimidad y el suyo de la mía. Su monte de Venus estaba rasurado salvo por una línea gruesa en el centro, por donde pasé mis labios. La textura en mi piel fue exquisita. El vello me hizo cosquillas y enseguida lo sustituí por mi lengua. Al poco noté la de Tamara, que se deslizaba por una de mis ingles.

Gimió contra mi piel provocándome un escalofrío cuando mi boca encontró su humedad. Mi parte más racional se había quedado en los J’Adior, en ese momento solo podía permitirle a mi cuerpo sentir. Sentir y disfrutar de la forma cauta en la que me exploraba la chica.

Rodeé su entrada con mucha precisión antes de subir entre sus pliegues y descansar sobre su clítoris. Lo atrapé con mis labios y succioné, noté cómo se ponía más erecto. Tamara me imitaba con más lentitud y timidez, y esa forma de lamerme me estaba volviendo loca. Nuestras caderas iban por libre y se movían en círculos, buscaban un contacto más directo de nuestras lenguas. Buscaban la tregua, el principio del final.

La estancia donde gran parte del día sonaba música clásica o grandes éxitos de las últimas décadas se había llenado de nuestros jadeos y gemidos amortiguados. Cada vez me sentía más cerca y, a juzgar por los movimientos involuntarios de la pelvis de Tamara contra mi boca, ella también lo estaba. Dejé un beso en la cara interna de su muslo y volví a ensañarme con el centro de su placer mientras dos de mis dedos jugueteaban en su entrada y se hundían con toda la lentitud de la que fui capaz. De nuevo ella replicó mis acciones y yo sentí la humedad en todas partes: mis dedos, mis nudillos, mi boca, mi barbilla, mis piernas. Temí por que se manchara el sofá de terciopelo, único testigo de aquel encuentro inesperado. Aun así, cuando el índice de la chica se curvó dentro de mí olvidé cualquier cosa que no fuéramos ella y yo.

Llegó un punto en el que nos olvidamos de jugar al espejo: yo me dejé llevar por el deseo y Tamara tuvo que tomar la iniciativa y acompañarme al clímax. Estaba tan al borde que ahora era mi boca la que se arrastraba con torpeza entre las piernas de Tamara, y se lo hice saber con un gruñido.

—Estoy a punto.

No solo había aprendido los básicos, sino que mostraba un montón de iniciativa propia. Añadió un segundo dedo y su lengua delineó mis pliegues con suavidad, como si fueran tan delicados como los pétalos de una amapola. Construyó mi orgasmo y, poco a poco, me lo fue entregando. Primero sentí un placer creciente y luego el precipicio que me hizo caer más y más y más.

Tan solo cuando la intensidad de esos primeros segundos se disipó, retomé las embestidas de mis dedos en su interior. Como si ambas nos hubiéramos transformado en piezas de dominó, su clímax llegó poco después y le permitió a su garganta liberar un pequeño grito al tiempo que se dejaba vencer por la petite mort.

Nuestros cuerpos dejaron de moverse a ese ritmo frenético, pero no permanecieron del todo quietos mientras recuperábamos el aliento. A medida que la descarga de placer se disipaba regresaba la consciencia y, con ella, un mar de dudas sobre qué acababa de ocurrir. Como si hubiéramos despertado de un letargo, la incomodidad flotaba entre nosotras. Recuperamos nuestro espacio vital y nos vestimos sin decir nada, ignorando la mirada de la otra. ¿En qué momento me había dejado arrastrar por la fantasía de tener sexo con una chica que iba a casarse? ¿Cuándo había perdido el sentido común para entregarle todo poder de decisión a mi cuerpo anhelante?

Cuando miré a Tamara de soslayo reparé en sus mejillas rojas. Su pelo también estaba despeinado a pesar del perfecto blow dry que traía al entrar en la galería y su vestido de seda ahora mostraba unas arrugas demasiado sospechosas. Su rostro, no obstante, revelaba algo distinto. La timidez seguía presente, pero había sido sustituida, casi en su totalidad, por una expresión de seguridad que no había detectado antes.

—Tengo que irme —dijo sin vacilar en lo que se calzaba la segunda bailarina.

Apenas tuve tiempo de pensar en una respuesta; tomó su bolso y echó a andar con rapidez hacia las escaleras para abandonar la galería. Me dejé caer en el sofá, enterrando el rostro entre las manos. Una voz interior me llenó de culpabilidad: ¿había hecho algo mal? Las campanas de la catedral que había frente al edificio en el que me encontraba me recordaron que era casi la una de la mañana. Debía volver a casa.

—Adela… Perdona por irme así —La voz de Tamara me hizo salir de mis pensamientos. Estaba parada a la entrada de la estancia—. Los zapatos.

Se había ido sin la bolsa, que permanecía en el mismo sitio donde la había dejado. Me puse en pie y se la tendí, con una sonrisa amable.

—Te deseo lo mejor.

—Gracias. Quizá te llegue una invitación o un billete para huir con una novia a la fuga —Su risa inundó la estancia y sentí cómo todo se volvía más ligero—. Espero que sea lo primero, pero ojalá aceptes cualquiera de los dos.

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