Te vas a quemar, Aria es la segunda parte de Atando cabos (1): Aria y las amantes de la Torre, donde Nora había relatado la tensión sexual que le producía la voz de la guía turística. Ahora, es Aria quien nos cuenta cómo usa su lengua…
Te vas a quemar, Aria – Relato erótico lésbico
«Te vas a quemar, Aria», pensé.
Pero ¿qué importaba ya? Nada, no importaba nada. Quería saber cómo era. Quería quemarme. Y noté algo parecido cuando Nora se colocó tras de mí y percibí en mi espalda cómo sus pezones se endurecían. Suspiré y me di media vuelta, quedando frente a ella. Sonreí al ver cómo su pecho subía y bajaba agitado. Me sentía poderosa. Yo tenía las riendas, la marinerita había caído.
Alargué la mano, indiscreta, y le acaricié la nuca. La atraje hacia mí despacio, aunque antes de lo previsto los labios de Nora se sumergieron en los míos en un beso húmedo. Ahogó un gemido en mi boca y aproveché para lamer con lascivia su labio inferior. Me acorraló contra la barandilla de cubierta y me estremecí al notar la diferencia de temperatura entre el frío metal y el ardor que recorría mi cuerpo.
―Deberíamos ir dentro… ―susurró sobre mis labios.
―Cállate.
Gruñó. Volvimos a besarnos con desesperación, como si fuera a salvarnos del peor de los destinos. Una ligera brisa pareció levantarse y me separé de ella un momento para tirar de su mano hacia el interior del buque. Nos dieron la bienvenida varias hileras de asientos de color azul eléctrico y elegí uno al azar de la primera fila. Hice que cayera sentada sobre él, colocándome yo a horcajadas en sus piernas.

Me puse en pie tan solo con el objetivo de quitarle, de una vez por todas, los pantalones. Lo hice despacio, mirándola a los ojos. Ojalá sintiera en mis ojos la excitación o, simplemente, comprendiera las señales: cada vez me costaba más ir despacio, aunque entonces dudaba que Nora lo quisiera así. Pero quería disfrutar de aquello, disfrutar de ella.
Me arrodillé entre sus piernas y coloqué mis manos en sus tobillos. Subí despacio hasta llegar a sus rodillas, separándolas. Me deleité con la imagen de sus bragas húmedas y traté de mantener la calma. No obstante, antes de que mi cerebro le diera una orden a mi cuerpo, mis dedos estaban apartando la tela negra y mi lengua sobre su intimidad. Le arranqué el primero de varios gemidos roncos, todos ellos muy reveladores.

―Más, más, más… ―me pidió suplicante.
La sentía cada vez más y más cerca. Me planteé la opción de invitar a mis dedos al juego, pero me atraía más la idea de conseguir llevarla al orgasmo solo con mi boca. Su sabor me enloquecía, por no hablar de la forma en que me miraba o cómo agarraba mi pelo con fuerza, acercándome más a ella. Como si fuera a separarme antes de terminar mi trabajo…
Subí una de mis manos por su abdomen y la introduje bajo la camiseta de rayas. Seguí ascendiendo despacio en busca de la copa de su sujetador cuando me encontré con su pecho desnudo. Agradecí internamente que no llevara nada, empezando a acariciar el contorno. Poco después me centré en su pezón y noté cómo sus gemidos se habían vuelto más frecuentes y sonaban mucho más alto.

Delineé su rostro con mi dedo índice. Sus facciones parecían haber sido esculpidas en mármol con una precisión calculada. Todavía respiraba de forma entrecortada y acaricié sus labios. Nora aprovechó el acercamiento para morder mi dedo sin apartar sus ojos de los míos. ¿Me estaba desafiando?
Nos besamos con una lentitud pasmosa teniendo en cuenta las condiciones en las que nos encontrábamos. La morena no perdió el tiempo: desabotonó mis pantalones y me hizo un gesto para que me levantara, quitándomelos por completo junto a mis bragas.
―¿Eres silenciosa? ―me preguntó al oído.
―No mucho ―confesé, y solté una risita.
―Así me gusta. Pienso hacerte gemir muy alto, Aria.
Ya puedes continuar con la tercera parte aquí: Atando cabos (3): Sí, mi capitana – Relato erótico lésbico
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