Relatos eróticos

Un invento, una locura, una paja antes de dormir – Relato erótico

Deléitate con esta nueva historia de Mar Márquez, en la que se imagina dominando a un hombre para masturbarse.

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Un invento, una locura, una paja antes de dormir

Me inventé el sabor de su boca. También su tacto. Llegué a usarlo como cuenta ovejas en las noches que no cogía el sueño. Me arropaba en la cama, bocabajo, la pierna derecha flexionada y la otra estirada. Así como una ranita. Entonces, tensaba la cadera levántandola unos milímetros, los justos para que mi mano cupiera y comenzaba a contar nuestra historia…

Le veía mirarme y venir hacia mí con decisión en medio de la calle. Otras veces, todo ocurría en las escaleras de su portal, ese que nunca llegué a visitar. Me sonreía de lejos, pero conforme se iba acercando, una extrema timidez se adueñaba de sus gestos. Era cuando yo tomaba las riendas y me acercaba a su boca. Es ahí cuando me inventaba su textura y sabor. ¡Lo hice tantas veces! Y siempre sabía igual. Me gustaba quedarme cerca, poniéndole aún más nervioso y le miraba cachonda y retadora. Después, le cogía con fuerza la nuca, igual que todos esos Saúles me han cogido otra veces ellos a mí. Le tiraba del pelo dulcemente y le decía al oído:

«Te voy a follar, Saúl. Primero voy a acariciarte el bulto del pantalón. Te quitaré el cinturón y los botones. Te bajaré el pantalón desde atrás, dejándote el culo fuera. Luego meteré la mano y te zarandearé los huevos. Quiero que pienses en ese momento que más tarde voy a bajar y acariciaré  mi cara contra ellos. Puede que incluso te deje sentarte sobre mí un rato. Quiero sentir la textura fina de tu escroto por mi frente, ojos, mejillas y boca. Luego, Saúl, te lameré el culo fuerte y me pondré de pie desde atrás. Quedará mi pelvis sobre tus nalgas y te embestiré con mi vulva mojada. Hilos de flujo chorrearán entre mis piernas y te mojaré el culo con ellos. Te embestiré de nuevo y me frotaré contra ti. Tú gemirás extrañado porque no entiendes por qué gimes. No te penetro con nada, no te acaricio, no te toco, solo te agarro de las caderas y me froto labios y clítoris contra ti, desde atrás. Y tú pensarás extrañado que por qué esa fuerza trasera te hace gruñir. Te mirarás la polla flácida preguntándote de dónde proviene tanto placer. Babearás un líquido transparente y jugoso que yo recolectaré y me llevaré a los labios mientras te sigo dando fuerte. ¿No ves, Saúl, cómo un relevo en el control te eleva a cotas altas de placer?»

En el rellano del quinto y el sexto, apoyado en la barandilla y mirando hacia el hueco vacío sobre el que sube en espiral la escalera, su cabeza se tambalea. Froto mi cuerpo entero contra el suyo, siempre desde atrás. Le niego el cruce de miradas. Le obligo a mirar al vacío, oscuro. Le obligo a confiar. Le obligo a sentir. Me invento su voz entrecortada que me reclama con un «más, más, más» entre los dientes. Qué bonito gime este Saúl de cuento. Cómo me pone el gemido animal de este Saúl de paja.

Le cojo del pelo y tiro hacia atrás para acercarme a su oreja. Le lanzo un «puta» al oído que le saca un aullido. Acelero mi pelvis y le oigo rebotar rápido y fuerte contra la baranda. De repente, mi vulva se ha convertido en un pene. Es como un clítoris inflado que ha crecido unos muchos centímetros de más. He bajado el ritmo. Me deslizo como una serpiente entre sus muslos, subo un poco más y me cuelo en su interior. Mi pene clitoriano es tan fino que se desliza como un pez en su esfínter. Saúl, inmóvil, contenido, asfixiado, me deja hacer. Sigo frotándome contra sus nalgas pero esta vez la sensación es más intensa. Un calor envuelve mi clítoris largo. Es como una gran boca que lo succiona despacito. Siento el corazón de Saúl en su ano, me palpita. Su culo engulle mi clítoris engrandecido y una cosquilla lejana aparece como un vaquero en un atardecer del oeste. Un vaquero que comienza a trotar sobre su caballo y viene hacia a ti. Aún no sabes si es bueno, feo o malo, solo que viene y no va a dar marcha atrás. Mis muslos se tensan, mi clítoris vuelve del espacio exterior a esa gotita hipersensible que manoseo entre jugos y con cuidado.

«Te lleno el culo de leche, Saúl», es lo último que acierto a decir. Se tensa mi espalda como un arco y disparo un puñado de flechas  que me dejan sin aliento. Mi esfínter se contrae, la vagina se destensa, mi útero palpita y el clítoris me arde y vuelve a crecer en una línea imaginaria que se prolonga desde su raíz hasta el universo. Un acceso directo, un atajo, una senda directa al infinito que me quema y eleva. Un placer sensorial y espiritual que me abraza a la tierra y el cielo. Que me agita y calma. Me rindo. Estoy  cansada y con la mano algo entumecida. Un último apretón de despedida hace que vuelva a temblar. Cierro las piernas, me encojo. Me acojo. Suelto un montón de aire que me quedaba dentro y que ya no voy a necesitar más. Vuelvo a temblar. Tengo frío. La piel erizada me molesta al rozarse con las sábanas. Qué bien huelen mis sábanas. Las acabo de cambiar. Hoy hay luna llena. Me olvidé de bajar la persiana.

«Buenas noches Saúl, te he querido tanto como te inventé».

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