El animal más letal del mundo localiza a sus víctimas en la más profunda oscuridad, gracias a la combinación de sensores muy refinados, que perciben el dióxido de carbono que exhalan al respirar, el calor, humedad y olor de la piel, y el movimiento. El ataque, sorpresivo y veloz, en el que puede alcanzar los 2,5 km/h, culmina con una picadura con la que extrae entre 0.01 y 0.02 ml de sangre, que no necesita para alimentarse, no, sino para asegurar su descendencia.
El animal más letal del planeta
A pesar de su pequeño tamaño (entre 4 y 10 mm de longitud), el mosquito es considerado el animal más letal del planeta porque provoca enfermedades como la malaria, el dengue, la fiebre amarilla, el virus del zika, la fiebre del Nilo Occidental o la chikungunya, que afectan a millones de personas y causan cientos de miles de muertes anuales, especialmente en regiones tropicales y subtropicales con sistemas de salud precarios.
En España, concretamente, las especies más comunes son el Culex pipiens (conocido como mosquito a secas, zumbador o trompetero) y el mosquito tigre o Aedes albopictus, transmisores de enfermedades como la fiebre del Nilo Occidental, la Encefalitis de San Luis, el dengue, el zika o la fiebre amarilla; si bien las consecuencias del contagio solo son graves en las personas mayores y las inmunodeprimidas.
No obstante, no todas las especies son hematófagas (es decir, que se alimentan de sangre) ni todas son vectores; de las más de 3.500 especies conocidas, menos del 10% son capaces de transmitir enfermedades.
Lo curioso es que el mosquito no sufre estas enfermedades él mismo, solo es el vector biológico, es decir, que transporta y transmite organismos patógenos (como virus, parásitos o bacterias) de un huésped a otro. La clave es su picadura: cuando pica a un ser vivo (ser humano o animal) extrae la sangre contaminada de su víctima y al picar a otra, no solo le extrae la sangre, sino que inyecta su saliva (que contiene anticoagulantes y enzimas para evitar que la sangre se espese mientras se alimenta) contaminada por estos patógenos.
Otro dato curioso es que la sangre no es su fuente principal de energía, sino el suplemento de proteínas que necesita para que los huevos fecundados que alberga en su interior se desarrollen; por eso solo pica la hembra, no el macho, que se alimenta principalmente de néctar de flores y jugos vegetales.
Cortejo y apareamiento de los mosquitos
Al igual que otros insectos como la mantis religiosa, los mosquitos presentan dimorfismo sexual, es decir, tienen diferencias físicas y de comportamiento entre machos y hembras. Las más significativas, además de la alimentación, están relacionadas con el cortejo y el apareamiento. Los machos tienen antenas plumosas especializadas, para detectar el zumbido que emiten las hembras con sus alas. Cuando los mosquitos de especies como Culex pipiens lo escuchan, enjambres compuestos por cientos de individuos se acercan a la hembra con un único propósito, aparearse. Este comportamiento puede acabar en tragedia, como la ocurrida en una estación transformadora ubicada en una zona pantanosa cercana a la ciudad brasileña de Santos, que aparece en La vida amorosa de los animales, del etólogo alemán Vitus B.Dröscher.
Cuando los técnicos conectaron la corriente eléctrica, enjambres de millones de mosquitos portadores de la fiebre amarilla o Aedes aegypti «acudieron obedientemente» y se precipitaron sobre las aletas calientes de la refrigeración. Era tal la cantidad de insectos, que tenían que pasar una aplanadora para apartar la montaña de cadáveres que crecía sin descanso. Sin embargo, «masas de mosquitos que oscurecían el sol continuaron volando incesantemente hacia una muerte segura».
¿Por qué? La respuesta era surrealista: las hembras de esta especie emiten en vuelo un zumbido de 500 a 550 oscilaciones (o aleteos) por segundo, que atrae a los machos en la época de apareamiento, y los transformadores de la estación zumbaban en la misma frecuencia; para los mosquitos aquella monstruosa estación transformadora era, en realidad, una mosquita giganta y receptiva que los llamaba desde la profundidad de los pantanos, atrayéndolos como el canto de las sirenas de Ulises.
Pero quitando esta trágica anécdota, lo cierto es que este tipo de cortejo y apareamiento, denominado «Eurogamia», suele acabar bien. Cuando la hembra se encuentra con el enjambre de machos que acude a su zumbido, se introduce en él, examina a sus pretendientes, escoge al más atractivo para ella y ambos comienzan el «Acoplamiento de tono», es decir, sincronizan el aleteo de sus alas (sonido y vuelo) para favorecer el cortejo y el apareamiento, que es posible gracias a esta coordinación en los aleteos y a los clásperes de los machos, apéndices genitales similares a los de los tiburones, que les permiten sujetar a la hembra durante el apareamiento en pleno vuelo.
Pero no todos los mosquitos cortejan y se aparean en enjambre; especies como el mosquito tigre o Aedes albopictus practican la «Estenogamia», es decir, se cortejan y aparean en espacios reducidos, cercanos al ser humano, en solitario. Cuando un macho localiza a una hembra, siguiendo el zumbido de sus alas, la intercepta, corteja y si ella acepta, se aparean en un coito que apenas dura unos segundos, durante el cual no solo le transmite el esperma, sino también una proteína que impide que pueda aparearse con otros machos. Tampoco le haría falta, puesto que almacena ese esperma que será suficiente para las sucesivas puestas de huevos.
Sangre y agua: El elixir de la vida
Como hemos visto, las hembras de mosquito necesitan chupar sangre para obtener nutrientes (proteínas, hierro y aminoácidos) que no contiene el néctar, indispensables para que los huevos maduren; de ahí que, una vez culminada la puesta, las mosquitas no vuelvan a picar. Aunque pueden obtener la sangre de multitud de animales (anfibios, reptiles, aves, mamíferos), algunas especies como el Aedes albopictus o mosquito tigre prefieren la humana, debido a su rica composición.
Una vez que tienen la sangre necesaria, las hembras de Culex pipiens (mosquito zumbador o trompetero) ponen sus huevos sobre la superficie del agua, en grandes nidadas (a modo de «balsa flotante»). Para que las nidadas prosperen, los cuerpos de agua dulce deben ser tranquilos y estancados, con un caudal mínimo y una temperatura que oscile entre 10–35°C, como pequeños estanques, remansos cubiertos de juncos, fuentes, piscinas abandonadas, etc.
El mosquito tigre, por el contrario, prefiere poner sus huevos en pequeños recipientes con agua estancada, como macetas, neumáticos, canalones mal drenados o troncos huecos y hojas que retienen agua. Incluso puede realizar la puesta en recipientes secos, que previsiblemente se llenarán de agua, activando los huevos; de ahí que esta especie haya colonizado con tanta rapidez los entornos urbanos, y puedan prosperar incluso en condiciones desfavorables.
Tras la puesta, los huevos pasarán por 3 etapas de desarrollo (larva, pupa, imago) que se extenderán de 7 a 14 días. Después, los adultos iniciarán su ciclo vital (que apenas dura, máximo, 7 días en los machos y 6 semanas en las hembras), esencial para la salud de los ecosistemas, pues polinizan las plantas, descomponen la materia orgánica en ambientes acuáticos y sirven de alimento para peces, anfibios, aves, murciélagos y otros insectos, manteniendo el equilibrio ecológico y la biodiversidad de la que somos parte.
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