Mujeres libres

Mujeres libres: Pauline Bonaparte, la infiel leal

En la cuestión, tan sujeta a la monogamia, de cumplir con los preceptos afectivos/sexuales de exclusividad con la persona con la que se establece un vínculo amoroso cabe hacer una distinción conceptual.

Los términos que podríamos establecer para reflejar esa distinción podrían ser el de «fidelidad» y el de «lealtad».

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Fidelidad y lealtad

Y no es que etimológica ni semánticamente ambos términos se ajusten bien a la diferencia que queremos establecer, pues «fidelidad» proviene del latín, fides, y hace referencia a la «fiabilidad» en cumplir un compromiso, mientras que «lealtad» proviene de lex, legis (ley) y hace referencia a la capacidad de cumplir la ley, pero ya sabemos que si se habla de que alguien ha sido «infiel» (no ha sabido mantener la «fidelidad»), todos entendemos lo que sucede.

La distinción que cabría hacer, en cualquier caso, sería señalar que si cuando se mantienen una exclusividad y privatización sexual y afectiva, una persona es «fiel»; y si, independientemente de serlo o no, mantiene una actitud ética con la persona vinculada que hace que no dañe y apoye a esa persona de la manera más estricta y sincera posible, es decir que le sea «leal».

Pondremos un ejemplo para entendernos. Tú puedes salir una noche (o varias noches) de farra con amigos, estando emparejada y amando profundamente a tu pareja, y acostarte con quien se te ponga a mano y hasta decirle palabras de amor. Esto, todavía en nuestras sociedades, es visto como una infidelidad que, en caso de descubrirse (y siempre se descubre), suele arrastrar a la sociedad «pareja» a meterse en un follón del calibre de Dios es Cristo.

Pero rara vez se tiene en cuenta en el juicio sobre ese acto infiel ese segundo concepto que caracterizamos como «lealtad»; el cómo (que también implica el con quién) le has puesto la cornamenta al legítimo o legítima. Es decir, si has actuado con mala fe y para perjudicarle o si aún en ese mirar al otro lado, has mantenido una actitud ética con la persona que amas. La persona leal en una relación es la que sabe, aun siendo infiel, dañar lo mínimo al otro en su dignidad, integridad y amor propio.

Siguiendo con el ejemplo: si para tirarte a otro u otra, has despreciado o denostado a tu pareja o le has prometido al recién llegado cuestiones, que sabes positivamente que no son verdad pero te venía bien decirlas para asegurarte el polvo, o usas esa infidelidad de alguna manera como arma arrojadiza contra tu pareja, entonces, es posible que el juicio sea el de que además de infiel, hayas sido desleal con la persona que de verdad amas.

Esto siempre en un régimen, como decíamos, de monogamia que implique la noción de infidelidad y que, por fluida que sea, es, hoy, la que sigue rigiendo la inmensa mayoría de las relaciones de pareja que se pretenden estables. Cuando en consulta aparece una «infidelidad», la/el terapeuta debe saber perfectamente que si hay posibilidad de integrar lo sucedido y preservar la voluntad de los miembros de la pareja de seguir juntos, lo que debe medirse no es el grado, la frecuencia o lo cuantitativo de las infidelidades, sino la «intensidad de la lealtad». Una pareja tiene posibilidades de sobrevivir a la promiscuidad de uno de ellos o de los dos no porque le ponga o se pongan mucho los cuernos, sino por el cómo preservan la integridad y la jerarquía del otro; cuánto de leales son.

Toda esta reflexión viene a cuento de la biografía de una mujer, Pauline Bonaparte, un admirable ejemplo de lo que es ser infiel a destajo, pero aun así intentando preservar la dignidad de aquel con el que decidió afrontar lo duro de una existencia compartida.

Quién era Pauline Bonaparte

Pauline Bonaparte nace como Paolina di Buonaparte en Ajaccio (capital de Córcega) un 20 de Octubre de 1780. De familia aristocrática, con una enorme influencia en los destinos de la Europa previa y posterior a la Revolución Francesa, es, como se puede ya intuir, hermana de Napoleón Bonaparte. En concreto, su tercera hermana de las cuatro que cumplieron la mayoría de edad, del total de ocho hermanos que sobrevivieron entre los catorce que tuvieron Charles Bonaparte y Marie-Letizia Ramolino.

La relación entre Napoleón y Pauline fue la más estrecha y la más leal que se formó entre toda la prole, de tal forma que no había ocasión en que uno y otra no manifestaran su admiración recíproca.

Para Napoleón, Pauline era la más hermosa de las mujeres y la persona más leal que había dado el mundo. Los escarceos amorosos de Pauline empezaron pronto. Muy pronto. Siendo ya una adolescente, se arrima carnalmente al que sería un general del Primer Imperio y coronel general de los húsares, Junot. A Napoleón, posiblemente celoso, como también lo estaría más tarde Pauline de Josefina, a la que apodaba «la vieja», ese romance no le hizo ninguna gracia. Si bien vio, en principio, con mejores ojos el romance que mantuvo Pauline con un veterano y entrado en años Louis Marie Stanislas Fréron, aunque este tampoco cuajó.

El primer matrimonio de Pauline se concreta en Milán, en junio de 1797, con Charles Leclerc, otro general que gozaría del beneplácito del futuro emperador. La chiquilla tenía diecisiete años pero había trotado ya más que una cebra en la sabana. Un año después, nacería el único hijo del matrimonio, Dermide, de frágil salud y que no cumpliría los seis años de vida.

La sexualidad de Pauline

Pese a las nupcias, a Pauline no hay quien la pare. Sus amoríos, romances, tríos, orgías, devaneos y todo el repertorio de amatorias que se le puedan a una ocurrir se incrementan hasta el paroxismo, llegando a tal punto que un cirujano le recomienda, sin que ella hubiera pedido consejo o remedio alguno, que se aplique sanguijuelas en la vulva para aplacar su ardor.

De ella, decían las malas lenguas que no había existido una sola enfermedad venérea que no hubiera pillado. Pero la cosa no había hecho más que empezar. Cuando Pauline y su marido fueron destinados por Napoleón a la isla de La Española (actual Haití) a sofocar una rebelión, Charles Leclerc intentó por todos los medios protegerla y evitar los riesgos del viaje junto a él, cosa que ella declinó; si mi marido tiene que morir, yo moriré con él, pues nuestros destinos están unidos. Eso es lealtad.

Lealtad que no impide que, al poco de poner pie en el trópico, empiece la libertina Pauline a pasarse por la piedra a todo aquel varón (había unos 40.000 efectivos desplazados a la isla) que se le ponga por delante (o por detrás) de manera secuencial o simultánea, sin importarle el rango ni la posición.

En la isla, además, se encuentra con su amorío de juventud, ya muy entrado en años, Louis Marie Stanislas Fréron, con quien también hace «manitas» o lo que puede el buen señor. En ningún caso, por más infidelidades que se puedan cuantificar, relatan las crónicas que nunca puso un solo instante el honor de su esposo en trance. Por él, siempre mostró devoción y no consideró a ninguno de sus amantes a la altura del mismo.

Pero las cosas se complicaron. A lo belicoso de la situación se une una plaga de fiebre amarilla. Leclerc debe enfrentarse a ambas y Pauline lo hace con él. Convierte todos los salones de su propia residencia, y las de todos sus amantes nobles, en hospitales de campaña y ella misma atiende a los enfermos hasta que su marido cae, él mismo, presa de la enfermedad.

En esos momentos, su dedicación a él es absoluta, pero nada detiene el fatal curso de la dolencia. Leclerc fallece en noviembre de 1802 y Pauline queda destrozada. Se corta la melena, la arroja dentro del féretro y pide extraer el corazón de su cuerpo y conservarlo como reliquia y ser enterrada junto a él en el momento en el que fallezca.

Nunca conseguirá que se cumpla su deseo de reposar junto al corazón de su esposo. Regresa a París y le guarda fielmente el tiempo de luto que exige la solidez del vínculo que había establecido con él.

La Venus Victrix

Es en París, pasado ese tiempo de luto, donde regresa la desbocada promiscuidad. Sus amoríos se multiplican y algunos son tan sonados para la sociedad parisina como el que mantuvo con el actor François Talma. Pero su hermano ya apunta a Emperador y la actitud de Pauline no le da buena prensa. Concierta para ella, por mediación de su hermano mayor Joseph, ya primer Cónsul, un segundo matrimonio que la aleje de París.

Su destino será Milán. El elegido es nada menos que un Borghese, Camilo, en concreto, que, además de una enorme fortuna, le garantiza el respetable título de «Principessa». Se desposan en 1803.

Pauline manifiesta a Camilo su libidinal inclinación y él la acepta sabiendo, además, que su disfunción eréctil primaria no le deja mucho margen. Entre sus amantes, y por mencionar a uno entre artistas, militares, músicos y gentiles, el pintor florentino con el que da escapadas a sus mansiones francesas, Auguste de Forbin. A Pauline les gusta recibir desnuda o con ropa que deja poco espacio a la imaginación a sus masculinos visitantes, vengan a lo que vengan. A veces, lo hace directamente en la bañera (la libertad y el exhibicionismo tienen costumbres curiosas). El escultor Canova la ve y la esculpe como la Venus Victrix en una memorable escultura que puede admirarse en la Galerie Borghese de Roma.

Su gran amor y su fin…

Pero más que sus infidelidades al italiano, fue su lealtad a su gran amor, su hermano Napoleón (con quien también decían las malas lenguas que había tenido amores algo más que fraternales), la que encajó a Pauline en la historia. Ella fue, cuando las cosas empezaron a ir mal, la única familiar que le visitó enconadamente en su destierro en Elba y la que sufragó, cuando este escapó del destierro, la penosa campaña bélica de Waterloo. Cuando finalmente Napoleón es exiliado de por vida a Santa Elena, Pauline hace todo lo posible para abandonar todo el lujo y la galería de amantes para exiliarse con él. Pero las autoridades se lo impiden.

Tras ello, Pauline se retira a una villa romana con su marido y durante los pocos años que le quedaban de vida no se le volvió a conocer escarceo alguno.

Sobrevivió solo cinco años a Napoleón; Pauline falleció a los 44, víctima de un cáncer, posiblemente de hígado, aunque a lo que más apuntan las fuentes es a un cáncer de útero producido (muy probablemente) por el VPH (Virus del Papiloma Humano). Fue enterrada en la capilla de los Borghese de la basílica de Santa Maria Maggiore sin poder cumplir su deseo de reposar junto al corazón de su primer marido.

Libertina, lujuriosa, indomable, promiscua o ninfómana suelen ser los atributos que le guarda la historia. Pocas veces o ninguna la de leal. Y es que hasta la historia, a veces, olvida que juzgar una biografía es un acto lleno de matices.

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