Relatos eróticos

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (IX) – Novela erótica de Karen Moan

Cuando la frustración interfiere, paradójicamente los celos y el desamor suelen cogerse de la mano. Y esto también puede ocurrir en relaciones no convencionales

Sinopsis del capítulo anterior: preocupada por lo que había oído sobre la sesión con el Dr. Amor, Karen visita a Andrea. Ambas se ponen al día, y juntas disfrutan un baño de gelatina.

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Novelas eróticas

MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea (IX)

Mario y yo vamos a vernos esta tarde. Recibí su mensaje, decía: “Perdona, no soluciono las cosas por teléfono, me gustaría verte”. Yo también lo quería, le respondí para quedar lo antes posible. Estaba contenta, por fin podría hablarle de mis conclusiones tras el viaje con el Dr. Amor… y también excitada, muy excitada. ¿Querría seguir jugando?

Había insistido en venir al Atelier, al cierre, así que pasé la tarde intentando concentrarme en el taller sobre celos que había programado.

Los celos es uno de los temas más recurrentes y necesarios de tratar en nuestro entorno. Yo prácticamente no los siento, casi nunca los tuve. Quizás me molestaba un poco no participar en algunas de las experiencias que vivían mis amores sin mí. Pero nunca había sentido miedo a la pérdida. ¿Perder? En mi caso estaba convencida de que en las relaciones abiertas se ganaba, a veces una amistad, a veces una lección, pero casi nunca la sensación de vacío que, según me contaban, se producía en las rupturas monógamas.

—Hay que analizar los desencadenantes de las emociones tóxicas —comenta la terapeuta—. Contrariamente a lo que se piensa, los celos en las relaciones abiertas surgen más por situaciones cotidianas, que por el intercambio sexual. ¿Os ocurre así?

—Estoy de acuerdo —interviene un chico de apariencia muy joven—. A mí no me importa que tenga citas sexuales, pero no me gusta que no vuelva a casa a pasar la noche, aunque llegue muy tarde, me encanta despertarme con él.

—¡Me quedo dormido! —protesta a su lado su compañero. Veo alguna sonrisa involuntaria alrededor. Empatizo con él, yo también suelo caer redonda después de los orgasmos.

—¿Queréis que nos centremos en vuestro caso? —se dirige a ambos la experta. Sacuden la cabeza afirmativamente.

—¿Por qué crees que no quiere despertarse solo? —pregunta al dormilón.

—Nuestras mañanas son muy bonitas, nos gusta pasar un buen rato en la cama. Es cuando re-conectamos después de estar con otras personas. Le entiendo e  intento hacerlo, pero es que hay veces que no puedo con mi alma. En ocasiones le he escrito por si venía a buscarme, pero estaba dormido. No sabemos cómo solucionarlo.

—¿Sugerencias? —se dirige al público.

—Entiendo que son citas nocturnas —interviene una mujer. Ellos asienten—.Y ¿posponer el sexo para otras horas en las que estés menos cansado?

—Es una buena idea —responde— pero no tenemos mucho tiempo.

Aisss, el tiempo, el tiempo nuestro gran dilema, pienso. Ahí, poco hay que hacer, es lo más complicado de nuestras relaciones. No disponemos de tiempo para amar como nos gustaría.

La charla continúa con mucha participación y casi las mismas situaciones, ejemplos, neuras. Otra cosa no, pero hablar se habla mucho, al menos, de manera honesta. Mi mirada viaja constante a la puerta, aunque me dijo que vendría a la hora de cerrar.

A las 20:30 en punto aparece y se acerca a mí sonriente. La gente está entretenida comentando tras el taller.

—Espera un momento, voy a decirle a Karen que bajamos al sótano para estar tranquilos.

Cuando bajo las escaleras delante de él, me doy cuenta de que no ha estado nunca allí, y que lo último que estoy es tranquila.

—Curioso sótano —comenta observando, unos segundos, entonces me mira a los ojos directamente—. Andrea, me ha gustado conocerte, eres una mujer interesante, algo intensa —su guiño, no sé porqué, no me hace gracia— y te agradezco el tiempo que hemos pasado juntos, pero como te dije, prefiero que sigamos así, sin vernos.

—Creía que te gustaba —hablo sin pensar, absurda, su sentencia fulminante me ha pillado desprevenida.

—Sí, no te lo niego. Al principio sí, pero me aburrí.

—¡Guau! Eso es un puñetazo al hígado.

—Disculpa el mensaje —continúa—­ no debí enviarlo, estas cosas hay que hablarlas en persona. Además me interesa mucho tu entorno y me gustaría seguir conectado con el Atelier y, bueno, con este recién descubierto sótano…

Su segundo guiño me provoca unas fuertes ganas de coger la máscara de látex sin agujeros, ponérsela y dejar de ver su cara. ¿¡Aburrimiento!? ¿¡Interés por mi entorno!?

—El Atelier es un sitio público, nadie te va a cerrar la puerta —respondo—. Y en cuanto a tu aburrimiento… siento tu pérdida de tiempo.

—No ha estado tan mal, no pretendía ofenderte. Pero tanto juego cansa. Volveré por aquí entonces, cuando haya algo que me interese.

No digo nada, no me sale. Me resulta tan poco natural, absurdo… ¿por qué venir a verme para esto? Él sereno, casi paternalista, echa un último vistazo al sótano, a mí y ante mi silencio, se va. Hiervo. Cojo la botella de tequila y le doy un trago largo que no me gusta nada, así no se bebe el reposado, pienso instantáneamente.

Me voy a la habitación de Karen, la de los cojincitos. Mi cabeza no para. Admito mi derrota, el enfado deja paso a la incredulidad, y al extraño hormigueo que causa en el cuerpo. ¡Mierda! Esa amarga sensación de pérdida que ni siquiera recordaba experimentar. ¡Cómo he podido equivocarme tanto!? Bebo otro trago, ya más despacio. No he sido nada humilde, he vuelvo a creer que mi elección es la válida, la lógica, la que todo el mundo tiene que seguir, una vez conocida. Pero no es cierto. No es única ni la mejor. Es otra opción, una aburrida, al parecer.

Recuerdo nuestros encuentros. La primera vez quedamos en un bar de Malasaña, nos sentamos en una mesa, uno frente al otro. Empecé a hablarle sobre Mind fuck.

—¿Te gustaría follar con la mente? —pregunté.

—Me encantaría

Le dije que antes de llegar a tocarnos nos conoceríamos bien. Le enseñaría lo que sabía, pero que me gustaría fabricar deseos y experiencias juntos. Intercambiamos impresiones, él estaba realmente intrigado. Entonces le pasé un libro que siempre llevo conmigo, de Karen, le señalé un capítulo, y le pedí que leyera para mí. Lo hizo, bajando el tono y sonriendo cuando se dio cuenta del contenido. Moví mi silla a su lado. En un determinado momento saque un pequeño vibrador del bolsillo, y lo acerqué a su pierna para que lo supiera. Mario titubeó, le dije que siguiera leyendo. Me lo metí dentro del pantalón en un movimiento rápido y empecé a balancear la pelvis con discreción, sin que nadie, excepto él, se diera cuenta. Acerqué mi pierna a la suya, y mi cabeza como si estuviera leyendo a la vez. Quería que escuchase mi respiración que se aceleraba. Tras unos minutos, escuchando su voz, le dije al oído: “Me voy a correr”.

Me quedé así mientras ocurría, de manera pausada por fuera, quemando por dentro. Gemí suave mientras mi mano apretaba su muslo. Me corrí, saqué el cacharrito y le ofrecí mis dedos para que los oliera, los besó.

—Me gusta este juego— dijo antes de que me separara y continuáramos la tarde como si tal cosa.

La segunda vez le invité a casa. Primero estuvimos viendo algunas de las fotos de mi colección, desde las más artísticas a las más eróticas. Le encantó la última sesión de shibari, con la chica del pelo azul. Me preguntó si yo ataba, le respondí que sí, y me pidió ver las cuerdas. Le enseñé algún nudo básico y le pedí que me atara a la cama para practicar. Llevaba un mono corto de lycra negra, como de gimnasta, y cuando sentía su cuerpo cerca mis pezones, se endurecían y se exponían bajo la tela.

—¿Te importaría darme algo de beber? —le señalé la botella de tequila. La cogió, dio un sorbo y me lo dejó caer en la boca. Tenía muchas ganas de besarle, y también de continuar con el guion.

—En el cajón de la mesilla hay una venda y un aparato de música, pónmelos por favor. Estoy a tu disposición, pero no puedes tocarme. Lo que tú hagas es cosa tuya… Aunque me encantaría pensar que te masturbas mirándome.

Nunca supe lo que hizo durante el rato que estuve así. Cuando me desató los ojos parecía tranquilo. Aunque su expresión era una incógnita para mí.

La tercera cita fue cuando vino al Atelier, y vestida de látex y tras utilizar la fusta terminamos el encuentro por la interrupción de un cliente. La tensión era una pasada.

En mi casa, cuarta vez, por fin le toqué, a él y a su precioso culo. Y no hubo más. ¿Aburrimiento? ¡Vete a la mierda Mario!

Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (X)

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