Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: «Aguas profundas», un mal síntoma

Dos personas. Vic van Allen (interpretado por Ben Affleck) y Melinda (Ana de Armas). Dos estructuras psíquicas, dos personalidades, dos biografías.

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Vic es un tipo inteligente, con esa serenidad y autocontrol manifestado en la frialdad del que encubre y defiende al sujeto de un instinto pasional, que amenaza siempre con desequilibrarlo, entregado en sostener la coordinación de la relación entre tres (la tercera es una chiquilla, la hija de ambos, Trixie, interpretada por Grace Jenkins), con suficientes recursos económicos (vive de las rentas que le proporcionó un invento electrónico que permite controlar drones militares) como para utilizar con criterio, gusto y sofisticación su excedente de tiempo y dinero. Un tipo que monta mucho en bici (más de forma compulsiva intentando canalizar su insondable remanente pasional, que no muestra públicamente) y es un amante de la cría y de la observación de los gasterópodos.

Melinda es una belleza sensual, infantil, descarada y promiscua que apenas puede sujetar una estructura psíquica demasiado cercana a lo limítrofe en la que el exceso se le manifiesta a medio camino entre el deseo y la pulsión. Debe cuestionar, poner en insuperables aprietos, llevar continuamente al límite (algo muy propio de una «histérica de manual») a la figura de autoridad que representa Vic. Dada a las emociones amatorias, mucho más que al amor, enlaza sus amantes secuenciales de los que se enamora con tanta intensidad como realiza rápido el duelo. Es la perpetua seductora y la perpetua abandonada, algo que no soporta, que no concibe, que no tolera una persona limítrofe.

Vic, bajo la aparente tolerancia y hasta servilismo hacia la promiscuidad de su mujer, muestra lo que oculta: la imposibilidad de asumir que su mujer comparta afectos carnales con otros hombres. Los amantes de Melinda van, sucesivamente, desapareciendo.

Una propuesta inspirada en la novela homónima de Patricia Highsmith

Así se va presentando paulatinamente Deep water (traducida al español como «Aguas profundas»), la película que este año de 2022 presentó para la plataforma de Amazon, Adrian Lyne (director entre otros éxitos comerciales de películas como Flashdance, 9 semanas y media, Atracción fatal, Una proposición indecente, una versión de Lolita o Infiel) inspirada en la novela homónima de Patricia Highsmith.

La propuesta cinematográfica no ha obtenido un gran resultado en cuanto a la evaluación de crítica y público, siendo hasta la fecha la peor valorada del director. La cosa mejora notablemente si se sabe lo que se está viendo, se tiene recursos para valorarlo y se siente interés por lo que se propone. Cuando esto se da, una aprecia mejor la labor de los actores. Del hieratismo y la tensión que reflejan los hombros siempre levantados de Ben Aflleck a cómo irradia Ana de Armas un universo de expresiones con solo levantar las cejas o a la sabiduría que sabe desprender la chiquilla Grace Jenkins, que no deja aguja sin enhebrar.

Tráiler

El misterio erótico: La pareja como «síntoma»

La primera cuestión que despierta el interés y el núcleo duro que otorga sentido es algo aparentemente sencillo. ¿Qué diablos hace un tipo como Vic con una mujer como Melinda? O lo que todavía es más fascinante para el ojo que sabe mirar más allá de lo evidente: ¿Qué hace una mujer como Melinda con alguien como Vic? Estas preguntas conforman la verdadera sustentación erótica de la propuesta, aunque algunos crean que el erotismo del film está en la sensualidad implacable e hipnótica de Ana de Armas.

La forma de amar, la manera en que se entrelazan y vinculan los sujetos, los fundamentos que sostienen o desarticulan esa vinculación son los que de verdad propician la forma de comprender (y disfrutar) el erotismo que desprende la película. Ese es el misterio erótico, el único thriller que sostiene la cinta que, si se juzga bajo el parámetro al uso de «película de suspense», dejaría bastante que desear (la adaptación del guion está, en estos aspectos, poco cuajada y le cuesta mantener un solvente desarrollo de acción).

Ese «misterio erótico» que subyace a esas preguntas es el misterio tensional  de cualquier pareja. Un misterio que suele servir cuando nos lo planteamos en la vida cotidiana («¿Qué hace esa mujer tan inteligente con este gilipollas?», «¿Qué hace este tipo tan guapo con esta tan fea?»…) para emitir prejuicios incriminatorios que nos apartan de la cabeza la inquietud que nos produce el no saber por qué A está con B y viceversa. «Pues no será tan listo Vic…», «Pues Melinda está con él por su pasta…», son las respuestas al uso que da la pereza de quien no debe afrontar el por qué se ha conformado una pareja concreta en su infinita complejidad.

Pero la mirada superficial, vaga o la que no se pone en alerta para profundizar no es la de alguien que tiene personal o profesionalmente que velar por esa frágil y enorme arquitectura de la pareja ni es la de la que sabe algo; en la pareja AB nada da más información sobre A que B, pero no lo que diga B de A, sino el hecho mismo de estar, de coexistir, con B.  La pareja sostenida de uno, llámese Vic, Melinda, Antonio o María es el «síntoma» de ese uno, es lo que manifiesta con su presencia, lo que ese uno no quiere mostrar o hasta desconoce de sí mismo y lo que le permite «gozar» (a veces con un inmenso sufrimiento).

La manera en la que las dos sintomatologías se complementan o dejan de hacerlo es fascinante. Vista la pareja como una conjunción sintomática, se puede prever si se estabilizará o si se romperá. Si el equilibrio de complementariedades, por extraño que parezca, alcanzará un punto de equilibrio o si lo perdió o si ya lo perderá. Este fenómeno sintomático de la pareja de uno es algo que se puede explicar con la infinita (y muchas veces innecesaria) complejidad con que lo hizo el psicoanalista francés Jacques  Lacan, pero se explica mejor con un ejemplo. Volvamos a la película. Si no la ha visto y desea verla, detenga aquí la lectura.

El bálsamo para la pareja…

El observador avezado percibe relativamente pronto algo. El enorme sufrimiento que le proporciona con sus infidelidades Melinda a Vic le da a este un motivo para gozar de algo que, sin Melinda, nunca podría hacer: asesinar. Asesinar a los amantes de Melinda a través de la «justificación» de los celos. Vic es un asesino, un psicópata que pasa al acto y goza con ello, a través del sufrimiento que le genera Melinda. Melinda es el síntoma de Vic, la fiebre que manifiesta e intenta estabilizar el desequilibrio de Vic. Bien, ¿pero qué manifiesta Vic de Melinda? El personaje de Melinda es más complejo, más infantil (hasta su propia hija la caza al vuelo) y muy posiblemente ni ella misma tiene un mínimo atisbo de lo que sucede y le sucede.

Llora desconsolada y sufre enormemente cada vez que uno de sus amantes desaparece (no llora tanto por la pérdida del amante, sino por sentirse de nuevo abandonada), culpa violentamente a Vic de las desapariciones, lo inculpa en la policía porque lo considera un asesino, pero en lugar de largarse con cualquiera de sus amantes, maldice a Vic, lo injuria, lo daña con la mayor crueldad posible, lo vuelve cada vez más loco, pero sigue con él. Solo hacia el final de la película se plantean la ruptura. La pareja está a punto de desestabilizarse: Melinda no acaba de encontrarle sentido.

Cuando ella descubre sin género de dudas que su última pareja ha sido asesinada por su marido, hace la maleta. Es al poco de que su pequeña hija le tire el petate a la piscina, impidiendo que las dos se vayan, que en Melinda se produce un destello de comprensión del que ya ha venido dando pistas en un par de escenas. Ya sabe por qué está con Vic. Él es el único capaz de satisfacer su goce: el que alguien mate por ella. La pareja se estabiliza.

Aunque lo hace, no hay que ser muy astuto para intuirlo, en la caída al abismo, en el hundimiento de haber encontrado el bálsamo para la pareja pero no el remedio para Vic, Melinda y Trixie. En los créditos de la película vemos a la chiquilla cantar en la parte trasera del coche You make me feel like dancing, mientras bailotea al ritmo de la música, mientras garabatea, distraída, en su cuaderno. A buen seguro que intenta pintar el océano, ese que no tiene fondo, ese al que se dirigen.

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