Relatos eróticos

Relatos ero: Edging – Relatos eróticos cortos

Brenda se sumerge en las sensaciones e ideas del edging y la negación del orgasmo en estos dos fantásticos relatos eróticos cortos.

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Relatos eróticos

Relatos ero: Edging

Vive – Relato erótico corto (1)

Un día más, el mundo te ha desgastado y solo quieres derrumbarte en el sofá para ver cualquier cosa en la televisión, mientras le esperas. Luego, una cena ligera, una conversación banal y, con suerte, un polvo rápido mirando el reloj.

NO. Rebélate. Pon tu CD favorito, llena la bañera con agua caliente y las sales que utilizas como adorno, desnúdate. Sumérgete. Déjate invadir por la paz, por el silencio apenas quebrado por la música que resuena a lo lejos. Emerge con los ojos cerrados para percibir el aroma que te impregna, las notas que crecen y vibran en tu interior, la tibieza del agua. Conviértete en un ser acuático que juega con ella, que la sostiene en la mano hasta que se desliza entre los dedos, que brilla como la Tierra cuajada de rocío.

Recórrela. Lentamente. Tu rostro terso, el cuello elástico que lo sostiene, la redondez de los hombros, la firmeza de los senos, la tibieza de las axilas, la suavidad de los brazos, la blandura de los muslos. Siente el estremecimiento de la piel, el pálpito de la carne, el fuego que asciende en oleadas. Enrosca tus dedos en el vello de tu pubis, pinza los labios que laten y se hinchan, desliza las yemas trazando figuras geométricas sobre tu clítoris hasta que la humedad los guíe a tu interior y te follen como nadie te ha follado, como solo tú sabes hacer.

Pero no te corras. Para. PARA. Sal de la bañera. Sécate con ternura. Disfruta del deseo que te consumeY cuando cierre la puerta a su espalda, arráncale la ropa, silencia su ruido, devórale hasta saciarte.

Porque mañana podrías estar muerta. Y quizá, solo quizá, ya lo estés hoy.

Sol, viento, lluvia, fuego – Relato erótico corto (2)

Dices que amas la lluvia,
sin embargo usas un paraguas cuando llueve.
Dices que amas el sol,
pero siempre buscas una sombra cuando el sol brilla.
Dices que amas el viento,
pero cierras las ventanas cuando el viento sopla.
Por eso tengo miedo,
cuando dices que me amas.
Qyazzirah Syeikh Ariffin

Conduzco sumida en mis pensamientos. Un coche se pega al mío. Le facilito el adelantamiento, pero sigue detrás. Miro por el espejo retrovisor y un guaperas me devuelve la mirada. Sonríe. Comprendo. Uno de tantos que creen que un deportivo  humedece las braguitas. No es lo que conduces, querido, es cómo lo conduces. ¿Follas del mismo modo? Seguro que sí. Rápido, agresivo, acelerando para llegar. ¿Y luego qué? ¿Cigarrito y una despedida precipitada?

Comienza a llover. Sube la capota. Así que eres de los que dicen que aman la lluvia, pero usan un paraguas cuando llueve*… Él no es así. Él ama el sol, la lluvia, el viento… y a mí.

Recuerdo nuestra última escapada. Conducía sin prisa, disfrutando del paisaje, del CD de Springsteen, del viento en su brazo. Encontramos un merendero solitario a las afueras de un pueblo y paramos a comer. Tortilla, filetes rusos y limonada casera sobre un mantelito a cuadros. Luego, nos tumbamos en la hierba y nos quedamos dormidos bajo un tibio sol de otoño. 

Nos despertó el fragor de un trueno lejano y una fina llovizna que se convirtió en tormenta. Comencé a recoger, pero me detuvo.

—Hace tanto que no siento la lluvia… deja que nos cale hasta los huesos.

Qué sabias las manos que me despojaron de la ropa empapada, que me secaron con mimo, que me guiaron a la cama para acariciarme, despacio, como si exploraran un mundo nuevo. Qué sabia la boca que recorrió mi cuerpo, lentamente, como si descubriera un nuevo paisaje. Qué sabia la lengua que paladeó como si fuera la primera vez que me saboreaba y paró, cuando mi cadera salió a su encuentro, desandando para explorar de nuevo el mundo, descubrir el paisaje, mostrármelo con las manos entrelazadas como el que guía a un ciego, una y otra vez, hasta que aprende a ver con el oído, el olfato, el gusto, el tacto y se convierte en sol, en viento, en lluvia, en fuego.

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