Sexo

Una MILF en apuros: Nunca volveremos a la 38

Me llega un correo sugiriéndome la compra de una obra que creo que todas, todos y todes debiéramos tener en nuestras bibliotecas: el libro que ha publicado un americano sobre cómo utilizar el semen en tu cosmética. En tu baño, con tus cremitas, con tus jabones, con tu sérum con ácido hialurónico, en tus depilaciones… En vez de todo al negro, como se dice en los casinos de Mónaco (donde nunca he estado, para qué nos vamos a engañar), todo al semen.

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¿Que por qué me manda a mí este señor esta información? Pues muy sencillo: porque hace unos años publicó una obra similar, basada en la misma materia prima, pero con todas las recetas que podías elaborar en tu cocina a base de semen. Yo recuerdo que me reí mucho con aquello, sobre todo cuando invité a cenar a mis suegros, que yo por aquél entonces tenía pareja y suegros, no como ahora, que soy una outsider sin pareja ni suegros pero con dos herederas que me quitan la vida y los dineros, y mi suegra, la Pili, me dijo: Ay Lucía, qué suave te ha quedado hoy el flan, ¿qué le has puesto? Y yo, muy circunspecta y seria, respondí: la lefa de su hijo, Piluca.

Ni qué decir tiene que ese fue el final de la comida, pero bueno, ya estábamos en los postres y daba un poco igual, porque mi suegra tuvo que ir corriendo al baño a potar y su hijo, es decir, mi santo de entonces, me miró de forma reprobatoria, como si fuese un juez de la magistratura (desde aquí un cordial saludo a todos los jueces que utilizan juguetitos de LELO). Bueno, seamos sinceros, aquello fue el final de la comida y de mi relación con él, que todo se lo tomaba mal, ni que fuese de Podemos, joder, qué piel fina, la verdad.

El caso es que el señor Paul Photenhauer, que es como se llama este jambo, que diría mi teen (guiño-guiño a los adolescentes), ahora saca esta completa obra (20 euritos de nada) en la que afirma que el semen tiene muchas virtudes cosméticas y que además it’s almost always free. El almost me deja loca también os digo.

Leo las recomendaciones con sumo interés, pero con poca perspectiva de poder materializar esas geniales ideas –os confieso– porque, a ver, ¿de dónde saco yo cantidades ingentes de semen si no tengo animal suministrador en casa? Yo ahí ya veo un primer problema.

El segundo problema es el del mantenimiento porque, ¿cómo haces para incorporar ese ingrediente prémium a tus cosméticos y a tu baño relajante cual leche de burra? Porque digo yo que lo tendrás que mantener en frío, ¿no? Y, llegados a este punto no quiero bromitas con que lo metiste en la nevera y fue la niña a buscar leche y se tomó la corrida de Manolo, el que conociste el martes en Plenty of FishMamá, esta leche tiene un sabor raro y como grumos, yo creo que está caducada.

Lo sé, lo sé, estoy diciendo muchísimas guarrerías pero es que las obras de Photenhauer hace que me ponga así: vulgarona y chabacana. Sacan mi lado más animal… Te lo tengo que decir, Photenhauer: pase el incorporarlo a la crema hidratante de día con SPF 50; pase, porque serán unas gotas de nada pero ¿lo de incorporarlo a tu baño y frotártelo por el cuerpo? ¿Qué clase de mierda es esta? Es que los tíos siempre habéis pensado que el semen huele y sabe bien, que lo que huele mal es la vulva y la regla (gracias, de nuevo, sociedad machista y yugo heteropatriarcal) pero nada de eso, queridos… Ni tiene buen sabor (no os digo nada si el chico ha tomado espárragos pochados en ajo para comer ese día [y me da igual que los brasileños digan que si comes piña, sabe más riquiña]) ni buen olor. Y según entra en contacto con el oxígeno se hace cada vez más bola y más pegajoso, así que, lo de ponérselo en el baño, lo siento Photenhauer, pero no lo acabo de ver. Llámame quisquillosa si quieres, pero no lo veo.

Todas estas dudas, más que lícitas, las estaba compartiendo con mi amiga Laura mientras nos encontrábamos en una situación que, si tienes oportunidad de evitarla, es mejor que lo hagas: los cumpleaños infantiles. Allí estábamos las dos, rodeadas de madres y padres que, aún siendo de nuestra edad, no tenían nada en común con nosotras: ninguno se reía ni movía los miembros  inferiores ni la cabeza al ritmo de la música que sonaba en el bar de aquella infernal piscina de bolas. Más que un cumpleaños infantil parecía aquello el encuentro anual de inspectores de Hacienda.

Menos mal que la conversación sobre la obra de marras nos tenía entretenidas y nos permitía evadirnos del griterío de 35 niños y de nuestros rancios acompañantes. Cuando se nos acabó el carrete sobre las novedades literarias, pasamos a hablar de kilos y de años, que es un tema que a las mujeres de cierta edad nos gusta mucho, sobre todo si estamos ya menopáusicas porque podemos culpar a las hormonas de los 15 kilos que hemos cogido obviando que, por las noches, nos ponemos tibias de chocolate, helado y vino tinto. «Yo he optado ya por comprarme la talla que necesito y dejarme de tonterías», afirmó Laura. Yo confesé que, cuando hice el cambio de armario, aún me salían prendas de cuando tenía 20 años y que, a pesar de que ya no me iban a entrar en este cuerpo lozano nunca mais, las seguía guardando como cuando haces la maleta y metes muchas cosas por si acaso…

Sí, las dos habíamos usado una talla 38 en su día, un día muy lejano ya, pero ahora a las dos, la 38 nos apretaba el chocho.

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