Sexo

Queridos, nos gusta oíros gemir

Imaginad una escena de sexo en la que, al menos, haya un hombre y una mujer. Como más os guste, al detalle. ¿La visualizáis? ¿La oís? Bien, ahora quitadle la imagen y quedaos solo con el sonido. Es posible que a quien más oigáis, a lo mejor la única voz que escuchéis, sea la femenina. Y es que hemos asociado los ruidos en el sexo con ellas. ¿Es algo que nos diferencia a hombres y mujeres? ¿Ellos no gimen? ¿No jadean? ¿No gritan?

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En un encuentro sexual intervienen las personas implicadas y todas sus circunstancias. No hay solo dos cuerpos que se acarician, se excitan, se comparten y se extasían, sino que también entran en juego cuestiones particulares de cada una de ellas y los condicionantes sociales, esos que marcan cómo «debo actuar» si soy hombre, cómo si soy mujer. Entiéndanse las comillas porque en el sexo no hay obligaciones ni papeles preestablecidos.

Es en esos condicionantes sociales donde encontramos la imagen de un hombre que no grita. ¿Habéis visto alguna película porno donde un hombre haga ostentosamente ruido? Ellas sí hacen ruido. Porque en el caso de las mujeres pareciera que los decibelios emitidos son directamente proporcionales al placer experimentado. Además, los gritos alimentan el ego del macho («Qué bueno soy»; «Mira cómo la pongo»). Pero en el caso de ellos no es así. Gritar no suena masculino. Si acaso emitir algún gemido o gruñido en el momento del orgasmo, pero poco más.

Una relación debería ser un momento de dejarse llevar, con libertad, y, entonces, cada uno y cada una gritaría lo que le saliera del cuerpo. Habrá quienes tengan necesidad de emitir más ruidos y quienes menos. Como los tenistas, que algunos se desgañitan en cada golpe y otros, no. Por lo tanto, respondiendo a las preguntas del inicio de este artículo, gritar, jadear, gemir es algo que depende más de la individualidad que del género. Por ser mujer no tenemos tendencia a hacer más ruido y por ser hombre, menos. Eso tiene que ver con lo que hemos aprendido culturalmente sobre cómo se comportan los hombres y las mujeres. Porque, tristemente, los estereotipos de género se nos han metido hasta en la cama. Por supuesto, hay quienes los han deconstruido, más o menos, y habrá hombres que gritarán y gemirán porque les sale así. En todo hay excepciones.

Los gemidos provocan excitación

El oído, como todos los sentidos, es muy importante para la excitación. Oír a nuestro amante gemir puede ser muy morboso. Primero porque se emiten sonidos que salen de muy profundo y eso puede llevar a una sensación más primitiva. Segundo, porque es una señal de que la otra persona está disfrutando. Y la excitación del otro (o de los otros) alimenta nuestra propia excitación.

Puede ser que uno mismo no grite porque ya ha aprendido a no hacerlo. También puede que sea porque se controle conscientemente. Reprimirnos es una mala opción. Si estamos pendientes de qué tenemos que hacer, como si fuéramos un observador externo evaluando nuestro propio desempeño, no nos vamos a meter en situación y no vamos a estar disfrutando al 100% de todo lo que está pasando en la cama. Ese es un primer motivo básico por el que nuestros encuentros pueden no ser todo lo satisfactorios que podrían o, incluso, de algún tipo de disfunción.

El propio hecho de gemir puede ayudarnos a desencadenar el orgasmo. Soltar la garganta hace que se liberen tensiones y nos relajemos, con lo que provocar gemidos es una técnica para facilitar ese dejarnos llevar tan necesario en el sexo. A medida que nuestro cuerpo se desbloquea, los gemidos pasan a ser espontáneos y la excitación va aumentando.

Hay fans de los gemidos de los hombres en el sexo. Si buscamos en internet «male moaning» encontraremos, además de vídeos porno donde el ruido de ellos toma protagonismo, audios solo con ese sonido. Y es que, como decía, los estímulos auditivos son muy importantes para la excitación.

¿Quiere decir esto que cuando el vecino nos oiga follar tiene que ser a varias voces? Hombre, pues no. Quiere decir que hay que actuar vocalmente como nos salga. Que no hay que cortarse en nuestras reacciones. Que emitir sonidos es bueno, que no emitirlos también, pero que reprimirse, no lo es.

Miguel Bosé, en su faceta de cantante, sacó una canción en los 90 que decía «Los chicos no lloran, solo pueden soñar». Desde entonces hasta ahora, por suerte, algo han cambiado las cosas respecto a ciertos estereotipos de género. Aunque aún hay algún «macho» por ahí suelto, en general se entiende que los chicos pueden llorar, estar tristes, vulnerables y su masculinidad no se ve afectada. Pues en la cama lo mismo. No hay que actuar según un determinado rol impuesto. Llorar o gemir no tiene género.

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