Es sabido que el agua hierve a cien grados centígrados. Eso, que lo tenemos por cotidiano, a poco que nos hagamos unos huevos duros, supone en realidad una maravilla ontológica: el agua es, en esencia, líquida, gaseosa o sólida en función de las condiciones a las que se someta. Las condiciones, las circunstancias, lo que acontece determina no una particularidad sino la sustancialidad de lo dado.
Aristóteles explicaba ese sorprendente fenómeno con su tesis de la metafísica sobre el pluralismo ontológico que se explicita con la consabida transición entre acto y potencia. Entre lo que se es en ese momento y lo que se puede ser en otro. Entre que el agua esté sometida a una condición de cero grados, por encima o a cien. La tesis es perfectamente aplicable a un ser humano, a ese «animal no fijado», que diría Nietzsche, que es en función de su circunstancia (lo que Ortega caracterizó con su «Yo soy yo y mi circunstancia»).
Somos, en sentido duro y radical, en función de lo que nos sucede, de las condiciones a las que nos vemos sometidos. En la clínica psicopatológica nada se teme más de un paciente que su «paso al acto» cuando este amenaza, porque lo tiene «en potencia» con el suicidio, la manía o el asesinato. Por eso Goethe, que conocía esta circunstancia, enunciaba lo siguiente: «No hay crimen por detestable que pueda darse que yo no sea capaz de cometer». Basta un poco de presión, un aumento de temperatura, una circunstancia. El cordero deviene un lobo, el cuerdo un loco, el jovial un melancólico. Pero el asunto es todavía un poco más complejo. Los seres humanos tendemos en ocasiones a generar las propias circunstancias que nos permitan pasar el acto, que nos posibiliten desplegar una potencia devastadora que va a arrasar con todo, incluido nosotros mismos. Podemos subir la llama donde se apoya el cazo que nos contiene.
¿Es Katherine, la protagonista de la película, Lady Macbeth, de 2016, una pobre chica que estalla sometida a una presión insoportable de crueldad o es una psicópata que potencia las circunstancias que justifican su devastadora crueldad?
Lady Macbeth
Sobre el personaje de Lady Macbeth
Como muchos recordarán, el personaje de Lady Macbeth es uno de los más fascinantes y complejos de Shakespeare. Representa la ausencia de límite, la carencia de escrúpulos, la perpetua incitación a que los demás procuren el mal y lo padezcan para alcanzar ella su propio provecho. Es la instigadora, la que convence tras adulaciones seductoras a los incautos que oyen su voz de sirena para que perpetren los más horrendos crímenes. Mientras, ella flota sobre las turbulentas aguas. La película del británico William Oldroyd explora ese perfil y plasma con maestría la duda sobre quién es en esencia Katherine. Para ello, se basa en una obra literaria de Nikolái Leskov, escrita en 1865, que lleva por título Lady Macbeth de Mtsensk, obra que refleja planteamientos como los que desarrollará D. H. Lawrence en El amante de Lady Chatterley o los que apuntara, apenas unos años antes que Leskov, Flaubert en su Madame Bovary. A saber, la mujer sometida, aprisionada en un matrimonio que no desea y que desata en ella misma un deseo feroz y devastador sobre el que no tiene control ninguno.
La ambigüedad que refleja la obra de Leskov, y que plasma con una enorme finura la película, entre la mujer que se libera y empodera y aquella que hace de su libertad y empoderamiento su destrucción, la incómoda dualidad entre la feminista y la psicópata: entre la que destruye un tiránico orden patriarcal y la que naufraga en la más insondable maldad al perder ese orden.
La película
La realización y puesta en escena del largometraje es magistral. Su ritmo lento y pausado es el de aquel que contempla el abismo mientras cae por él. Oldroyd hace de cada plano un cuadro sobrecogedor de Vilhelm Hammershoi con lo que la filmación es toda ella, durante noventa minutos, una inquietante delicia. La interpretación que de Katherine hace la actriz británica Florence Pugh es simplemente insuperable: su extraordinaria capacidad de seducción (tanto de los espectadores como del primer tonto que pasa y el único que tiene a mano en la historia), la manifestación de su deseo (de follar) desbridado y los millares de matices de cada mirada, de cada gesto, muestran capacidades interpretativas de muy pocas actrices; Isabelle Huppert es la única que me viene a la mente y a la altura. Nunca sabes lo que dice pero sabes que lo dice todo.
Los espectadores quizá menos avezados o los más apremiados vean en Lady Macbeth una historia de amor que termina mal. En realidad, Lady Macbeth no ama por inflamada que se muestre, ni a Macbeth, en Shakespeare, ni a Sebastian, en este caso. Solo ama el mal. Como, sin salirnos de Shakespeare, Ricardo III. No hay, en mi modesta opinión, reivindicación feminista alguna en esta película sino una plasmación atroz, detallada y lírica de un (una) psicópata. De alguien que es capaz de hacer subir la temperatura a los cien grados para poder hervir, para poder manifestar en acto lo que estando en potencia se reprimía. Un cruel y a veces indigerible manjar de erotismo, de un estar en relación con los demás que hace de la destrucción el afecto principal.
Tráiler
Sleep no more!
Una de las frases que pronuncia Macbeth en la escena segunda del Acto II, comido por los remordimientos después de haber matado al rey (después de haber traicionado el «imperativo categórico» kantiano) y que mejor refleja la obra de Shakespeare es la de: «¡No volváis a dormir!» (Sleep no more!). Lo mismo que dice el desventurado Sebastian a Katherine después de haber asesinado entre ambos al amo. Macbeth ha matado el sueño. Difícil cerrar los ojos tras la película.