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Sagitario (2): La cresta de la ola – Relato lésbico

No te pierdas el desenlace de Sagitario: La cresta de la ola, un excitante relato lésbico escrito por Thais Duthie.

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Sagitario (2): La cresta de la ola

—Sea como sea, necesitas una sola cosa en esta vida. Sentirte libre, sin ataduras.

—Eso es cierto. A ver, ¿y qué más sabes?

Maya dejó ir una risita, se colocó el pelo y centró su mirada en los labios de Ainhoa. En el altavoz había comenzado a sonar Animal Instinct, y algo así fue lo que comenzó a ver en los ojos de Maya.

—Que te mueres por besarme.

Sin dejar un solo segundo para la duda, la surfista agarró a la conductora por el cuello y permitió que sus labios impactaran en los de ella. Se hundieron en un beso sincero, necesitado y tan poderoso como toda la energía que se mueve en la cresta de una ola.

Ainhoa no había sentido el corazón así de acelerado en mucho tiempo. Al inicio de su vida nómada había experimentado algunas emociones fuertes, pero en nada se le parecían a los labios de Maya impactando contra los suyos. Era como si, encapsuladas en aquel beso, encontrara las respuestas a todas sus preguntas.

Recordó el calor que se había propagado por su cuerpo al verla aquella noche tocándose. El reflejo de las farolas de la calle entraba a la furgoneta con torpeza, pero fue suficiente para delinear el cuerpo de la surfista. En un intento por corroborar si lo que había creído ver por la noche se ajustaba a la realidad, se sentó a horcajadas sobre ella y colocó las manos en sus senos. Eran pequeños y los pezones se le marcaban antes de que la hubiera tocado siquiera. Ambas gimieron al sentir el contacto, como si lo hubieran esperado durante años.

Ainhoa lamió los labios de Maya antes de morderle el inferior y se sumergieron en otro beso igual de poderoso que los anteriores. La calefacción no estaba encendida en la furgoneta y, aun así, el ambiente se caldeaba por momentos. Al tocar sus caderas por encima de los tejanos que llevaba, la conductora no podía evitar recordar cómo la había visto moverlas en la penumbra.

Aprovechó un momento en el que ambas se separaron para respirar y le dijo:

—Y aun así hay tantas cosas que no sabes sobre mí…

Lo dejó caer como si nada, y logró el efecto previsto en la chica de pelo rosa. Ella arqueó una ceja para observarla.

—Quiero descubrir todas esas cosas y todos los lugares que escondes —susurró sin apartar la mirada y luego añadió—: Seguro que hay muchos rincones en los que puedo perderme.

Acto seguido, coló la mano entre las piernas de Ainhoa y presionó su sexo sobre el pantalón, como si su clítoris no estuviera ya lo suficientemente estimulado para entonces. La conductora le apartó el pelo y deslizó su lengua desde la base de su cuello hasta su barbilla. Buscó su oído y murmuró bajito:

—¿Qué hacías esta noche?

—Tu voz con menos decibelios me va a volver loca, ¿sabes? —Maya dejó ir una pequeña risa antes de ladear la cabeza y contestar—. Ya sabes lo que hacía esta noche.

—¿Masturbarte?

Ella asintió y presionó de nuevo su intimidad por encima de la ropa. Ainhoa movió la pelvis por acto reflejo.

—Pensaba en ti. Me excitó mucho verte salir de la ducha con la toalla por la noche y luego no podía dormir —Su voz había perdido el humor y se tornaba sincera por momentos.

—Ven conmigo.

La conductora abandonó el lugar privilegiado que había conseguido sobre sus piernas y fue hacia la puerta de la furgoneta. Abrió un armario, tocó un botón que había dentro a tientas. Entonces, una pequeña compuerta se destapó en el techo y bajó una maraña de correas. Ainhoa comenzó a colocarlo mientras Maya se acercaba a ella con curiosidad, hasta que fue evidente lo que era: un columpio sexual.

—A mí me encanta masturbarme aquí. No lo he hecho desde que viajas conmigo, pero al principio… al principio lo hacía muy a menudo —confesó—. Me ponía pensar que cualquiera podría verme así, con las piernas abiertas.

—Hazlo. Mastúrbate para mí, Ainhoa —le pidió bajito.

A la conductora usar el columpio le resultaba estimulante por sí solo, pero hacerlo, además, frente a la chica que le gustaba le haría perder la cabeza. En aquel momento solo podía dejarse llevar por su deseo, por la idea de tocarse para ella, por la sospecha de cómo terminaría aquella noche para ambas. Se desnudó con toda la premura que pudo, y nervios, muchos nervios. Maya la miraba sin apartar la vista un segundo, y así fue como descubrió un par de tatuajes que habían pasado desapercibidos hasta entonces y una marca de nacimiento bajo una de sus nalgas.

Cuando la conductora estuvo desnuda, se sentó en la parte más ancha del columpio. Luego pasó las piernas por los estribos y se balanceó un poco para asegurarse de que estaba bien sujeta. Entonces conectó la mirada con la de la surfista y llevó la mano entre sus piernas. Fue la primera vez que ella observó su intimidad, que parecía recién depilada y brillante por el morbo. Apoyó la espalda en una de las paredes de la furgoneta y vio con todo lujo de detalles cómo Ainhoa remojaba la humedad de su entrada por toda su vulva.

La conductora la vio relamerse y supo que iba por el camino correcto. Estaba tan excitada por la situación que dos de sus dedos resbalaron con facilidad en su interior. Echó la cabeza hacia atrás, disfrutando de lo increíble que se sentía abrirse paso poco a poco. Enseguida sacó los dedos y volvió a meterlos, y así un par de veces hasta que se acostumbró a la invasión. Se penetraba una vez tras otra, con embestidas tan profundas como se lo permitía la posición. De tanto en tanto miraba de reojo a Maya, que se removía contra la pared hasta que resopló y se arrodilló frente a ella.

—No te detengas —le ordenó la surfista. Se quitó la goma que llevaba en la muñeca y se recogió el pelo en un moño.

Ainhoa asintió y siguió penetrándose con los dedos. Maya le tomó las piernas, las colocó sobre sus hombros y se hizo un hueco entre ellas. Deslizó la nariz por su ingle antes de separar sus labios íntimos con los dedos y dar la primera lamida. Subió desde su entrada hasta su clítoris, y se quedó en esa zona mientras el vaivén seguía más abajo.

La conductora llevó la mano libre al pelo rosa de la chica y lo retorció para que aumentara la velocidad con la que lamía su centro de placer. Succionaba, mordisqueaba y chupaba con una lentitud que Ainhoa no sabía si la empujaba al orgasmo o la alejaba cada vez más para torturarla. Tal vez ambas cosas. Cuando la desesperación comenzaba a consumirla, atrapó a la surfista con las piernas. Ella captó el mensaje y la acompañó hasta que el orgasmo le explotó en la boca.

Ainhoa sintió una oleada que arrasó con todo lo que encontró por medio. Sus dudas, sus miedos, su vergüenza. Se corrió con el sonido de las primeras gotas de lluvia salpicando los cristales y con vistas al aparcamiento. Pensó que si había algo más excitante a que la vieran masturbándose, era que vieran cómo alguien más la masturbaba hasta el clímax, y eso desencadenó otro más. La segunda ola le recordó a un maremoto y la dejó agotada y con los músculos doloridos por la tensión que había acumulado.

Todavía tenía a Maya atrapada entre las piernas cuando le mordió el muslo y le oyó decir una frase que le dio la vuelta a todo:

—Sabía que eras Sagitario porque yo también lo soy.

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