Relatos eróticos

Tu loba salvaje – Relato erótico

Deléitate con otra historia de sexo casual de la maravillosa Mar Márquez.

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Tu loba salvaje

Te intuyo al otro lado de la cama. Muevo un pie y alcanzo algo, calor humano. Te giras. No sé si es un acto reflejo o realmente has oído la llamada de «mi loba salvaje». Te estás girando y te intuyo ya al alcance de mis labios. Cerca, muy cerca, en el terror del aliento matutino al que me enfrento con gallardía. Anoche comimos, fumamos y follamos hasta caer rendidos. No recuerdo que hubiéramos visitado el baño para la automatizada visita de los «dientes, pipí y a la cama», por eso será que me estoy meando tanto.

Entreabro los ojos y la boca, lo estoy haciendo en este mismo instante, y encuentro tu tacto dormido. Estamos sudados, es verano y hace mucho calor. También puede que sea invierno y andemos aplastados por mantas en demasía. El caso es que estamos sudados. Probablemente olamos a eso y a lo de ayer. Aún no podría asegurar si nos llegamos a lavar los dientes o no, aún ando con este pensamiento, pero yo ya estoy rozando tus labios atontados de sueño y tú respondes. De nuevo, no sé si vuelve a ser un acto reflejo o realmente has olido la llamada de «mi loba salvaje». La duda me atormenta. Por unos segundos me planteo continuar, sonreír y darte los buenos días o diluirme silenciosa hasta el suelo y salir de puntillas a mear y nada más.

Tienes los labios secos, la boca recia. Estás dormido y gimes. O gruñes. No sé, pero uno de tus largos brazos se ha desplomado sobre mi cintura como un árbol talado y me achuchas hacia ti. Quizá sea un acto reflejo o a lo mejor has sentido la llamada de «mi loba salvaje», que te aúlla, por ahora, despacito y en silencio.

Abro los ojos y te miro desde tan cerca que no te veo. Desenfocado te beso. Ahora, aún desenfocado, te estoy besando y se me acaba de llenar el paladar de ti. Te aspiro el alma a través de tu aliento. Te respiro. El olor de tu boca es un verdadero manjar. Estoy besándote con mi lengua plástica, que es capaz de colarse por cada rendija que permiten tus labios. Te trago a ti entero, masticándote bien para que pases con facilidad por mi garganta y para atraparte en mi estómago, para sembrarte en mí y que siga creciendo allí la llama de este amor tan casual que se escapa a mi entendimiento.

A lo largo de los días no hemos podido parar de tocarnos. Nos tocamos las manos, los brazos, las rodillas, la barriga, el pecho, la espalda, las piernas. Horas y horas y horas de caricias que se repiten ansiosas. El terror del final de cada una hace que se acelere la posterior, en un intento de calmar así el miedo a la pérdida que, ambos, a nuestra edad, sabemos que, tarde o temprano, llega.

Atracción irrefrenable. Misterio inexplicable a la razón. Magnetismo.

Ahora estamos aquí, en duermevela. Tu lengua ya salió de tu boca y vino con urgencia en busca de la mía. No es un acto reflejo, has venido a buscar a tu loba salvaje. Nos lamemos el aliento. Está jugoso, lleno del otro. Queremos cazarlo como se cazan las sombras, insistiendo con ahínco en un propósito imposible. Yo te beso. Tú me besas. Agarro tu cara para que no te escapes y a la vez estás poniendo tus manos en mi culo para acercarme del todo a ti. En este instante siento como tu lánguido brazo ha despertado y se revuelve entre las sábanas. Me pellizcas las nalgas. No es lujuria, es un «fúndete conmigo y naveguemos engarzados por el universo». Es fusión. Y sí, perdón, sí que es lujuria. Un «no te vayas», un acto caníbal, una habitación impura llena de olores a carne enamorada.

¿Y ahora qué? Ahora vendrá tu mano curiosa a indagar en los confines de mi vagina, tu voz excitada que me dirá cuánto te gusta mi coño y tu polla dura que crece cerca de mi muslo, entre tú y yo, en nuestro abrazo. Ahora vendrá todo eso, así que voy a volver a cerrar los ojos y dejar que todo vuelva a ocurrir. Vuelve a encontrar a esta loba salvaje. Una y otra vez. Que todo vuelva a ocurrir.

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