Relatos eróticos

Solo para mí: La «bartender» – Relato lésbico

Deléitate con el último relato erótico de Thias Duthie.

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Solo para mí: La bartender

Cuando miré a Val todavía escuchaba su voz, pero no movía los labios ni un ápice. Eran del rojo más intenso que había visto y parecían suaves y carnosos. Una mueca de decepción se había instalado en ellos, entonces reparé en sus ojos. El verde de sus iris era todavía más verde de lo habitual aquella noche.

—He hecho lo mismo de siempre —me justifiqué, retirando la copa. En el borde estaba el rastro de sus labios—. Tres partes de tequila, dos de zumo de lima recién exprimido, una de Grand Marnier, hielo. Veinte segundos en la coctelera y listo para servir.

Ella me miró como si le estuviera dando cualquier excusa. Solía poner esa expresión a menudo, y todas las veces me hacía preguntarme cómo sería borrársela con un beso. Desarmarla con mis labios contra los suyos, con mis caricias en su cuerpo…

—Pero no sabía como siempre.

Suspiré ante la derrota y fui a por el exprimidor, lista para preparar un nuevo Margarita, esta vez con la esperanza de que saliera mejor que el anterior. No podía quedar mal otra vez, llevaba años preparando cócteles. Val alargó el brazo por encima de la barra para detenerme.

—Otro no. Tú ya sabes lo que quiero. No digas nada más y ponte manos a la obra.

Mi clienta más fiel estaba siendo especialmente directa y dura aquella noche, y me asombraba tanto como me fascinaba. Mientras lavaba el exprimidor me fijé en su vestido rojo con escote de corazón. Contrastaba con su piel pálida de un modo excepcional. El acabado parecía de satén y acompañaba sus curvas hasta donde podía ver desde ese lado de la barra.

Bajo la atenta mirada de Val, coloqué hielo en un vaso, vertí el tequila y luego el zumo de naranja que acababa de exprimir. Le di unas vueltas y, con suma concentración y lentitud, añadí el jarabe de granadina en el borde. Di un par de pasos hacia atrás para verlo con perspectiva. Había quedado perfecto: formaba un degradado desde la base naranja hasta la parte superior, que era rojiza.

Lo tomé despacio y lo coloqué sobre la barra, procurando que no se mezclara más de lo debido. Val sonrió y ladeó la cabeza, curiosa por lo que le ofrecía.

—Aquí está su Tequila Sunrise.

—Parece vibrante —dijo—. Le pusieron un buen nombre, ciertamente recuerda a un amanecer.

Agarró el vaso con sus dedos de uñas largas y rojas y lo llevó a sus labios. Cerró los ojos, acto seguido emitió un sonido de satisfacción. ¿Cómo me sentiría si emitiera aquel mismo gemidito si fuese yo quien se lo provocara con mis manos o con mi boca?

—¿Ahora sí?

—Casi. Estás cerca. Vamos, eres una experta en tequila, seguro que puedes darme algo mejor. Algo más especial. —medio susurró lo último y luego añadió—: Algo solo para mí.

Val mantuvo el contacto visual más tiempo de lo que solía y, cuando apartó la mirada, me pareció que sus ojos caían en mis labios. Me congelé un instante, pero luego me di la vuelta y fui a por una botella que guardaba en la bodega mientras procesaba aquellos últimos segundos. ¿Había sido cosa mía o Val parecía querer… algo más? Rebusqué en la habitación oscura y pequeña en la que guardaba las bebidas hasta que di con lo que buscaba.

Volví, y cuando miré la barra de nuevo Val estaba sobre ella. Se había sentado de lado y observaba interesada las botellas que había detrás. El neón rosa frambuesa se reflejaba en su piel y no me hizo falta leerlo para recordar lo que ponía: «Esta es tu noche». Ojalá fuera la mía.

Dejé el tequila y, con la agilidad de siempre, corté una rodaja de limón y tomé un poco de sal para ponerla en un plato. Luego vertí el tequila en el vaso estándar para un chupito.

—El tequila es originario de México, del pueblo que le da su nombre, Tequila, en el estado de Jalisco. Por eso tiene denominación de origen. Jalisco está lleno de plantaciones de agave azul, se cultiva durante varios años hasta que se cosecha —expliqué, añadiendo un poco más de contexto esta vez—. Esta es una botella especial que compré en uno de mis viajes a México, un tequila reposado, ha pasado doce meses en una barrica de roble.

—¿Cómo se supone que tengo que tomarlo? Quizá deberías ayudarme con eso.

—Primero bebes el chupito, después lames la sal y si quieres chupas el limón —Me lavé las manos mientras enumeraba los pasos—. La sal resalta el sabor del tequila y el limón lo equilibra.

Antes de que hubiera terminado de hablar, Val se llevó el chupito a los labios y le dio un sorbo. Sus rizos rubios acompañaban cada ligero movimiento de cabeza y yo solo pensaba en enterrar mis manos allí y dirigir su boca a un lugar muy distinto. La miré, esperando su veredicto.

—Es especial, pero no es solo para mí —Hizo un puchero y, desde su posición, agarró uno de los tirantes de mi chaleco, alentándome a que me subiera también a la barra.

Ella era la única que estaba bebiendo, pero yo era quien comenzaba a sentirse ebria. Hice lo que me pidió sin palabras, nuestros ojos conectaron de nuevo un momento. Estaba pasando. Los míos se reflejaban en los suyos y ardían de deseo.

Me pregunté si Val tenía intenciones de acostarse conmigo y por ello había reservado la sala solo para ella esa noche. Dudaba que se repitiera aquella oportunidad, y yo la anhelaba tanto como ella descubrir un tequila que fuese único. Era ahora o nunca.

Tomé el vaso que todavía sostenía y vertí un poco de tequila por mi escote. Val me observó extrañada al inicio, pero en cuanto comencé a desabrocharme los botones se acercó y lamió la piel recién descubierta y húmeda por el alcohol. Jadeé por el contacto, deseosa de más. Me deshice de todos los botones, mostré mi torso desnudo. Mis senos pequeños no necesitaban más que el chaleco para trabajar.

Los miró, los miró como si los hubiera deseado durante mucho tiempo, y yo sentí que me movía al ralentí. Me recosté para seguir jugando con el tequila, así no bajaría tan rápido. Dejé caer un poco más del vaso mientras Val mordía la rodaja de limón, se formó un pequeño charco justo debajo de mis costillas. Ella se agachó, apartándose el pelo con mano, y trazó un camino con la punta de la lengua desde la cinturilla de mis pantalones hasta el tequila. Mordió bajo uno de mis pechos, arrancándome un gemido.

—Estás deliciosa.

Se acomodó mejor en la barra y yo aproveché mi posición para tomar su vestido y arrastrarlo hacia arriba. Ella me ayudó, hasta que quedó arremangado en sus caderas. Llevaba un tanga de encaje del mismo color que el vestido y, sin prisas, acerqué mis manos a la tela. Olía a su sexo y a ropa recién lavada. Acaricié primero el bordado que había sobre su Monte de Venus y luego bajé por el espacio que había entre sus piernas. Allí la tela estaba más húmeda. Llevé mis labios para que lamieran sobre el encaje y, solo cuando Val comenzó a gemir de forma desenfrenada, aparté el tanga y hundí mi boca.

—Tú también estás deliciosa.

Arrastré la lengua por sus pliegues, despacio y de manera superficial. Ella se dejó caer hacia atrás, y vi de soslayo cómo se bajaba el vestido para acariciarse los pechos. Sus uñas rojas atrapaban sus pezones y mis labios, con ganas de hacer lo mismo en su clítoris, exploraron su intimidad. Di con su centro, ya erecto, y lamí suave.

Las caderas de Val se sumaron a aquel baile ardiente y desesperado. Se movía contra mi boca, tiraba de mi pelo, gemía fuerte. Noté que estaba cerca por cómo se arqueó su espalda y, por un momento, pareció que se le iba a caer el vaso de tequila. Cuando se dio cuenta lo miró, se lo terminó de un trago y se tumbó completamente sobre la barra. Llevé mi lengua a su entrada y mi pulgar se centró en su clítoris. Hice movimientos circulares con el dedo, mi lengua lamía alrededor y hacía el amago de entrar una vez tras otra. Casi cuando estaba toda dentro, las uñas de Val se clavaron en mi cuero cabelludo y me mantuvieron allí, pegada a su cuerpo, mientras la sentí tensarse toda. Gritó, dejándose llevar.

Fue un orgasmo largo y liberador, acto seguido aflojó el agarre. Escalé por su cuerpo hasta llegar a su boca. Le permití probarse en el primer de los besos que compartíamos, y ella a mí que probara el tequila reposado durante doce meses. Ambos sabores crearon un maridaje divino en el que nos perdimos unos instantes. Sus labios eran tan carnosos como me lo había parecido, y conducían los besos con un magnetismo del que no podía escapar.

—Este último cóctel sí que ha sido especial —murmuró. Apenas abrió los ojos mientras lo decía, pero sus manos se habían hundido bajo mi pantalón, y pronostiqué que mi degustación solo acababa de comenzar.

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