Una MILF en apuros

Una MILF en apuros: Polvo en la España vacía

Que el 2020 está bien achuchado lo sabe hasta Netanyahu, que llevaba su ropa a la lavar a la Casa Blanca  porque la cosa está mal, qué os voy a contar. Mira si estará mal que yo antes viajaba y follaba mucho y ahora, en esta época de pandemias, viajo y follo lo que puedo, y no me vengáis a decir que los que tenéis pareja folláis más, que no os lo creéis ni vosotros.

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Una MILF en apuros

En general, 2020 no ha sido el año del folleteo: se ha salido poco y había que agarrarse a lo que hubiera en el momento. Eso o pasarse otros tantos meses a pan y agua si te pillaba un confinamiento. Así que, allí estaba yo, en este año de pandemia, comiéndome unas migas, riquísimas por cierto, en aquel pueblo perdido, en uno de los pocos reportajes que he podido hacer fuera del Eje del Mal, o sea, fuera de Madrid. Que si el reportaje hubiera sido en el pueblo de la esquina en Guadalajara, tú ibas igual de feliz que si te hubiesen mandado a Vietnam, que para eso te habías pasado unos cuantos días metida en un piso sin terraza.

Pero volvamos con las migas: mientras las degustaba, intentaba no atragantarme con los mensajes que vomitaba la tele del comedor del restaurante. En la pantalla se leía, MADRID ES UN CAOS, en créditos escritos en mayúscula y en rojo sangre, por aquello de darle más emoción. Mientras, los contertulios hacían lo que saben hacer: gritar mucho y pensar poco. Yo había intentado en vano que el camarero apagase la tele, por aquello de comer tranquila y de no ser consciente durante unos minutos de que yo tendría que volver a ese caos al día siguiente. Pero no tuve suerte, así que intenté abstraerme mirando lo que tenía alrededor: un par de policías locales imberbes que no llamaron mi atención; un chicarrón comiendo con sus padres que no tenía mala pinta; aquel otro que tampoco estaba nada mal, apostado en la barra del bar… Y de repente, me percaté de que en ese bar, en pocos metros cuadrados, había por lo menos cinco tipo follables. Tal cual. Que eso no te pasa en el metro de Madrid ni en días de suerte.

Entonces recordé mi reportaje sobre una escuela de pastores en Cáceres. Hasta allí habíamos ido en regional de Renfe, que es como se tiene que viajar a Extremadura, la fotógrafa y yo, y mientras esperábamos al pastor que nos recogería en la estación, bromeábamos sobre su aspecto. Jugando con los tópicos, claro está, que eso mola mucho: que si vendría con boina; con pantalones de pana raídos, que si le faltaría algún diente… O sea, estábamos esperando a Alfredo Landa de Los Santos Inocentes, pero el que apareció fue el Brad Pitt de las ovejas. Rubio, guapo, sonrisa con sus dientes blanquísimos (y todos), mazao (corría maratones…). Nos dejó locas, además por su intelecto: ya no recuerdo en qué estaba Licenciado, que es lo de menos, pero lo estaba. Y si por un casual nos atrevimos a pensar que él era la excepción que confirmaba la regla, por la tarde nos presentó a otro amigo pastor que estaba igual de rebueno que él. Ni qué decir tiene que a nosotras se nos cayeron las bragas a plomo y que aquella visita se mereció un post que titulé: «Hay que follarse más a los pastores». Desde entonces, el sector ganadero me parece harto interesante.

Y eso me estaba pasando en ese pueblo, que no sé si disponía de cabaña bovina pero sí atesoraba unos cuantos buenorros. Mientras me disponía a pagar el suculento menú, que en Madrid me hubiera costado el triple, el guapetón que estaba en la barra me abordó con una frase muy tópica, pero cuando eres MILF y llevas semanas sin follar, casi que te da igual la forma en que te entren. Como he dicho más arriba, no está el año para ponernos exquisitas, hermanas: «No eres de por aquí, ¿verdad?».  No, le sonreí, y le expliqué que estaba haciendo un reportaje. Como los tiempos obligan, el mocetón me preguntó si había ido hasta allí para entrevistar a los oriundos del pueblo de al lado, que tenían el dudoso palmarés de ser la localidad de España con mayor número de casos de coronavirus por densidad de población. Evidentemente, una es periodista hasta el tuétano, y el saberme en el corazón de la noticia me hizo decirle al fotógrafo con el que viajo que, a lo mejor, podíamos acercarnos a indagar, poniéndonos un Epi y santas pascuas. El fotógrafo dijo que no, que ni traje de Epi ni de Blas. Así que como esa aventura hacía aguas, tuve que focalizar de nuevo mi atención en el mozalbete. Mediría 1,80, mejillas sonrojadas por el sol, piel curtida, sin atisbo de haberse puesto crema en su puñetera vida (y ni falta que le hacía) y unos pectorales que apenas cabían en aquel jersey azul oscuro. Eso era un pecho y no de lo que presumen algunos políticos…

Ese chico tenía esos pectorales y esos brazos de currar en los campos de la Mancha, no como los lánguidos que ves por Madrid, que los tienen desarrollados a base de horas en el gym y de mucho anabolizante. Mi amiga Pilar, que durante muchos años vivió en la provincia de Burgos, me contó que, cuando quedaba por Tinder con los hombretones de la zona, alguna vez le dieron calabazas, pero no por razones peregrinas sino porque tenían que madrugar para ir a quitar hierbas o romper piedras. Tal cual. Y este tipo tenía brazos de haber roto muchas piedras y a mí eso me ponía y mucho, porque los imaginaba sosteniéndome mientras me empotraba contra la pared, así que, más pronto que tarde, intercambiamos teléfonos y quedó en llamarme para tomarnos algo esa misma noche.

Yo sed no tenía, pero hambre mucha, así que cuando me llamó le dije que estaba un poco cansada (mentira cochina) y que si le apetecía venirse a mi hotel a tomar algo. Así lo hizo: se había quitado su jersey azul oscuro y llevaba una camiseta negra y unos vaqueros raídos. La camiseta prometía un buen desnudo. No nos terminamos ni la copa y es que cuando tienes ya cierta edad (y por extensión, menos miedo a hacer el ridículo si es necesario), estás de paso en un sitio y tienes que trabajar al día siguiente, todo se te antoja mucho más nítido y dejas de perder el tiempo en rituales de apareamiento complejos.

Olía a limpio, a jabón Heno de Pravia, a pureza que yo estaba dispuesta a mancillar en toda la amplitud del término. «Fóllame», le dije, según cerramos la puerta. Él se limitó a hacerme una promesa: «Desde que te he visto he querido mojarme la boca de tu coño». Y eso hizo: sin habernos movido de la puerta, me bajó las bragas, se puso de rodillas y me dejó el coño temblando, chorreando y pidiendo más guerra. Y me la dio, porque lo siguiente fue meterme la polla: a mí no me había dado tiempo a ver las dimensiones del aparato, pero cuando lo tuve dentro le di gracias al señor, sin ser yo beata en absoluto: aquello era una buena verga, alabados sean los dioses.

¿Qué más puede pedir una? Un tío que está bueno, es limpio, educado, tiene un buen rabo, folla bien y que, además, habla poco… Señoras, la puta lotería de Navidad: ¿Qué mierda es esa de que las mujeres queremos hablar en la cama? ¿De dónde habéis sacado eso? Para hablar ya tenemos a las amigas, yo en la cama quiero un tío que me deje sin habla de lo bien que me folle. Y no hay más…

Me empotró varias veces contra la pared, de hecho al día siguiente tenía moratones en el culo de los golpes. Hubo un momento en que yo ya no sentía los abductores del tiempo que pude estar encima suyo cabalgando como posesa. No recuerdo el número de orgasmos que tuve, tampoco los que tuvo él. El caso es que varias horas después, agotados, sudorosos y muertos de la risa porque el buen sexo despierta el humor, nos miramos y le dije: «Perdona, ¿cómo dijiste que te llamabas?». «No te lo había dicho, me llamo Ricardo», respondió.

Richie, has dejado el listado de la España vacía bien alto. Manuel Jabois publicó una novela titulada Irse a Madrid. Yo acabo de empezar a escribir una: Volverse al pueblo.

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