Sexo en la oficina

¿Sonríes en la oficina? (Sucedió en Madrid) – Relatos eróticos (3 historias cortas)

¿Qué?… ¿Nunca has tenido sexo en la oficina? Sencillamente, no me lo creo y además tengo mis razones. Seguro que si le pregunto a tu mejor amiga/o, me va a contar más de una historia extravagante en la que terminas en alguna postura sexual extraña en el almacén de la empresa o en el despacho de tu jefe. Y es que tener sexo en el trabajo es de lo más normal y, al tiempo, uno de los más morbosos tabúes que miles de personas derriban a diario. Las relaciones sexuales con compañeras/os o jefas/es pueden conducir a verdaderas relaciones amorosas… o a clamorosos despidos, donde no se muestre afecto alguno. ¿Quieres saber algunas de las historias que me han contado? Todas ocurren en Madrid y, aunque he cambiado los nombres, me he mantenido muy fiel al contenido prestado. Mira, mira…

Sexo en la oficina

Al fin y al cabo, el deseo tiene por principio el anhelo de las cosas que a diario vemos. ¿No miras (o admiras) a nadie en la oficina?… ¡No te pierdas los desenlaces al final del artículo!

Las tramas de 3 micro historias…

(Sucedió en…) una empresa multinacional dedicada a la publicidad

Jesús era un chaval de 22 años cuando terminó la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas en Segovia. Tan previsor como atractivo, había enviado sendos currículos a multinacionales en Madrid. De hecho, fue inmediatamente reclutado por una de las más importantes del sector, probablemente porque su hoja de vida era prometedora… y la foto que contenía, también. Allá por el año 2005, mi amiga Esther se había convertido en un mando intermedio con más de 5 años de experiencia en Marketing y muchas horas laborales a la espalda. Hasta entonces, no había hecho mucho más que trabajar y no se le conocía relación alguna. Rápidamente, detectó que Jesús era una belleza conveniente para el ámbito de la Publicidad, así que lo acogió como becario para comprobar sus progresos. El entorno de este tipo de empresas genera mucho estrés en los empleados, y Esther era una de tantos que apenas disfrutaba de vacaciones. Su vida social se había reducido a las cervezas con compañeros y a celebraciones puntuales con amigas de la adolescencia (básicamente, a nuestros respectivos cumpleaños y alguna que otra despedida de soltera). Se puede decir que estaba un poco amargada, aunque mostrase la fuerza que destilan las caras de aquellos que quieren ser vistos como profesionales… desde que se toman el café de la mañana, hasta que se ponen el pijama.

Jesús, seguramente notaba esa amargura, y como buen chico ávido de aprender y satisfacer a los jefes, forzaba sonrisas en cada una de las reuniones en las que –diariamente– Esther le supervisaba. A partir del segundo mes, entrar a su despacho era toda una pesadilla: en muchas ocasiones, ella no llevaba nada bajo la falda y se abalanzaba tan rápido sobre él, que apenas le daba tiempo a generar una erección completa. En otras, una Esther exageradamente humilde, contaba que el pobre muchacho tenía que fantasear con antiguas novias, mientras ella le proveía –muy– apasionadas pero toscas masturbaciones. Todo el sexo repetía un guión similar… salvo el día en que Jesús “olvidó” cerrar el pestillo de la puerta y (casualmente) otros becarios entraron en el despacho de Esther…

(Sucedió en…) una academia privada

Una de las mujeres más guapas que he conocido, llamémosla Bea, tenía 21 años y un cuerpo de infarto (de esos que generan envidias por doquier) cuando la contrataron a jornada parcial, como recepcionista en una academia privada para opositores. Por las mañanas, abría las puertas para entrar a las aulas de Trabajo Social en la Universidad, mientras que por las noches cerraba las de las clases de su empresa. El ambiente laboral era terrible; la gerente comercial, sin conocimiento alguno de las materias que se impartían ni del mercado en general, se había convertido en la «Directora» del Centro. O, al menos, eso es lo que me contaba Mario: el único profesor varón de la Academia, en la que ya había tenido escarceos pasionales con profesoras y opositoras, a las que –también– les enseñaba Derecho Constitucional. Con 30 años en el body y 15 en el hemisferio emocional del cerebro, ligaba –con sed insaciable de féminas–, casi a diario, gracias a ese don de palabra y aquel aire pedante que, siendo honestas, funcionan… Mario la paseó entre nuestro círculo de amigos durante unos meses. Sus ojos escrutaban la silueta de Bea con fiereza contenida, de esas que –no en pocas ocasiones– dejan claro el corto recorrido del pensamiento masculino. Pues bien, años después, la confesión contenía polvos en las aulas, pasillos y despachos (tanto en el del propietario, como en el escritorio de la –odiada– gerente comercial) luego que el resto del profesorado hubiera marchado a casa.

Astutamente, Mario siempre tenía que “corregir exámenes” o “preparar la pizarra” con complicados esquemas para el día siguiente, y a Bea solo le quedaba fingir lo incómodo que era tener que esperar todos los días a que ese profesor terminara. Por supuesto, en la Academia había sospechas pero, al parecer, nadie pudo confirmar que Mario y Bea comenzaran una verdadera relación amorosa a los dos meses de haberse conocido… ¡en el trabajo!

(Sucedió en…) una multinacional de distribución de entretenimiento

Elisa es, desde la niñez –y de eso ya han pasado más de 30 años–, una devoradora de libros. Comenzó a escribir relatos lésbicos que solo ella leía, acumulándolos año tras año en distintos computadores que había adquirido en la misma empresa para la que trabajaba. Cobraba en la caja nº11 de la librería de una multinacional especializada en la venta de artículos electrónicos, ordenadores, libros, música y vídeo. Y como ocurre en cualquier multinacional, tenía otras muchas tareas que la llevaban desde reponer existencias y organizar escaparates, hasta dar consejos a los clientes o atender incidencias.

Pasaban los días, meses, años, ahorraba como una hormiguita para consumar su gran sueño –lanzar su propia editorial–, apartándose del sexo y soterrando su libido a niveles preocupantes. Sus ex-novias me llamaban alarmadas: no da señales de vida, solo sale de casa para ir al trabajo, ni siquiera habla de lo que está escribiendo, etc. La constante rotación laboral con la que funcionan estas empresas puso a Berta en la caja nº12, desde la que ahora resaltaban unos enormes senos ceñidos a la camisa corporativa, de la que sus botones no querían sino saltar para liberar aquella magnificencia. Como ya te imaginas, Elisa fue designada para enseñar a Berta el resto de tareas, aparte del cobro en caja: los escaparates se colocan así, los libros infantiles asá, tienes que decirle tal a este o a aquel cliente… Así, hasta llegar al almacén donde tenían las obras en stock y demás existencias debidamente ordenadas. Según cuenta, el training comenzó cuando Berta llevaba dos semanas en la empresa, y se extendió otras dos. El almacén, también llamado “polvera” entre los empleados, en realidad, se encontraba bastante limpio y organizado…

Elisa sabía exactamente dónde se encontraban cada uno de los artículos, y la forma de clasificarlos, y tenía por misión enseñar a la advenediza, Berta. Y claro, pon esta escalerita ahí, alza el brazo y coge aquella obra… Allí están los de música, allá los de física, y aquí… ¡huy, esta es una de tus enormes tetas!… Al parecer, su mano había tomado vida propia posándose, agarrando y palpando su seno izquierdo, como si fuese la última manzana del Edén. Berta se quedó paralizada por unos segundos, quizás minutos, porque Elisa también seguía en shock amasando –sin noción del tiempo– aquel pecho, y de forma inconsciente también le agarraba fuertemente de la cadera. Y empezaron los besos y siguieron morreos, y sus lenguas comenzaron a adoptar inimaginables contorsiones. Y, en un abrir y cerrar de ojos, sus faldas quedaban por encima de las cinturas y sus manos jugaban empapadas bajo las braguitas. Y sonaron tres golpes en la puerta, que eran el aviso para una reunión en el despacho del supervisor, tras la que despedirían ese mismo día a ambas. Además, Berta tuvo sufrimiento doble cuando –una semana después– confesó a su novio el motivo de su expulsión…

Los desenlaces de los 3 encuentros…

Esther y Jesús

Tras el escarnio laboral, Esther fue fulminantemente despedida, y hasta vilipendiada por la Red. Según le cuentan antiguos compañeros, Jesús comenzó a trepar rápidamente en la empresa, convirtiéndose en Jefe de Departamento, en menos de 3 años. Y es que, desgraciadamente, en el mundo profesional no hay nada mejor que llevar la etiqueta de “víctima”, cuando se es un “verdugo” nato. Y ¿qué ha sido de mi pobre Esther? Pues Esther ni es pobre ni le va mal. Ahora nos revela todos estos detalles con alegría, mientras disfruta (¡y mucho!) del sexo, al tiempo que lleva su próspero negocio de… ¡Fiestas Tupper-sex!

Mario y Bea

A los pocos meses de haber comenzado aquel idilio, la relación se desmoronaba: la diferencia de edad en medio de la crisis económica eran obstáculos insalvables. Ambos abandonaron sus respectivos puestos de trabajo y Madrid, poniendo el mismo rumbo pero por separado. Bea llevaba un par de semanas viviendo en Valencia, cuando Mario apareció en el mismo pub, pero a otra mujer abrazado. Según contaba, él se enteró con la resaca de la mañana siguiente, cuando ella le espetaba por teléfono que dejara de llamarla cada noche, diciéndole que la quería.

Elisa y Berta

La experta Elisa no pudo prever que la nueva política de empresa, diseñada por esos astutos vagos de Recursos Humanos, contemplaba la secreta introducción de micro-cámaras en todos los rincones de cada almacén. Aunque, tampoco creo que previera abrir una hermosa librería esotérica en el centro de la capital de España, con una voluptuosa socia que –hoy– sigue siendo la pareja de su vida. Y Elisa solo dice:

“El sexo en la oficina me abrió las puertas del cielo en la cama, y las de mi negocio muy cerca de la Gran Vía” –Y, Berta sonríe… en la oficina.

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