Relatos eróticos

Los veranos nunca fueron iguales (confesiones de un fetichista a una sexóloga) – Relato erótico

Hay muchos relatos sobre el fetichismo de pies, pero esta es una historia real distinta. Son las confesiones de un fetichista a su sexóloga sobre el proceso en el que tomó consciencia de las excitación que le producían los pies. No te lo pierdas.

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Los veranos nunca fueron iguales (confesiones de un fetichista a una sexóloga)

En el verano de 1998 yo estaba iniciando mi adolescencia con una revolución de hormonas a punto de romper en erupción. Esto puede ser algo totalmente esperable por mi edad y los cambios que se producían en mi cuerpo, pero el modo en que sucedió mi despertar erótico fue algo que nunca olvidaré.

Era un día de calor de aquellos en que el sudor corre por tu piel como si acabaras de tener un maratón de sexo. Había ido a la piscina con un grupo de colegas que pasaban el tiempo mirando a las féminas y comentando sus culos y tetas.

Decidí darme un baño para apaciguar el calor, pues parecía que en lugar de sangre era lava lo que corría por mis venas. Estaba claro que a 38º de temperatura había que sumarle mi propio fuego interno luchando por salir.

Salté a la piscina y me sumergí por completo. Permanecí por algunos segundos bajo el agua mientras pensaba en la conversación de mis amigos. ¿Culos? ¿Tetas? En definitiva, ¿qué era lo que más me gustaba de las chicas? Finalmente, emergí justo en el borde de la piscina. Y en ese preciso instante en el que abrí los ojos, todo cambió.

Frente a mí se había parado una chica. Llevaba unas sandalias que abrazaban delicadamente sus pies. Aquellos dedos parecían tan perfectos… tenían las uñas pintadas de color rojo intenso, como la lava del volcán que acababa de estallar en mi interior.

Me quedé hipnotizado mirando lo que se encontraba frente a mis ojos. Durante un instante el tiempo se detuvo. Creo que ella no reparó en mi presencia y yo no conseguía ver nada más que aquellos hermosos y perfectos pies. Luego, ella se giró y desapareció entre la gente como si de un fantasma se tratara.

Volví a sumergirme y me di cuenta de que tenía una incipiente erección. No podía quitarme de la mente la imagen de aquellos pies. Comencé a fantasear con cómo sería tocarlos, besarlos, lamerlos… Pero ¿qué me estaba pasando? Nunca me había sentido así de excitado. Volví a la superficie para coger aire un momento. Sentía que me estaba ahogando, pero era extrañamente placentero. De nuevo, bajo el agua, acerqué mi mano hacia el bulto del bañador que parecía ser mi pene, más duro de lo que nunca lo había percibido. Una sensación de hormigueo recorrió todo mi cuerpo. Estaba eufórico y al mismo tiempo asustado. Creo que llegué a eyacular en el agua y me moría de vergüenza al salir, aunque, afortunadamente, nadie se había percatado de lo ocurrido.

Aquella noche en mi cama, recordé lo mucho que me gustaba, cuando era pequeño, jugar con las sandalias de mamá. Ella siempre decía que solía agarrarme a sus pies para que me cogiera en brazos, pero en realidad yo no quería que me levantara, deseaba quedarme allí, abrazado a sus lindos pies, contemplando cada uno de sus deditos de colores. A ella le gustaba pintarse las uñas de los pies de muchos tonos diferentes, pero el rojo siempre fue mi preferido. Adoraba observarla cuando lo hacía: cogía cada dedo con suma delicadeza y le ponía el esmalte a la uña como si estuviera pintando un lienzo.

Durante muchas noches, la imagen de aquellos pies junto a la piscina asaltó mi cama y era tal la excitación que terminaba tocándome y eyaculando. Fueron mis primeras masturbaciones y las recuerdo con la misma emoción y nervios que sentí en aquella época.

Han pasado muchos años y con el tiempo he descubierto que mi pasión por los pies, o foot fetish (como suele llamarse), es algo bastante común. Me costó aceptar mi fetichismo, pero ahora los veranos son la mejor época para mí, la que más disfruto y anhelo. Cuando llega el calor y las mujeres comienzan a usar calzados abiertos, sobre todo sandalias (mis preferidas), entonces mis fantasías se hacen realidad.

Es difícil controlar las erecciones en la piscina, en la playa, por la calle… Suelo observar disimuladamente esos pequeños detalles de cada pie que me encuentro, si llevan las uñas pintadas, anillos, tobilleras… y al llegar a casa me deleito imaginando cómo sería sentir su olor, su tacto, su sabor… Esos orgasmos son los mejores.

Sin duda, desde aquel verano… los veranos nunca fueron iguales.

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