Relatos eróticos

Virgo (1): Todo va bien – Relato lésbico

Una mujer reinventada en organizadora de bodas se encuentra con una mujer del pasado.

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Virgo (1): Todo va bien

Necesitaba dormir ocho horas como mínimo y, justo aquella noche, Nerea no había pegado ojo a pesar de su ritual infalible para conciliar el sueño. Una rutina nocturna de autocuidado, su infusión de lavanda y melisa y nada de pantallas, por lo menos, dos horas antes de meterse en la cama. Sin embargo, era como si la sensación de relajación que habitualmente le regalaba todo aquel proceso no hubiera surtido el más mínimo efecto.

Llevaba varias madrugadas en vela y estaba segura de que se debía a tres asuntos que rondaban la cabeza. El primero: aquel 29 de agosto sería el culmen del proyecto en el que llevaba trabajando los últimos meses, la organización completa de una boda. Además, aquella era la primera. Cumplir los cuarenta no había sido nada fácil, y menos todavía decir adiós a su vida de oficina como secretaria del jefe en una multinacional para darle un giro a todo. Entonces se había apuntado a un curso de wedding planner con el que pretendía reinventarse y volver a sentir que lo que hacía tenía valor. Al menos para ella.

El segundo asunto: sus conejillos de indias eran sus dos mejores amigas. Las únicas personas que habían permanecido en su vida sin importar el paso del tiempo. Ellas habían confiado en Nerea desde el principio: «Organizada, meticulosa y perfeccionista, como buena virgo. No nos imaginamos a una mejor wedding planner, ni tampoco a nadie más que vaya a preparar nuestra boda como tú lo harás», le habían dicho. Y eso, por mucho que intentara mantenerlo en un rincón oculto de su cerebro, le hacía sentir demasiada presión. Eran sus dos personas favoritas del mundo y aquel su gran día. Nada podía salir mal. Pero, mientras sonreía y daba la bienvenida a los invitados con un leve asentimiento de cabeza a medida que llegaban, recordó su mantra para aquel día: «Todo va bien».

El tercer asunto: iba a encontrarse con gente a la que no veía desde hacía, por lo menos, veinte años. Tal vez con una persona que a punto estuvo de ser un casi algo. Tener acceso a la lista de invitados conllevaba la ventaja de poder prepararse, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarlos en ese estado de nervios y en plena fase de cambios. Siempre había imaginado que, cuando se produjera el reencuentro, estaría casada, con familia y feliz. Sin embargo, en los últimos entonces su impostora hablaba más alto que nunca. ¿Estaba preparada de verdad para ocuparse de una boda? ¿Y si algo salía mal? ¿Cómo se enfrentaría a un contratiempo?

Un cartel de madera envejecida con letras en tiza la invitaba a inmortalizar el momento en el fotomatón que unas horas antes se había ubicado en el jardín. El resto de la casa estaba decorado al más puro estilo boho chic, con luces y flores secas que colgaban del techo y centros de mesa que desprendían un exquisito olor a eucalipto. Apartó la cortina que cubría el cubículo de arriba abajo y tomó asiento en el taburete. La pantalla mostró su reflejo con menos nitidez de la que esperaba, pero, aun así, pudo ver su rostro salpicado por los nervios. Se había hecho una trenza perfecta y llevaba un mono del mismo verde del bosque que rodeaba el lugar de la celebración. En la pantalla se veía un pedacito de la carpeta que llevaba consigo desde las seis de la mañana con el timing del día hora a hora. Se sonrió y pulsó el botón para capturar una instantánea. Se oyó el sonido del revelado, confirmando que el fotón funcionaba correctamente y estaba listo para ser usado por los invitados al enlace.

«Todo va bien».

Estaba escondiendo un mechón que se escapaba de la trenza cuando alguien le habló desde fuera.

—No has cambiado nada. —Una risa ligera acompañó aquella sentencia.

Nerea reconoció al instante a la dueña de la voz, pero no supo qué le había molestado más, si que ella emitiera aquel juicio, lo que la frase significaba a pesar de sus intentos por evolucionar o que lo dijera de forma burlona. Era de esperar viniendo de ella. El capítulo 12 del manual de wedding planner sobre cómo dirigirse a los invitados había desaparecido de la memoria de la mujer cuando apartó la cortina con fastidio.

Nunca lo reconocería si alguien le preguntara, pero al verla se quedó helada. No había visto a Zoe en una década y ella sí que había cambiado. Le gustaba, más de lo que le querría confesar. Atrás había quedado su época rebelde: el pelo teñido de rojo y su habitual estética que parecía recién salida de un videoclip de My Chemical Romance. Era ella, pero, a la vez, alguien completamente diferente. Tiempo atrás habría puesto una mano en el fuego por que jamás se pondría un traje, y mucho menos de esa manera. Llevaba un conjunto de chaqueta y pantalón alto azul marino con raya diplomática. No había nada debajo, tragó saliva al notarlo y le dio la impresión de que se ruborizaba. Sus senos estaban cubiertos a duras penas por la solapa de la americana, que le quedaba lo bastante entallada para que la figura de su cuerpo se intuyera a la perfección.

—Tú pareces otra, pero con las ganas de tocar las narices de siempre —le dijo Nerea al descubrir que sostenía la tira de fotos del fotomatón y se la quitó de las manos.

«Todo va bien», se repitió.

Zoe rio y hasta aquel sonido parecía nuevo. Nerea sintió una inevitable curiosidad sobre qué habría sido de su vida en los últimos nueve años, porque sí, el cambio le llamaba la atención. Se permitió admitirlo. Estaba a punto de terminar su segundo curso de Filosofía cuando tuvieron una especie de cita que no acabó bien. La mujer había pensado en ello a menudo, en cómo le dijo, con rotundidad absoluta, que a ella le gustaban los hombres. Rompió el corazón de Zoe y un poco de su valentía al mismo tiempo. Demasiadas veces había querido rebobinar y confesarle que también le gustaba, aunque ella disfrutara molestándola casi siempre.

—Sigue siendo igual de divertido sacarte de tus casillas.

Una mezcla entre indignación y excitación la recorrió por dentro como si fuera la emulsión perfecta. La reconoció. Era lo mismo que sintió en los primeros semestres, cuando se escondía de ella entre los pasillos de la facultad y aun así no quería dejar de encontrársela en cada esquina.

—¿Sabes? Han pasado muchos años, Zoe.

Ella ladeó la cabeza con un gesto divertido y, como sin pensarlo siquiera, tomó el cuello de Nerea y se acercó para besarla. La mujer se resistió unos instantes, pero luego una voz, ignorada demasiadas veces, le dijo que era lo que siempre había querido. Tomó a Zoe por las solapas de la chaqueta y la atrajo hacia sí. Mordió su labio inferior al tiempo que sentía cómo sus barreras se rompían una a una. A eso le acompañó su cuerpo que, lejos de ser el de una adolescente, se comportó como tal. Su ropa interior se humedecía por momentos, su corazón latía como si nunca hubiera besado a nadie, su boca no podía separarse de la de Zoe.

Fue la mujer trajeada la que, con un siseo, apartó a Nerea.

—Shhh… —le dijo cuando la wedding planner estaba a punto de gemir—. Si es verdad que has cambiado tanto, vuelve aquí en tres horas.

Continuará…

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