Relatos eróticos

Juego de tres (2): La actriz – Relato lésbico

Ya puedes disfrutar el desenlace de esta sesión de spanking, escrito por Thais Duthie.

Si no lo hiciste, te recomendamos leer antes la primera parte aquí: Juego de tres (1): La actriz – Relato lésbico.

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Juego de tres (2): La actriz

Todas conocíamos el acuerdo: el set tan solo cobraría vida para nosotras los miércoles por la noche y, todo lo que ocurriera entre aquellas tres paredes, allí debería permanecer. Aun así, desde que nos despedíamos las madrugadas de los jueves hasta el miércoles siguiente en el plató se quedaba un aire denso y una tensión que casi podía palpar cada vez que nos cruzábamos. Aprovechaba las sesiones de maquillaje para rozarme un poco más, sonreír un poco más, hablar un poco más. La actriz que hacía de confidente me seguía el juego con una mirada retadora tras las pestañas recién rizadas, mientras que la protagonista se sonrojaba y se mordía el labio por mi atrevimiento.

Tan pronto como me sintieron acercarme sus ojos se clavaron en mí. La dominante se relamió los labios, la sumisa se limitó a sonreír. Sabían que prefería comenzar solo mirando y, como amantes de su profesión que eran, siempre preparaban un pequeño número para que lo observara desde lejos hasta que estuviera lista para unirme. Me senté al borde de la cama, acariciando un mechón juguetón que acababa de desprenderse del moño de la protagonista.

—Te esperábamos, querida. —Su voz sonaba distinta a la que usaba en plató y también fuera de cámaras. La reservaba para nosotras—. Aquí…

Tomó mi mano y la llevó al trasero de la protagonista. Lo acaricié, delineando con mis dedos la silueta de la mano que todavía cubría su piel. La chica gimoteó levemente.

—¿Ves? Quiere más —me aseguró la dominante, y sus ojos se clavaron en los míos—. Deberíamos darle un azote por cada orgasmo que ha tenido esta semana sin nosotras. ¿Cuántos han sido, cielo?

La de body negro susurró algo ininteligible y la otra le tomó la barbilla.

—Más alto.

—Nue… nueve —confesó.

—Dos más que la semana pasada —aporté con una seriedad fingida.

Aproveché que el espejo me mostraba una panorámica perfecta del trasero de nuestra víctima y arrastré las uñas por su piel. Ella liberó un quejido, luego se removió con los ojos cerrados. La forma en que sus dientes atrapaban su labio inferior, un gesto muy característico en ella, revelaba que estaba disfrutando tanto como nosotras. Levanté la mano y la azoté, dejando una nueva marca en sus nalgas. Ella liberó un pequeño grito, suficiente para que la otra chica le mandara callar con un siseo.

—Solo llevamos dos, querida, ¿cómo vas a aguantar los siete que faltan?

Sus palabras, junto con la escena que tenía frente a mí, hacían mella en mi cuerpo. A esas alturas la ropa interior se sentía como una prisión. Llevé las manos a mi espalda y, en cuanto se dio cuenta, ella me ayudó. Desabrochó el cierre del sujetador de encaje burdeos, dejó que cayera en la cama. Lo lancé al suelo, lejos, porque no quería que nada más interfiriera entre nosotras tres. Aproveché la distracción de la protagonista para volver a azotarla, esta vez aplicando algo más de fuerza. Jadeé. Mantuve mi mano sobre su piel todavía caliente por el impacto.

—Aprendes muy muy rápido —me dijo la dominante antes de darle a la otra chica un azote doble que tampoco esperó—. Ya, ya… solo quedan cuatro. Para esos te vas a sentar en mi muslo, ¿quieres?

Ella asintió y se apresuró para colocarse allí antes de que cambiara de opinión. Se balanceó sobre su pierna, cerró los ojos otra vez. Se dejaba llevar por el placer del contacto que, incluso a través del body, contrastaba con los azotes que todavía ardían en su piel. Aproveché uno de los vaivenes para azotarla de nuevo y, acto seguido, mis ojos buscaron la aprobación de la confidente. Asintió, complacida, y yo sonreí orgullosa.

—Tú también, ven aquí —me ordenó—. Pero quítate las bragas.

Cualquier cosa que me decía se clavaba como un aguijón en mi centro, sin la más mínima intención de soltarse. Notaba mi clítoris duro e hinchado bajo la ropa y pude confirmarlo al deslizar la prenda por mi cuerpo. Me acaricié un poco, llevé parte de la humedad de mi entrada allí y, tras desabrochar el liguero, me senté a horcajadas en su otro muslo.

Su piel era suave y estaba caliente. Comprendí enseguida por qué la protagonista se movía sin cesar: el roce firme de la pierna de la dominante era muy estimulante, pero, al mismo tiempo, nos permitía controlar nuestro placer con nuestro propio cuerpo. Mi mirada se perdió en los ojos azules de la chica de body blanco, tanto fue así que tan solo me enteré del séptimo azote por el impacto contra las nalgas de la del body negro.

Aquella cuenta a base de azotes parecía ir guiándonos a las tres hacia el orgasmo. Cuantos más se acumulaban más cerca me sentía de culminar todo aquello: el espionaje, tocarme mientras miraba, los ojos y la voz de la dominante, las reacciones provocadoras de su compañera. El octavo se lo di yo, embriagada por la falsa sensación de poder que me había concedido la chica que nos controlaba a ambas.

Sentía el sudor bajándome por la espalda mientras mis caderas se movían sobre su muslo con vehemencia. Solo quedaba un azote y, a pesar de que bajé el ritmo, mi placer estaba por desbordarse. Traté de contenerlo, pero mi anatomía fue por libre y se desbocó. Las manos de la dominante acompañaron nuestras embestidas, la mía se hundió en el sexo de ella, y los gemidos de unas se fundieron con los de la otra. El clímax me azotó raudo justo cuando oí el último de los azotes. La protagonista gimoteó mientras me deshacía por dentro y lo humedecía todo por fuera.

Una sensación de serenidad se apoderó de mí y me dejó con la mente en blanco unos segundos. Pero pronto me pareció oír la voz de quien mandaba: yo me había librado de los azotes, pero solo por esta noche.

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