Relato erótico

Chernóbil sexual – Relato erótico

Descubre un mundo de potentísima excitación sexual, tras los velos del voyeurismo femenino que descubre nuestra amada Valérie Tasso.

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Chernóbil sexual

Era el momento.

Acercarse con discreción a la ventana no era lo más difícil, tampoco suponía un esfuerzo especial arrimarme a esas horrendas cortinas pesadas. Aquellas que llevaba prometiéndome cambiar en cuanto pudiera, pero que, al final, se quedaban aquí por costumbre o porque contenían en sí mismas recuerdos que no quería borrar. Recuerdos de polvo gris. Hasta llegué a mimetizarme con los dibujos geométricos de la tela…

Mi mano las apartó un poco, con suavidad para no sacudir estos recuerdos tan frágiles. Mis dedos delicados eran una araña sibilina y lenta. Una mano guiada por mi mente perversa.

Siempre era igual… Primero, observaba mi mano como si tuviera pudor a alargar la mirada más allá. Luego, tenía alguna consideración interior sobre el estado de las cortinas, un tanto descosidas, descoloridas inexorablemente por el sol. Fracciones de segundos de parloteo conmigo misma. Y así hasta el momento en que me atrevía a levantar los ojos y espiarte en la habitación de enfrente.

Maldecía siempre la luz tenue que ponías, restaba nitidez a la escena pero generaba zonas de sombras diabólicas para mi oscura imaginación.

Sé que sabes…

Te empeñas en poner esta luz porque sabes que sé… En el fondo, te lo agradezco.

Y allí estabas con ella, a las 23h03, desnudo y de pie; las rodillas apoyadas firmemente contra los bordes de la cama para no tambalearte, para no vacilar, para añadir firmeza a tu cuerpo. Como si no tuvieras suficiente con tu polla erguida. Tu bomba de relojería. Chernóbil sexual.

Relato eróticoMe amenazabas siempre, girando tu cadera ligeramente hacia la ventana, sin mover la cabeza, sin clavar tus ojos en los míos. Fracciones de segundos. Para luego volver a la misma postura. Y te ponías a mover los labios, le hablabas, supongo, sonreías, tus dientes eran blanco nuclear, un potente detonador para la mente de tu amante, cuyos rasgos jamás conseguí ver. Me acerqué más, la repisa de la ventana se clavaba en mi abdomen. Siempre me sorprendía la primera vez, pero luego, la hacía hundirse más en mi vientre. Los latidos de mi corazón se habían movido unos centímetros más abajo. Efecto de la repisa. El eco de las venas susurró por todo mi cuerpo…

Desplegabas luego tus brazos como si fueran alas, como si quisieras abarcarlo todo. Eras ambicioso, narcisista y encantador. Luego, te inclinabas lentamente. Ya estabas caliente. Perdía durante minutos la visión de tu cara, hundida en el coño de la sin rostro. Minutos larguísimos. Larguísimos.

Sé que sabes…

Te empeñas en engullirla tanto tiempo porque sabes que sé…

Sólo distinguía miembros que se retorcían. Ella, seguramente. Me la imaginaba siempre en blanco y negro. No sé por qué. Y por partes. Las que me permitías entrever. Fotogramas de miembros agitados por el placer. Como si estuvieras  empotrando a tu amante. Eso se te daba bien, ya lo creo. Y yo me relamía, por mucho que sintiera una presión en la garganta, como si estuviera empachada de tu polla. Regurgitarla… Eso tenía que hacer, pero nunca lo conseguía. Adoraba tu olor amargo.

Para cuando resucitabas de entre sus piernas, tu pelo sudoroso ya estaba pegado a tu rostro. Y lentamente lo apartabas hacia atrás con ambas manos. Todo al ralentí. El vello de tus axilas era como el pasto negro. Dos hongos que sobresalían. Dos arañas radioactivas sedosas. Las hubiese lamido cada una, sin dudarlo ni un segundo. Me hubiese envenenado de ti, a cambio de estar del otro lado de la calle, enchufada a tu cuerpo. Cabrón.

Relato eróticoEn un movimiento firme, le diste la vuelta. Te vi reír a carcajadas y luego te pusiste muy serio. Cogiste tu polla en la mano y, sin contemplaciones, la metiste. Sé que la metiste duro. Y sé también que ella te lo pidió. Así le gustaba que te la follaras. Sin titubeos. Con toda la seguridad del mundo metida en la punta de tu polla. Y entonces sucedió algo…

Abrí de par en par las cortinas de mi ventana. Pesaban un mundo, sí, pero tu cuerpo más. Aplastabas a la sin rostro con tu cadencia frenética. Solo podía ver los músculos de tu culo contraerse. Quería tender la mano. Tu rostro ya era historia… Te perdí de vista durante larguísimos minutos. Larguísimos.

Me entró una ansiedad terrible. Unos radionúclidos se habían instalado en mi cuerpo; yo, la superviviente, y sabía que era cuestión de minutos.

Sé que sabes…

Sabes que sé lo que me va a pasar…

Explotaste cuando vi que te caías sobre su espalda. Hombre de cemento. Yo me corrí un poco después, sin tocarme, solo mirándote.

Llevabas un año follándotela delante de mis narices. En esta cama, tierra de muertos. Y te deseaba muchísimo más por ello.

Cabrón.

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